Jueves por la tarde, calle Modesto Lafuente, en la zona rica de la capital de España. El barrio está en calma, pero la tensión se palpa en el estudio de televisión donde se graba El gato al agua, el programa de José Javier Esparza, sin duda el director más culto y combativo de la información política en España. Todos estamos pendientes de la crisis de gobierno, también de las confesiones del empresario Víctor de Aldama, pero Esparza no hace sangre con tal o cual corruptela, sino que recuerda -sobre un febril ritmo de jazz- que estamos viviendo algo que ya predijo el intelectual comunitarista Christopher Lasch en uno de sus libros emblemáticos, La rebelión de las élites y la traición a la democracia (1995).
El ensayo advierte de que nuestra clase dominante tiende a aislarse en burbujas de privilegio, que les separan de las angustias del pueblo. Es el divorcio entre quienes perdían todo en solo unas horas (los valencianos) y quienes estaban enfrascados en escoger un dirigentes manejables para el Consejo de RTVE (el PSOE) y la televisión valenciana (el Partido Popular). En vez de atender a la realidad, nuestras élites se concentran en controlar como se relatan los hechos en las pantallas para que todo se adapte a sus intereses y seguir viviendo en las acolchadas zonas VIP del poder.
Tan solo un par de horas después, termino de rebote en la fiesta de la editorial Random House-Mondadori, uno de los grupos editoriales más poderosos de España. Se huele el dinero de los invitados, que van desde guionistas españoles que han triunfado en Hollywood hasta estrellas del periodismo de Prisa, pasando por varios superventas literarios. Barra libre, decoración chic internacional y música cool relajante. Se habla de sexo, premios y dinero. Aquí también molesta el gobierno, pero no el de Pedro Sánchez, sino el de Donald Trump (aunque es un enfado suave y hasta irónico, despachado con menciones a algún artículo mordaz de The New Yorker). A un paseo de distancia, en el museo de arte contemporáneo Reina Sofía, se celebra otra fiesta similar, la de la revista de tendencias GQ, especializada en moda y consumo masculino.
Por supuesto, todo el mundo tiene derecho a divertirse, pero esa noche se hace evidente que he podido charlar con las dos mitades de Madrid, una que sabe que vivimos una cruda crisis social y otra que surfea relajada sobre ella. El momento revelador llega en los únicos cinco minutos que comparto con Miguel Águilar, máximo directivo del grupo, cuando presenta al ensayista Esteban Hernández: «Mira, te va a encantar, es el último marxista que nos queda junto con César Rendueles», explica. El comentario no puede ser más acertado: todos sabemos que no hay apenas seguidores de Marx entre este alegre grupo de triunfadores progresistas que picotea las brochetas de pollo teriyaki, los hojaldres de ibéricos y las alcachofas confitadas.
¿Conclusión? En las tertulias de la fachosfera madrileña se habla de los mismos conflictos que escucho debatir por las mañanas en Las Torcas, el bar de clase obrera que tengo debajo de casa. Allí entiendes que España es cada día más pobre y menos libre, por culpa de unas élites que no quieren ni han querido nunca a su propio país. Los de arriba pueden fallar de manera estrepitosa y se les asciende, como a Teresa Ribera en la Unión Europea tras la DANA de Valencia, pero la mayoría estamos a un solo error grave de terminar en la oficina del paro (o viviendo en la calle). Platón defendía que una ciudad dividida en ricos y pobres no es una ciudad, sino dos. Y lo dijo sin haber pisado nunca el Madrid del siglo XXI.