El 12 de octubre de 2015, el productor y presentador progresista Jordi Évole encendió su televisor y se agarró un tremendo berrinche. «¿Quién fue el lumbreras que decidió poner una bandera en el canal público infantil? Dejen a los niños en paz», comentaba en Twitter, donde además adjuntaba una captura de pantalla, en la que se veía una rojigualda sobreimpresionada durante un capítulo de los dibujos Géronimo Stilton en Clan TV. En aquel momento pensé que Évole era víctima de un disgusto ridículo, pero hoy estoy convencido de que tiene toda la razón con sus temores: se empieza enseñando a los niños a querer a su bandera y corres el riesgo de que terminen amando a su patria, limpiando barro en Valencia sin pedir nada a cambio y hasta proclamando que está mal que un extremeño tenga que pagar más impuestos que un catalán y un vasco a cambio de la peor red de trenes de Europa.
Como bien intuye Évole, el patriotismo es como los porros: das un par de caladas inocentes para encajar en tu grupo de amigos y te arriesgas a terminar en la heroína, que sería —por ejemplo— disfrutar de las celebraciones de la Eurocopa e incluso sonreír cuando Rodrigo y Morata gritan «Gibraltar español». En el otro lado del espectro, para los que todavía crean en el eje izquierda/derecha, tenemos al combativo Federico Jiménez Losantos, autor de aquella frase demoledora donde explicaba que «si Pablo Iglesias hubiese abrazado la rojigualda y a la Virgen del Pilar, hace tiempo que estaría en la Moncloa”. No se puede explicar mejor, a pesar de que Losantos odie cualquier tipo de comunión sociocultural con los de abajo.
En el fondo, Losantos y Évole no ocupan posiciones tan distintas: ambos son pequeños magnates liberales, narcisos mediáticos que detestan cualquier verdad eterna que se coloque por encima de ellos, de ahí sus problemas con la religión católica y con la defensa de las fronteras de la patria. Los dos buscan sermonear para hacer caja con sus batallitas boomer, que nuestro país tiene más que superadas. ¿El mejor contraste con la España de abajo? Según una encuesta de Sigma 2, publicada por El Mundo en el Día de la Hispanidad de 2022, el 77% de la población —tres de cada cuatro— se sienten “muy” o “bastante” orgullosos de ser españoles. Esto es lo habitual en cualquier país, pero aquí invita a montar una fiesta.
En casi todos los países del planeta se está dando la misma batalla política, donde unas élites turboliberales (macrones, trudeaus y kamalas) están perdiendo pie frente a los tribunos de las plebe (trumps, orbanes y lepenes). El progresismo de nuestro país quiere vendernos que somos una excepción porque votamos y toleramos demasiado a Vox, alegando que «esto no se permite en ningún lugar de Europa». En realidad, lo excepcional es que Vox no suba más rápido y que no vivamos un sorpasso al Partido Popular, que no ha presentado más proyecto que el antisanchismo y esperar —mano sobre mano— a que llegue su turno de gestionar la ruina española. Vivimos un ciclo social deprimente, del que pronto saldremos, como hemos hecho siempre. Y saldremos reforzados.