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25 Nov 2024
25 Nov 2024
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El triunfo del discurso sobre la acción

Se ha vuelto imprescindible que las iniciativas políticas generen un impacto en la opinión pública. Lo que se busca no es tanto la acción en sí misma, sino el efecto que esta acción pueda tener en la percepción de la ciudadanía. Es la foto la que causa la promesa, y no la acción en sí la que causa la foto

La política se sostiene en tres pilares fundamentales: las políticas públicas, la técnica y la comunicación. Estos elementos son determinantes y la comunicación, en particular, ha cobrado un papel desmedido que puede desviar la atención de decisiones informadas y efectivas, afectando el funcionamiento del país.

Se ha vuelto prioridad ganar elecciones y perpetuar el poder a toda costa, y para ello se toman medidas oportunistas que influyen al resto de decisiones de Estado. Es común en periodo de campaña que los partidos llenen su discurso de medidas partidistas de atractivo inmediato, pero de cuestionable profundidad, que causan atracción al conjunto de la población.

En esta etapa de campaña se producen industrialmente, en todos los frentes, discursos semivacíos de poco impacto real, para más tarde en la legislatura aplicar medidas menos populares, pero supuestamente más efectivas. Esta estrategia no solo distorsiona la esencia de la política como mecanismo de acción y cambio, sino que, una vez alcanzado el poder, la retención de este se vuelve a convertir en el fin último. Esto es un juego tremendamente peligroso que elimina el poder de actuación de la política y que conlleva a que se esconda o se limite la actividad pública.

Las consecuencias de la política declarativa

De esta forma nos condicionamos por la política declarativa: los discursos acaban comprometiendo la actividad política, y no al contrario. Recordemos aquel discurso de Casado atacando frontalmente a Vox en la moción de censura, en un tono que se elevó más de lo esperado y que pareció condicionar, a partir de aquel discurso y no antes, la relación venidera en virtud de no contradecir la propia palabra.

Un caso similar se observó en el discurso de Albert Rivera durante la noche electoral de 2019. En un momento de alta emoción, potenciado por unos resultados que rozaban el sorpasso al Partido Popular, Rivera descartó públicamente en un tono burlesco la posibilidad de un pacto con Pedro Sánchez. Esta decisión, en base a un requerimiento de solo una fracción de su electorado, pudo precipitar no solo el declive de su propio partido, sino también el inicio de la legislatura de Pedro Sánchez con los socios de Podemos, entre otras causas y consecuencias.

Esto trasciende la mera imagen a la que nos referíamos anteriormente: se trata de declaraciones que terminan por modificar comportamientos y definir las políticas que se defenderán posteriormente. Es un plan ejecutado por el final.

Qué decir se vuelve prioridad ante el qué hacer

Todo esto es generado por un exceso de acción en el que no hay tiempo para la reflexión. Qué decir se prima sobre el qué hacer. Todos recordamos los giros de 180 grados que se daban con datos e información oficial relacionada en la crisis del COVID. Es tal la necesidad de ser el primero y en generar noticias en construcción, que se pasa por alto el impacto real y duradero de dichas decisiones en la vida de las personas.

Lo mismo ocurre con el idioma politiqués en el que hoy en día encuentran los políticos su zona de confort, y que establecen en la nada el objetivo virtuoso de su discurso para salir de la situación. En este terreno distorsionado de la política, el problema principal no es solo la promoción de ideas erróneas, sino también la falta total de estas. Se convierte en un esfuerzo continuo por complacer al otro, sin una comprensión genuina de sus verdaderas necesidades.

Vivimos en una era de spoilers y velocidad política. Aparecen cortinas de humo que rozan la grosería, como hemos podido ver con la supuesta relación del exministro Ábalos con su mano derecha Koldo García, o el cuestionable “periodo de reflexión” del Presidente del Gobierno para frenar los rumores justo el mismo día que se supo que su esposa estaba siendo investigada. El presidente se tomó unos días para luchar contra los bulos, justo cuando supo que no eran tales. ¿Entienden de qué va esto?

La política del zasca está llevando a priorizar el ganar debates y tener la última palabra por encima de encontrar terreno común y determinar áreas para colaborar efectivamente. Los fallos son tomados como huidas hacia delante en el que se toman asunciones y suposiciones especiales para justificar la contradicción de su propio discurso. El reino de los asesores surfea el caos, donde se observa una marcada tendencia hacia la hiperpersonificación, un fenómeno que difumina las fronteras entre lo profesional y lo personal.

Es urgente recuperar la integridad y la autenticidad en la política. Es necesario priorizar las acciones sobre las palabras, la reflexión real sobre la reacción inmediata. Está en nuestras manos redirigir el curso de la conversación. La llave del debate público está en cada uno de nosotros; es determinante que no permitamos que se degrade por falta de profundidad o significado.

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