La reciente estancia de la pareja real española en territorio italiano culminó en una ceremonia en Nápoles, con la concesión de un doctorado honoris causa en Ciencias Sociales y Estadísticas. El acto tuvo lugar en la antigua universidad fundada en el siglo XIII, un guiño histórico que refuerza la conexión entre las dos orillas del Mediterráneo, unidas durante siglos por enlaces dinásticos. La escena no sólo rinde homenaje a un pasado compartido, también proyecta a la figura del monarca como referente europeo actual. Mientras tanto, voces locales —como las de una asociación cultural centrada en redescubrir el legado sureño— resaltan la importancia de no desestimar el papel que las antiguas coronas han jugado en la construcción de la identidad continental. Una confluencia de prestigio, historia y una cierta reivindicación del legado, en medio de una Europa que a veces olvida sus raíces.
La estancia oficial en la ciudad partenopea subrayó las profundas conexiones históricas entre ambos territorios. El discurso del invitado, que destacó el vínculo centenario y recordó la figura de Carlos III, resonó en un entorno marcado por el pasado común y la cultura compartida. Esta presencia real, arropada por el público y con el respaldo de una universidad con casi ocho siglos de historia, sirvió para reforzar lazos que hunden sus raíces en el esplendor de épocas pasadas, cuando aquel lugar rivalizaba en importancia con las principales capitales europeas.
El gesto de la institución académica, el homenaje en el coliseo artístico local y las referencias a iconos literarios consolidadon una hermandad mediterránea que trasciende el tiempo y las fronteras. Entre aplausos, portadas periodísticas concisas y gritos de admiración, quedó patente que, lejos de anclarse en un ayer idealizado, se mira hacia el futuro desde una perspectiva abierta, plural y profundamente europea.
La llegada de la pareja real a la capital italiana fue acogida con todos los honores reservados a las máximas dignidades del país. Desde la colina del Quirinal hasta la Villa Doria Pamphilij, se sucedieron encuentros y actos con las más altas instituciones. La agenda incluyó una cena con el jefe de Estado, un almuerzo con la jefa de gobierno, reuniones con el responsable de Exteriores, un encuentro con el líder del Senado, una visita al alcalde en su histórica sede y un foro empresarial para subrayar la importancia de la cooperación económica, sellada con cifras récord en intercambios comerciales.
La estancia no sólo destacó por la solemnidad, también por su hito institucional: por primera vez en la historia, un jefe de Estado fue recibido ante las dos cámaras del Parlamento unidas en un mismo recinto. Allí, el invitado habló durante media hora en un tono tranquilo, sin grandilocuencias, recurriendo incluso al idioma local, e hizo referencias a pensadores, novelistas y estadistas que encarnan el entendimiento mutuo de dos países con un pasado distinto, pero capaces de reconocerse como hermanos en el presente.
En el contexto europeo actual, esta visita sirvió para tender un puente simbólico entre dos modelos de Estado que nacen de realidades muy diferentes. Por un lado, un país que retomó su forma monárquica tras superar un régimen autoritario; por otro, una república que expulsó una corona acusada de permitir el avance del fascismo. A pesar de estas divergencias históricas, el recibimiento fue efusivo, casi fraternal, mostrando que la memoria del pasado no cierra caminos, sino que puede abrir nuevas vías de diálogo, cooperación y mutuo respeto.