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11 Ene 2025
11 Ene 2025
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China: el gigante asiático siempre en chancletas

China hoy claudica en su plan original de comerse al mundo, al menos desde dentro; porque si ha quedado claro que de cara al exterior China cuenta más –mediando con Rusia en el conflicto con Ucrania, echando pulsos comerciales a los Estados Unidos, amenazando continuamente a Taiwán–, en su mercado interno cualquier tiempo pasado –y cercano– fue mejor

Hace unos días el buque chino Shang De Wu Yi Shang, como metáfora de la realidad china, solicitaba abrigo a la guardia costera española en Ares, junto al puerto de Ferrol, ya que las dos grúas de gran envergadura que llevaban como carga a Tailandia –acababan de cargarlas en Bremen, Alemania– se habían venido abajo, dejando al barco en condiciones complejas cuando el parte metereológico acababa de dar una alerta naranja. Porque si es bien digno reconocer que China, de un par de décadas a esta parte, ha crecido de manera desmesurada, no debería rasgarnos las vestiduras el asumir que el repetitivamente llamado gigante asiático lleva años, si no a la deriva, sí al menos muy lejos de sus sueños dorados, en una franca decadencia que ha pervertido el brutal nivel de gasto de una sociedad que ahora no se mete las manos en los bolsillos ni durante el invierno más crudo. 

Izquierdistas, liberales, anarquistas sin saberlo y todos los gobiernos y cuerpos diplomáticos, y por ende, la totalidad de los medios de comunicación que tienen algo que decir en este planeta, llevan eso, un par de décadas anunciando a bombo y platillo que China es el ejemplo a seguir, que si crece tanto que se van a acabar los calificativos gracias a sus porcentajes anuales de crecimiento, y que, también de forma cansina, es el país del mundo que ha sacado al mayor número de personas –cientos de millones– de la extrema pobreza. Y es una lástima que la frase, ya manida no se concluya con lo siguiente: China es el país del mundo que ha sacado a un mayor número de personas de la pobreza, pobreza que ellos mismos y el extremo comunismo de Mao Zedong ofreció a su propia población durante décadas. O dicho de otro modo: China sacó de la mierda a todos aquellos que previamente había metido allí. 

Aunque los medios españoles lo hayan pasado por alto, China lleva algo más de un lustro presionando para que aquella permisividad de comienzos de siglo con el extranjero, se cancele. Según números no oficiales, en China no quedan ni el 10% de los expatriados que, como yo, formábamos parte de, al menos, sus grandes ciudades durante la primera década de este siglo. En esos años, no era extraño toparse en la Concesión Francesa de Shanghái con negocios regentados por blancos caucásicos que recibían una clientela numerosamente extranjera perfectamente asociada con la local. En Pekín, dentro de su barrio diplomático de Sanlitun, ocurría lo mismo. Y hasta en Hong Kong, enclave devuelto por el Reino Unido a China, numerosos blancos salieron a la carrera antes de la pandemia, que fue cuando Xi Jinping comenzó a urdir su plan; durante la epidemia, acosados por las dificultades extremas; y tras la paralización absoluta y mundial, tras haberse dado cuenta que ya no éramos necesarios para la turbina atómica del PCCh que comienza a toparse con sus primeros signos claros de crisis.

Entre los factores determinantes para que China se haya estancado, está la crisis inmobiliaria, con su consiguiente caída en ventas de viviendas, cuando numerosos proyectos que se iniciaron al albur del crecimiento económico, se encuentran hoy tan terminados como abandonados a su suerte. Y claro, de la crisis inmobiliaria ha salido infectado el sector bancario, cuando hasta hace poco los créditos se ofrecían casi sin mediar palabra tanto a empresas como a particulares. Por lo que: la banca tiene menos trabajo, y por ende, menos bancarios, cuando la construcción ha devuelto a las calles a millones de albañiles –y lo que no son albañiles– que tratan aún de defender en público a un sistema que vuelve a hacer aguas, como antaño. 

El envejecimiento de la población –hay que recordar que hace unos años comenzó a levantarse la ley que encarcelaba a los mandarines si tenían más de un hijo–, gracias a las evidentes mejoras médicas y alimenticias, tampoco está ayudando demasiado. Pero este dato también debería ser desarrollado. Porque China, a la que tildan a su vez de manera constante como la segunda economía mundial –teniendo en cuenta que son 1.400 millones, ¿no deberían ser la primera?–, y aunque haya mejorado sus prestaciones hospitalarias que han elevado su esperanza de vida, sigue en la clasificación mundial lejos de la cabeza, concretamente en el puesto 66, por debajo de Kosovo y empatados con Bosnia y Herzegovina. 

Pero la razón esencial a la crisis china hay que buscarla en el jefe de su régimen: Xi Jinping, el cual ofrece los mecanismos para que el Estado controle cada vez más la economía, y esta, como no podía ser de otro modo, haya perdido su dinamismo de antaño. Xi Jinping, que ha decidido ser presidente del país a perpetuidad saltándose a la torera las normas anteriores que obligaban a que cada ocho años la cabeza de mando cambiara, asume la pérdida de crecimiento a cambio de un autoritarismo que sólo conocen los más viejos del lugar trufado de la clásica propaganda nacionalista, que tan bien funciona cuando las cosas se ponen feas. Pan y circo.

