El voluntariado, por definición, es el reflejo de una conciencia social convertida en acción para dar respuesta a las necesidades sociales desde el compromiso y la cooperación. Según Oxfam Intermon, viajar al extranjero para colaborar en proyectos humanitarios es una tendencia que crece casi un 20% al año. Sin embargo, con el auge de las redes sociales en los últimos años, el fenómeno ha cambiado.
Son muchos los influencers -y también personas que no se dedican a la creación de contenido digital- los que viajan a países del sur global con ese complejo del salvador . En realidad, estos viajeros acuden a esas zonas con la intención de retratar cada detalle de las zonas más empobrecidas del planeta para después subirlo a redes sociales. Actúan, además, como supuestos héroes que, sin cuestionar sus privilegios y con una perspectiva de la vida totalmente diferente a la de estos países, se ponen a sí mismos en un papel de rescatadores y dan rienda suelta a su neocolonialismo moral.
Son los niños negros los que más suelen llamar la atención de estos viajeros. Niños que se te acercan para jugar contigo, para hablarte o para inspeccionarte porque eres alguien nuevo. Una persona que entrará en sus vidas por unos días y que después se irá para no volver a verlos jamás. Y así cada semana durante toda su infancia, por lo que no es de extrañar que desarrollen trastornos de apego graves.
A esto se le llama volunturismo y, aunque las intenciones puedan ser buenas, en la práctica sirve más para afianzar los prejuicios sobre el sur global. El volunturismo, o turismo de voluntariado, es una industria que lo petó tras la pandemia, llegando a rondar los diez millones de participantes por todo el mundo según el Ministerio de Asuntos Exteriores. Consiste en visitar un país en desarrollo como voluntario (no cualificado en la mayoría de casos) para ayudar a la comunidad, “salvando” así a los más necesitados.
Los jóvenes, impulsados por un cambio de aires y por el afán de compartirlo en redes sociales, se lanzan a estos proyectos que de primeras prometen algo único: construir una escuela en Kenya, proteger a los elefantes en Tailandia, o cuidar a enfermos en la República Dominicana.
Los voluntarios no cualificados hacen mal su trabajo
Lo que para estos viajeros puede ser un viaje gratificante porque consideran que han ayudado a la comunidad, la realidad es que muchos de estos voluntarios no cualificados molestan más que suman. Ya lo contaba Pippa Biddle en su blog hace siete años.
La Blogger visitó Tanzania como volunturista para llevar a cabo construcciones en comunidades vulnerables, sin embargo, los lugareños se pasaban las noches rehaciéndolas, ya que al ser realizadas por personal no cualificado presentaban graves defectos. “Participar en proyectos de ayuda humanitaria donde no eres particularmente útil no es beneficioso. Es perjudicial” señalaba Biddle.
Otro ejemplo es un reportaje de The Guardian, que refleja que una casa construida en Honduras por volunturistas cuesta —incluyendo sus viajes— 30.000 dólares. Esa misma casa construida por trabajadores locales saldría 2.000 dólares. Si en lugar de poner sus manos, hubieran hecho una donación, se podría construir muchas más viviendas, pero el origen solidario ha dado paso a un negocio en el que la organización cobra a los visitantes, en lugar de pagar a la población local.
En el caso de los orfanatos, algunos centros llegaron a reclutar a niños tras el aumento de la demanda de estos voluntariados. De esta forma, se ofrecía dinero a padres de la zona por ceder a sus hijos, separando así a más de una familia. Por no hablar de los trastornos de apego que sufren los niños, que ven cómo sus cuidadores van rotando y rotando en un bucle sin fin.
La pobreza como atracción turística
Los ‘volunturistas’ se gastaron 1.450 millones de euros en sus viajes durante 2019. Si bien los perfiles y las actividades varían, el turismo de voluntariado está compuesto en gran parte por voluntarios jóvenes, no cualificados que pasan estadías breves en comunidades vulnerables.
