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28 Sep 2024
28 Sep 2024
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Quosque Tandem, Anscharie?

Hay ciertos perfiles de políticos en los que la altanería, la vulgaridad y la crispación no hacen sino degradar la política y la sociedad
Intervención de Óscar Puente en el Congreso de los Diputados

Imagen de Europa Press

A pesar del lamentable olvido y desprecio en el que han caído las Humanidades en general y las lenguas clásicas en particular, entre los girones de esa cultura grecolatina -que es la base de lo que aún somos- resta en la memoria colectiva el recuerdo de la famosa frase pronunciada por Cicerón y recogida en la primera de sus Catilinarias, los cuatro discursos que tuvo en el Senado romano el año 63 a. C., tras ser descubierta y reprimida la conjura organizada por otro senador, Catilina, para dar un golpe de estado. La frase completa sería Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? (¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?) y encabeza una serie de preguntas retóricas contra el golpista. Una frase que, una y otra vez, viene a nuestra mente ante los continuos desaguisados que cometen nuestros políticos, colmando la paciencia del sufrido ciudadano. Una frase que viene muy a cuento, mutatis mutandis, en relación con uno de los personajes más histriónicos de nuestro ya particularmente peculiar conjunto de políticos, políticas y polítiques.

Un ministro vallisoletano y belicoso como protagonista de esta historia

Es verdad que no seré yo quien compare totalmente al controvertido senador romano con el protagonista de esta columna, el inefable antiguo edil pucelano, al que evocando una laudable costumbre de los humanistas renacentistas, y rebus sic stantibus, latinizaremos el nombre, Anscharius, aunque sólo sea para eludir la labor inquisitiva de quienes, como antaño los miembros del Santo Oficio, siguen el rastro de los nuevos herejes que ponen en duda los rasgos apolíneos y la elocuencia de Demóstenes, amén de las cualidades diplomáticas, del actual responsable de lo que antaño fue, con denominación menos pedante que la actual, Fomento u Obras Públicas. También podemos referirnos, tomando su apellido, al susodicho, como Pons/tis, pues en medio de esta evocación de los clásicos sería una aberración acudir al anglicismo míster Bridge.

En cualquier caso, nuestro ínclito protagonista, famoso por la riqueza verbal, en el exquisito castellano de esas tierras que dieron a luz a Miguel Delibes –de nuevo, lejos de mí cualquier comparación- y por su no menos refinada diplomacia, se ha convertido en un verdadero icono de lo que es la política española, un ámbito en el que prima el insulto, la desvergüenza, la chulería y los malos modos; donde se ha instalado la mentira, cubierta de los ropajes de los cambios de opinión; donde los bulos, promovidos descaradamente desde la bancada azul cuando conviene, sólo lo son cuando los pronuncia el de enfrente. Pocas veces se ha visto mirar tanto la paja en el ojo ajeno cuando los propios están no con una viga, sino con un rascacielos. Ofendiditos, con piel finísima, que, a la primera oportunidad, se arrojan como hienas -¿o quizá como mapaches?- sobre el adversario, convertido, en virtud de esa toxicidad que envenena nuestra vida política, en enemigo. Histriones incapaces de aceptar cualquier crítica, por sencilla que sea, y que olvidando la dignidad que desempeñan, insultan a ciudadanos que, con razón, señalan problemas o denuncian la mala gestión. Es imposible trinar contra nuestro Anscharius sin que éste pulse, sin que le tiemble el pulso a la primera pulsión, la opción de bloqueo, de manera que no se es nadie en el Reino de España si el minister Pons/tis no te ha bloqueado en X.

El bochorno y normalización de la mediocridad en la vida política

Pero Pons/tis es sólo una muestra, si bien significativa, de un bochornoso estado de cosas. Hemos visto, en estos últimos años, cómo nuestra vida política se ha ido degradando, como una generación de mediocres, arribistas, fanáticos e ignorantes, de todo signo e ideología, han ido copando instituciones y cargos. Una política enrarecida por la cuestión catalana y por el siempre latente problema vasco, que vive de evocar, desde una visión sesgada, manipulada y maniquea, el gran drama que supuso para España la guerra civil, con la subsiguiente dictadura. Se ha optado por abrir heridas ya cicatrizadas, por azuzar los viejos fantasmas del pasado, en lugar de embarcar a la ciudadanía española en un proyecto ilusionante. Se denigra una historia que, con sus luces y sombras, no es peor que la de las naciones de nuestro entorno. Un discurso radical, alejado de los verdaderos problemas de la gente, desde una élite que no lo es para nada desde el punto de vista intelectual –a nuestro Anscharius, como paradigma me remito, aunque abundan los ejemplos-, y que, en muchos casos, tendrían complicado vivir fuera de la política.

La necesaria dignificación de la política

Urge cambiar esta situación. Necesitamos una profunda renovación, en todo el arco político español. No merecemos esta ristra de personajes bufos, de ambiciosos sin escrúpulos, de mezquinos ignorantes. Es preciso regenerar la vida política española, volviendo a lo que debería ser, un servicio al bien común, la búsqueda del interés general de la res publica; necesitamos parar esta brutalización de la vida social, esta creciente violencia simbólica que en cualquier momento puede desbocarse y transformarse en conflicto físico. Hay que recuperar el deseo de que los españoles, por encima de nuestras diferencias ideológicas, busquemos lo común, construyamos el futuro desde la asunción de nuestro pasado, sin estar echándonos muertos a la cara –pues todos podríamos sacar nuestros muertos, a veces de ambos bandos- y aprendiendo que es más, en el fondo, lo que nos une.

Hay que recuperar el prestigio tan degradado de las instituciones. Tenemos que dignificar la política como un servicio noble a la comunidad. Estamos transformando, de la mano de unos irresponsables, la nación en un erial, creando problemas que en el futuro pueden romper la común convivencia. Necesitamos unos políticos que sirvan, y no que se sirvan. Urge resucitar la ética en el desempeño de las tareas públicas. Porque si no, nos dirigimos al fracaso colectivo.

Por eso, ¿hasta cuándo dejaremos que los Anscharius de toda laya abusen de nuestra paciencia?

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