Hércules

Registrarse

|

Search
Close this search box.
Search
Close this search box.

|

9 Sep 2024
9 Sep 2024
EN VIVO

Las “variaciones” Bernhard (y II)

Frente a la moral de Zweig, Bernhard se revela como un absoluto misántropo antinatalista

Como ya adelantamos, el relato de Bernhard encubierto en sus “falsa” autobiografía parece escrito como negación del incluido por Zweig en su texto El mundo de ayer (1942), ya que, si uno elogia la música como educación de los niños, el otro la ve como un liberador de su melancolía; y donde uno plantea una moral progresista, el otro ve a unos inquisidores modernos; y donde uno hace un canto constante a la vida, el otro no hace sino plantear el suicidio como vía de escape de la vida; y donde uno muestra la vía para huir de la represión sexual, el otro se ve encerrado en ella. El deporte, en ese sentido, no iba a ser una excepción: en tiempos de Zweig, los centros de educación en Austria recibían el nombre de “gimnasios”, mientras que por su parte Bernhard escribe: «Nunca me causó placer practicar ninguna clase de deporte, la verdad es que siempre he odiado el deporte y sigo odiándolo aún hoy».

La filosofía de la supervivencia, que es la filosofía de Bernhard por encima de cualquier otra fuente intelectual, bebe mucho del vitalismo estoico: «Millones y millares de millones de débiles mentales producen una y otra vez y probablemente producirán todavía durante decenas de años y, posiblemente, durante centenas de años, una y otra vez, millones y millares de millones de débiles mentales». Como se ve, frente a la moral de Zweig, Bernhard se revela como un absoluto misántropo antinatalista: «El olor de la descomposición flotó todavía durante años sobre la ciudad, bajo cuyos edificios reconstruidos, por razones de simplicidad, se había dejado a la mayoría de los muertos».

En la descripción tenebrista que hace Bernhard de ciudad anónima de una Austria de posguerra mundial añade: «En ese estado, de repente otra vez totalmente sin esperanzas, que había sucedido a la llamada liberación como un suspiro de alivio después del dominio del terror nacionalsocialista, la ciudad dio, durante años, una impresión de desmoralización y de total cansancio de la vida, parecía como si sus habitantes hubieran renunciado a la ciudad y a sí mismos, y sólo unos pocos tenían el valor y las fuerzas necesarias para hacer algo contra la desesperación general».

Otra de las obsesiones de Bernhard, una fijación propia de esa conciencia aguda de la sociedad austriaca que encarnaba el autor de El malogrado (1983), fue como la misma moral nacionalsocialista provenía a su vez de una moral cristiana y volvió a fundirse en lo mismo tras su desarticulación a causa la derrota en la guerra mundial: «Así pues, después del año más lleno de acontecimientos que jamás he vivido, y del que no se puede hablar aquí, volví, atravesando la frontera, al extranjero patrio, y otra vez al internado, no al internado nacionalsocialista sino a uno católico, y al principio solo se diferenció para mí en el cambio del retrato de Hitler por la cruz de Cristo». En ese sentido, cabe señalar la similitud de esta conclusión con la que se extrae de la película La cinta blanca (2009) dirigida por el cineasta austríaco Michael Haneke.

Las experiencias de Bernhard

Más adelante, según Bernhard nos cuenta sus experiencias en un internado, ahonda en la misma idea ya mencionada: «La mayoría de los alumnos eran educados en el catolicismo por sus padres, lo mismo que antes, en la época nacionalsocialista, en el nacionalismo, por lo que a mi se refiere, ni en una cosa ni en la otra, porque mis abuelos, con los que me críe, no se contagiaron jamás, de una ni otra enfermedades, en el fondo sólo malignas». Sobre su experiencia educativa, Bernhard es tajante: «Pronto consideré el colegio instintivamente, como lo que es hoy para mí, con claro juicio, un establecimiento de aniquilación del espíritu». Algo sobre lo que también se extendería en tantos otros libros, de entre los que cabe destacar su obra tardía Extinción (1986), en la que se muestra especialmente virulento con el mundo rural de su país natal.

Desde el principio con la misma disyuntiva bernhardiana entre sucumbir a las circunstancias o sobrevivir mediante la voluntad e imponerse sobre ellas: «Tenía dos posibilidades, eso me resulta evidente todavía hoy, una, matarme, para lo que me faltaba el valor, y/o dejar el instituto, en un instante, y no me maté y me hice aprendiz». Con este giro vital empieza la segunda parte de su autobiografía: «El hombre no se deja aguar la fiesta por el aguafiestas. Durante toda mi vida he sido uno de esos aguafiestas, y seré y seguiré siendo siempre un aguafiestas, cómo me calificaban siempre mis parientes. Lo seré con cada aliento, con cada línea que escribo. Mi existencia, durante toda mi vida, ha molestado siempre. Siempre he molestado, y siempre he irritado. Todo lo que escribo, todo lo que hago, es molestia e irritación. Toda mi existencia no es otra cosa que in molestar y un irritar ininterrumpidos».

Frente a la deleznable educación católica oficial y oficialista, el protagonista de estos Relatos autobiográficos se cría con su abuelo: «Mis recuerdos más hermosos son esos paseos con mi abuelo, caminatas de horas en medio de la naturaleza, y las observaciones hechas en esas caminatas, que él supo desarrollar en mi poco a poco, convirtiéndolas en un arte de la observación». Y es justo por esa influencia que Bernhard desarrollará extraordinarias dotes de observación moral, especialmente en lo relativo a la hipocresía propia de toda sociedad puritana: «No es difícil comprobar en un hombre un, así llamado, defecto mental o físico y convertir a ese hombre, a causa de ese, así llamado, defecto mental o físico, en centro de la diversión de toda la sociedad».

Bernhard no era un moralista al uso porque, en el fondo, no creía en la moral establecida: «Y la sociedad humana es, en ese sentido, la más abyecta porque es la más refinada». A continuación añade: «Y los siglos no han cambiado en ello lo más mínimo, al contrario, los métodos se han perfeccionado y, por ello, se han hecho más horribles, más infames, la moral es una mentira». Y con estas palabras concluye El origen, en lo que puede ser considerado como un programa “inmoralista” para toda una «transvaloración de los valores» proveniente de un vitalista que rechazaba a Nietzsche junto con toda la cultura germanófila de la que procedía. Genio y figura.

Comparte la nota

Deja un comentario

Noticias relacionadas

Reprogramando la hiperrealidad

Todo el Sistema pone en marcha un gran dispositivo de propaganda para poder perpetrar el...

Hércules y Ninurta: los mitos de Sumeria

Los Trabajos de Ninurta, también a veces en número de doce, se extienden por una...
No hay más noticias
Scroll al inicio

Secciones

Secciones