Las exigencias incompatibles entre los socios del Ejecutivo han tensado tanto la cuerda que ahora peligran tres impuestos sobre el sector energético, y, por si fuera poco, podrían echar por tierra hasta los Presupuestos Generales. Las “líneas rojas” marcadas por cada parte están generando una situación límite que amenaza con entorpecer la agenda económica del Gobierno y abrir un nuevo frente de inestabilidad política.
El partido morado amenaza con negarse a pactar las nuevas cuentas públicas si no se aprueba el tributo a las multinacionales, a la vez que deja caer la posibilidad de torpedear el impuesto al diésel con el que Hacienda esperaba ingresar 1.000 millones. La situación se complica porque, por otro lado, ni PNV ni Junts quieren ceder en su rechazo tanto al gravamen sobre las grandes corporaciones como al que afectaría a la generación eléctrica. El resultado: un juego de presiones cruzadas que pone a prueba la cohesión interna del Ejecutivo y la viabilidad de su agenda fiscal y presupuestaria.
Las negociaciones fiscales del Gobierno vuelven a ser un quebradero de cabeza en el Congreso. Junts y PNV ni siquiera se han molestado en sentarse a la mesa para debatir el nuevo impuesto a las empresas energéticas, algo que ha encendido todas las alarmas en el Ejecutivo. De hecho, la tensión ha llegado al punto en que Podemos amenaza con bloquear el impuesto al diésel y, con él, la propia aprobación de los Presupuestos. Para colmo, vascos y catalanes se han aliado con el PP para tumbar otro tributo clave: el aplicado a la generación eléctrica, que ahora el Gobierno se ve obligado a intentar recuperar a la desesperada.
Hace solo unas semanas, la reforma fiscal salió adelante por la mínima, tras un tira y afloja que dejó a Podemos como el fiel de la balanza. La contrapartida: el Ejecutivo prometió una mesa para encajar el nuevo impuesto a las energéticas antes de fin de año, o lo impondría por decreto. Ahora, con las espadas en alto, los socios habituales del Gobierno y la oposición están jugando al gato y el ratón con el tablero fiscal, poniendo en jaque la estrategia económica del Ejecutivo. La cuenta atrás ha empezado, y el reloj de las promesas fiscales corre sin piedad.
Un embrollo fiscal que amenaza las cuentas y los impuestos energéticos
El nuevo intento del Gobierno por establecer un impuesto permanente a las empresas energéticas ha arrancado con el pie izquierdo. Ni PNV ni Junts acudieron a la cita para negociar el tributo, dejando el tablero parlamentario patas arriba. Como consecuencia, Podemos ha lanzado una seria advertencia: si el plan para gravar a las multinacionales del sector no progresa, se plantará ante el impuesto al diésel y los Presupuestos Generales del Estado.
La cosa empeora cuando, además, nacionalistas vascos y catalanes se han aliado con el PP para tumbar por sorpresa el impuesto que ya se aplicaba a la generación eléctrica, una herramienta clave para la recaudación estatal. Ahora, Hacienda se ve obligada a buscar fórmulas de emergencia para salvar un gravamen que hasta hace nada parecía consolidado.
La historia viene de atrás: el Gobierno sacó a duras penas una reforma fiscal en el Congreso hace pocas semanas. El “sí” de Podemos fue decisivo, pero a cambio exigió la creación de una mesa de diálogo para diseñar el nuevo impuesto permanente a las energéticas. La promesa incluía un “plan B”: si no había acuerdo antes del 31 de diciembre, se aprobaría un decreto prorrogando el actual gravamen a los beneficios extraordinarios de las compañías del sector.
La primera reunión llegó con retraso y con ausencias notables. PNV y Junts se borraron y, a cambio, ERC, EH Bildu, BNG y Podemos solo recibieron una promesa reiterada: Hacienda sacará el decreto de la manga antes de fin de año. Entretanto, las líneas rojas trazadas por unos y otros se entrecruzan, tensando hasta el límite un puzzle que amenaza con desmontar el tinglado fiscal del Gobierno y, de paso, sus Presupuestos. Así las cosas, el margen de maniobra para el Ejecutivo mengua día a día, mientras sus socios habituales se atrincheran detrás de intereses cada vez más difíciles de conciliar.