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24 Nov 2024
24 Nov 2024
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Soy profesor y por supuesto que utilizo ChatGPT

He dejado que la máquina hiciera lo que se le da mejor a la máquina, y gracias a ese descargo me he permitido más tiempo para hacer lo que se le da bien al profesor: leer, pensar y discutir lo que se lee y lo que se piensa, en soledad y junto con los alumnos

Ayer me preguntaron en una entrevista en la radio si utilizaba ChatGPT. Me di el gusto de contarle la verdad a las más de cien mil personas que podían estar escuchando. Es más, no solo me di el gusto de contar la verdad, sino que me di el gusto de presumir de ella. Y para que no quede solo para las ondas lo dejo por escrito: soy profesor y por supuesto que utilizo ChatGPT.

En el fondo, la gran mayoría de profesores, si no todos a estas alturas utilizan estas y otras inteligencias artificiales. De otra manera no podrían criticar a los alumnos por hacer lo mismo. Solo se puede criticar aquello que primero se disfruta en secreto.

Utilizo ChatGPT y lo admito abiertamente por varias razones. La más importante: porque no temo a las máquinas. No temo que una inteligencia artificial pueda sustituirme en mi labor docente o investigadora, porque nada de lo que hago en mis clases y en mis publicaciones puede hacerlo una máquina.

En mis clases no me dedico a repetir lo que he memorizado de un manual ni a leer la presentación de la pantalla; tampoco refrito mis propios artículos científicos para hacerlos pasar por nuevos. Todo eso podría hacerlo una máquina. De hecho, una máquina podría hacerlo mejor que yo. Si hiciera cualquiera de esas cosas tendría miedo de utilizar ChatGPT, y más todavía de reconocerlo, porque en cualquier momento ChatGPT podría sustituirme.

Otra razón por la que me alegra utilizar y admitir que utilizo ChatGPT es porque he ahorrado muchísimas horas de burocracia gracias a sus funciones personalizables. He creado GPTs para que rellenen hojas de cálculo interminables en las que había que ir celda por celda copiando y pegando datos que la Universidad ya tenía, pero que de pronto quiere en un enésimo tipo de formato distinto por no se sabe qué razón. Con otros de estos GPTs he rellenado en apenas media hora memorias de titulación de treinta páginas donde la tarea consistía en un aburrido «fill the gap» con datos cruzados de diferentes documentos interminables de cifras desprovistas de significado humano.

Hay más razones: con ChatGPT he encontrado referencias valiosísimas, pero insospechadas para abordar los marcos teóricos de nuevas investigaciones que nunca habría hallado con mi propia búsqueda en las bases de datos especializadas; he mejorado el reparto porcentual y el formato de mis rúbricas; he creado asistentes de evaluación y tutorización que han servido a mis alumnos para reforzar la materia en remoto de una manera más personalizada…

Como resultado de todo lo anterior, es decir, de ser docente y utilizar sin pudor, pero con responsabilidad y propósito la inteligencia artificial, he dejado que la máquina hiciera lo que se le da mejor a la máquina, y gracias a ese descargo me he permitido más tiempo para hacer lo que se le da bien al profesor: leer, pensar y discutir lo que se lee y lo que se piensa, en soledad y junto con los alumnos. Va a resultar que el mal de la burocracia y la vuelta del profesorado a la «misión de la universidad» se solucionaba a base de ChatGPT.

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