Los críticos dicen que el turismo de voluntariado transforma la pobreza en una atracción turística, en la que los visitantes desean ver sin involucrarse de manera significativa en ella. Los turistas-voluntarios pueden, sin darse cuenta, exacerbar los problemas que buscan combatir, quitando puestos de trabajo a residentes locales o reforzando los estereotipos denigrantes sobre las comunidades pobres en países en vías de desarrollo.
Voluntarios y postureo
Como no podía ser de otra manera, el volunturismo también ha llegado al mundo influencer. Un claro ejemplo es Dulceida, quien hace unos años dejó una instantánea que se viralizó automáticamente, cuando en su visita a Sudáfrica le regaló unas gafas de sol de su marca a los niños de la zona y los retrató. “Una hora con ellos no ha sido suficiente! Feliz por haberlos hecho sonreír. Ahora tienen nuestras gafas de recuerdo, yo sus sonrisas y el tiempo con ellos”, publicaba la creadora de contenido. El gesto le costó ser ‘cancelada’ tras convertirse en trending topic en redes, ya que su viaje fue visto como una campaña de marketing sin escrúpulos.
Otra de las influencers es Grace Villareal, que viajaba el año pasado a Ghana desatando el caos en redes tras mostrar a varios niños negros sin respetar la privacidad de los menores, algo que raramente se daría en países europeos si de niños de aquí se tratase.
Estas innumerables fotos con residentes locales al visitar África (como si de un solo país se tratase), extiende la idea de que la ayuda occidental salvará al continente de la miseria, reforzando esa necesidad de ayudar a toda persona no-blanca desde una posición de superioridad moral.
Satisfacer las necesidades de los voluntarios
La propia Biddle, después de investigar sobre el turismo de voluntariado, escribió su libro Ours to Explore: Privilege, Power and the Paradox of Voluntourism. En él explica que la industria está construida con el objetivo de satisfacer las necesidades de los voluntarios, pero no las de las comunidades. El problema no es simplemente que los voluntarios no estén formados para estas actividades, sino que el negocio en su totalidad parece ser una extensión de la mentalidad colonial y de las estructuras coloniales de poder económico y político.
Según explica, la historia del turismo de voluntariado cuenta con “demasiados casos” en los que los occidentales deciden en qué consiste la ayuda, mientras demasiadas comunidades luchan por que sus voces sean escuchadas. También afirma que el sector del turismo de voluntariado sigue funcionando sin que se produzca un cambio sistémico. “Cada año hay millones de personas que piensan que es correcto pagar por estar con niños vulnerables, y después difundir imágenes de ellos en internet. Esto no solo se considera aceptable, sino valiente”.
Son las propias agencias de viajes que permiten esta clase de voluntariados las que, según Biddle, son herederas y partícipes del colonialismo. “Los proveedores de viajes hacen las veces de cobradores de billetes en esta pantomima del progreso, la encarnación moderna de las empresas comerciales que ejercían el control en el colonialismo de antaño. Donde antes descargaban baratijas y recogían mercancías valiosas, ahora acompañan a los turistas voluntarios y los extraen cuando termina su viaje”.
“Erradica el complejo del salvador blanco. Olvida el relato único. Si quieres conocer África, hazlo por tu propio pie. Vive allí, convive con las personas e interésate por su vida. Verás que todo es muy diferente a como te lo han contado”, afirma Belinda Ntutumu, secretaria de Afromurcia en movimiento.
Según ella, el volunturismo se crea con afán de lucro y no de ayudar a la comunidad. Por eso no se consulta, para empezar, si las propias comunidades quieren aceptar ese proyecto de voluntariado. “La industria del volunturismo vive a costa de la pornografía de la pobreza y del sufrimiento ajeno. Mantiene un relato único con el estereotipo del salvador blanco porque si humanizaran a las personas que viven en los países de destino sería más difícil vender esos viajes”.