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24 Oct 2024
24 Oct 2024
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La alternativa era aún peor, si cabe

Lo vivido con Carles Puigdemont refleja otra vulneración del Estado de Derecho. Una tendencia sistemática que se agrava degradando nuestras instituciones
Puigdemont en España

No es la primera vez que, enfrentado el Gobierno a la enojosa tesitura de verse llamado a detener a un delincuente que, al modo del Tempranillo, goza de apoyo social, decide tirar por la calle del medio: concertarse con el reo y, mirando para otro lado, facilitarle la huida. Así, tutti contenti. Sucedió en la transición con Santiago Carrillo hasta que en marzo de 1977 se legalizó el PCE. Y, ya con el propio Puigdemont, cuando, en octubre de 2017, se le abrió de par en par la frontera para que marchara con viento fresco.

Una vulneración del Estado de Derecho que no es nueva

Lo del 8 de este mes de agosto en Barcelona no es por tanto una novedad, por mucho que nos rasguemos las vestiduras. La diferencia de ahora es otra: que la alternativa (el prendimiento, como prueba de lo implacable del Estado de Derecho) habría terminado conduciendo, en apenas un par de semanas, a idéntico resultado. El Auto de prisión de Llarena, llevado ante el Tribunal Constitucional, se habría visto, en tiempo récord, admitido y con inmediata medida cautelar. Ya se sabe que quien allí decide, lejos de ser un jurista de salón, es de los que se encuentra siempre presto a mancharse con el polvo del camino. Dispuesto e incluso encantado: estamos para lo que se ofrezca. Un espectáculo aún menos edificante que el vergonzoso pacto con el fugitivo para no capturarlo.

Un sainete esperpéntico

Ni que decir tiene (el descubrimiento del Mediterráneo es algo que, por economía de lenguaje, conviene ahorrarse) que el hecho de que las cosas se planteen con ese dramatismo —o Guatemala o Guatepeor— significa que no estamos en un país serio: Valle Inclán y Berlanga se han visto sobrepasados por la realidad. Pero eso, se insiste, es una obviedad.

La duda está en si cabe el consuelo de que el sainete haya podido tener el efecto de reconducir a la razón a los electores del hijo de los pasteleros de Amer. No está nada claro, porque los recovecos mentales del catalán promedio —el botiguer de Sabadell, para personificarlo— muestran muchos repliegues. Sea aborigen o charnego, es criatura intelectualmente elemental e incluso primaria, pero de vez en cuando se arranca a elucubrar y el resultado de sus cogitaciones resulta de imposible vaticinio.

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