Otro asunto que ha paralizado y hecho decrecer a la economía china ha sido la cantidad de compañías extranjeras que, o bien por la subida de los costes o por la arraigada guerra comercial con los Estados Unidos, decidieron diversificar sus inversiones atraídos por países menos restrictivos y con mejores perspectivas económicas como lo son Vietnam, Bangladesh, Laos, Indonesia e incluso naciones africanas, donde abrir fábricas y producir es mucho más fácil que en China. 

Todo este nuevo maremágnum se ha visto acrecentado asumiendo que los consumidores –o sea, la población china–, y como no podía ser de otra forma, gastan menos, cuando numerosísimas empresas, donde se incluyen las estatales, han recortado salarios, además de que ya no se contrata con la facilidad de hace una sola década. Añadan a esto el mayor numero de licenciados universitarios que se ven sin salidas al mercado laboral –¿les suena de algo?– y habrán dado con la nueva realidad china: aquella que estancada busca otros sistemas internos para que el pueblo siga contento. Y claro está, el conflicto con la tan rebelde como independiente Taiwán es ya el pan y circo de cada día, a la vista que parecer y ser millonario ya no es tan fácil. 

Porque no es casualidad que a la vez que China perdía fuelle, Xi Jinping haya ido elevando el nivel de amenazas contra Taiwán, en lo que yo aseguro, será el comienzo de la Tercera Guerra Mundial, que ya les aseguro no se iniciará ni en Rusia, ni en Europa ni en los Estados Unidos. El trauma taiwanés, una nación independiente que aunque sí perteneció a China jamás lo hizo a la República Popular fundada por Mao Zedong en 1949, y que recibe la ayuda oficial de los Estados Unidos y secundariamente de Japón –los dos grandes enemigos mandarines–, se ha acrecentado, y nunca por presiones, amenazas o ataques de Taiwán, sino por todo lo contrario, llegando a haber estado varias veces el país democrático con su espacio aéreo cerrado gracias a las maniobras militares chinas en cielo taiwanés, preludio de lo que tarde o temprano ocurrirá. Claro que, cuando un taiwanés observa la decadencia de Hong Kong desde que China tomó el mando, el miedo crece, porque si alguna vez Taiwán fuera invadida y sometida, serán los taiwaneses los que pasarán a formar parte de la máquina de picar carne china, con su crisis económica palpable, su absoluta falta de libertades y su, porque no repetirlo, esperanza de vida bastante más baja. 

Un amigo en Shanghái y otro en Cantón me comentaban lo que ya es vox populi: el resurgir de las casas de masaje, tantas veces con final feliz, las cuales dan trabajo además de fomentar el placer al esquivar el estrés en estos tiempos de dificultades, en donde, y mira tú por dónde, hace años Xi Jinping inició una campaña de valores y todo eso, que visto el panorama, ha volado, literalmente, por los aires.

Para entender aún más la profunda crisis china, la cual ya aceptan hasta sus nuevas generaciones, sólo hay que observar sus chats y redes sociales donde se ha elevado por encima de cualquier movimiento uno que fomenta el alimentarse con sólo 500 yuanes mensuales, algo así como 70 euros. La campaña, exitosa hasta niveles sorprendentes, ha conseguido que decenas de millones de chinos no salgan a gastar a restaurantes y compren sólo lo más barato para cocinárselo en sus propias casas. Muchos de los desesperados han asegurado que incluso cuando encuentren trabajo continuarán con ese sistema, que al menos, les permitirá ahorrar. Ni que decir tiene que para vivir en China, y sobre todo en las grandes ciudades, con 70 euros al mes para realizar tres comidas diarias, la correcta alimentación de sus propagandistas volará, literalmente, por los aires. 

Otro asunto relevante es el silencio general a la hora de evaluar la que se supone gigantesca deuda china, que no sólo deja al país casi sin inversores extranjeros, sino que los propios ahorradores chinos que aún quedan –sigue existiendo en el país el mayor número de millonarios del planeta– se plantean, y en lo pocos casos, poner su dinero lejos del actual declive chino. 

Aunque mi análisis crítico sea superior al del resto, siempre he venido manteniendo que China era un bluf. Que sí, que había levantado ciudades que antes eran establos, hoy repletas de prolijos barrios donde abundan los rascacielos y donde el transporte público funciona –en realidad el subterráneo; porque otro drama chino es cómo manejan el tráfico–, pero que incluso así jamás me salían las cuentas viendo cómo cientos de millones de chinos, incluso en los momentos de máxima bonanza, ganaban 400 euros mensuales sino menos. Y que no se olvide lo mollar del pensamiento han, al menos, desde que el PCCh tomó los mandos de la nave: un ciudadano chino asume que le vaya mal e incluso muy mal si la nación, y aún más con la ayuda de la propaganda interna, sigue siendo el buque insignia de este mundo y la futura directora del poder mundial cuando desbanque –según les cuentan un día sí y el otro también– a los Estados Unidos. 

Como el barco que fue incapaz de transportar dos grúas y tuvo que ser remolcado por guardacostas gallegos, China hoy claudica en su plan original de comerse al mundo, al menos desde dentro; porque si ha quedado claro que de cara al exterior China cuenta más –mediando con Rusia en el conflicto con Ucrania, echando pulsos comerciales a los Estados Unidos, amenazando continuamente a Taiwán–, en su mercado interno cualquier tiempo pasado –y cercano– fue mejor. 

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