Imagen de: Museo de San Juan de la Cruz, Úbeda
Estos días de Semana Santa son muy propicios para volver a la lectura –o animarse por primera vez a ella- de nuestros grandes escritores espirituales del siglo XVI, quizá el momento más rico de la literatura en castellano, con toda una pléyade de figuras que se encuentran entre las mejores de la historia literaria de la Humanidad. Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Fray Luis de León… y un largo etcétera de escritores –y de maravillosas y olvidadas escritoras, especialmente en el ámbito conventual, como Marcia Belisarda, que se van redescubriendo poco a poco- que dieron a luz ese extraordinario Siglo de Oro español, y que con frecuencia hemos preterido, quedando en nuestra mente tan solo su nombre, como pobre expresión de cultura general.
La fuerza de la literatura espiritual española
Siempre me ha dejado un poco perplejo la fascinación que en determinados ámbitos despierta el complejo mundo de la espiritualidad oriental, tanto hindú como, sobre todo, budista, y el poco aprecio y total desconocimiento práctico de la obra de nuestros grandes maestros espirituales, que, sin embargo, tienen mucho que decirnos, no solo a los creyentes, sino también a cualquier persona culta o con sensibilidad. Son expresión de esa fuerte corriente de renovación religiosa que, arrancando en Castilla bajo los primeros Trastámaras, especialmente durante el reinado de Juan I, floreció a finales del siglo XV, con la reforma impulsada por Cisneros e Isabel la Católica, y que generó la amplísima panoplia de figuras del XVI y principios del XVII, dando lugar a una creación filosófica, teológica y humanística de primer rango. Junto a reformadores como Juan de Ávila, Pedro de Alcántara o los ya mencionados Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, tenemos poetas, dramaturgos, escritores todo tipo, además de esa fecunda escuela de pensamiento que se da en Salamanca con Francisco de Vitoria y sus discípulos.
San Juan de la Cruz, una figura esencial
Entre todos ellos, Juan de Yepes, San Juan de la Cruz, es la cumbre de la poesía española. Una figura fascinante, que supo compaginar una intensa vida de acción, dedicada a la reforma del Carmelo, con una profunda vida interior, que expresó a través de su poesía. El Cántico espiritual, la maravillosa Noche oscura y la apasionada Llama de amor viva son capaces de conmover lo más hondo de un corazón sensible
Pero más allá de la belleza emanada de su obra, siempre me ha llamado poderosamente la atención la composición del Cántico espiritual, realizada durante su dura prisión en Toledo. Allí Juan, mientras sufría el rechazo y desprecio de sus hermanos de orden, opuestos a sus afanes reformadores, dedicado a meditar, pensar, rezar y esperar, fue visitado por las musas. Su estrecha prisión exterior no pudo aherrojar su espíritu y en medio de los padecimientos, se dedicó a componer mentalmente versos y poesías, guardándolos celosamente en su memoria, hasta que después de unos cinco meses de encierro, el cambio de carcelero le permitió acceder a pluma y papel, en los que plasmó toda aquella extraordinaria belleza que había ido naciendo en su corazón, dando lugar a una de las piezas más bellas y delicadas de nuestra poesía.
Digo que me llama la atención este peculiar proceso compositivo porque muestra la tremenda capacidad del ser humano de afrontar las situaciones más extremas y superarlas, no dejando que le destruyan, e incluso siendo capaz de sacar de ellas algo bueno y positivo. Es lo que Viktor Frankl experimentó también en los campos de concentración de Dachau y Auschwitz, como reflejó en su libro El hombre en busca de sentido, y que, antes de que se pusiera de moda entre la clase política para convertirse en un flatus vocis, llamábamos resiliencia. Es la manifestación de algo que a veces olvidamos, el hecho de que somos seres libres y que, más allá de la libertad externa, existe otro tipo de libertad, más esencial y profunda, que es la libertad interior, sin la cual las demás libertades carecen de sentido.
Introspección para alcanzar la libertad
Juan de la Cruz es un ejemplo magnífico de libertad interior. Una libertad que cuando estaba en prisión le permitió engendrar arte y belleza. Y que le llevó a afrontar todo tipo de incomprensiones, rechazos y dificultades, permaneciendo firme en lo que consideraba que era su tarea, reformar su orden. Al igual que Teresa de Ávila, otra libre que no dudó en romper moldes y prejuicios. Una libertad que es preciso reivindicar en estos tiempos –“tiempos recios” que diría Teresa- cuando lo políticamente correcto nos empuja a pensar como la masa, nos invita a disimular nuestras convicciones, nos cancela si no decimos que el emperador está vestido con ropas suntuosas.
Vivimos, como nación, como ciudadanos, una “noche oscura”. La sombra del autoritarismo encubierto bajo los velos de discursos falaces, que solo buscan la perpetuación en el poder –que no en el gobierno-, sin una auténtica preocupación por el bien común; la ruptura de consensos básicos para la paz social; la arbitrariedad en la aplicación de las leyes, generando desigualdades entre territorios y personas; la fagocitación de las instituciones, destruyendo su necesaria independencia… todo un conjunto de amenazas que como negras sombras se ciernen sobre la sociedad española. Y, sin embargo, si somos capaces de mantenernos libres en nuestro interior, firmes y sin miedo, podremos, cuando todo esto pase, sacar, como Juan de la Cruz, lo positivo de lo vivido y tal vez tengamos una España un poco mejor.