La palabra honor procede de honos-honoris, que en la antigua Roma hacía referencia al premio público que se le otorgaba a aquella persona que era considerada recta, decente y digna. El significado actual del honor no difiere en exceso del de hace dos mil años, pero sí es cierto que el honor, como concepto, ha tenido una significación e importancia distinta a lo largo de la historia. Sin duda, el punto culminante se alcanzó en la Edad Media, donde se llegó a codificar el honor, apareciendo la figura del caballero y la idea del amor cortés.
La definición de honor es algo confusa, de preguntar por la calle su significado lo más probable es que las respuestas fueran diversas entre sí. Pero sí que cabe afirmar que el honor es una construcción en el imaginario colectivo de una cualidad moral vinculada al deber, la virtud, el mérito o el heroísmo.
Ahora permítanme la osadía de dar mi propia definición. Para mí, el honor es hacer lo que debes hacer, y está fuertemente vinculado a lo masculino, sin que con ello diga que es independiente de la figura femenina; pero, dada la complejidad de esto último, lo dejaremos para otra ocasión. El honor era la brújula que guiaba las acciones de nuestros antepasados, perderlo era casi peor que perder la vida. A lo largo de la histoira, sociedades e imperios enteros se han configurado en torno al concepto del honor, como pudo ser el Imperio japonés (1868-1945). No es que yo quiera volver a una sociedad, a mi juicio, tan atroz, pero sí creo que perder la básica concepción del honor nos ha convertido en una sociedad mucho menos virtuosa.
Existen abundantes ejemplos en la historia donde el honor ha dado cabida a historias y anécdotas irrepetibles, prueba de ello son los soldados españoles de los tercios. El honor era un elemento central en la España de los siglos XVI y XVII, donde el carácter hidalgo y cortés, sencillo, humilde y valiente forjó, no solo uno de los mejores ejércitos de la historia, sino también la mejor creación literaria que se haya escrito jamás, el siglo de oro español.
Los ideales correctos
Creo que el honor está íntimamente ligado a la defensa de los principios e ideales correctos. Una persona honorable tiene la obligación moral de defender siempre lo correcto, la defensa de sus principios debe ser hasta las últimas consecuencias. Si dejamos de defender, por miedo o debilidad, lo que creemos o sabemos que es correcto habremos perdido nuestro honor y, en esencia, también a nosotros mismos. El carácter de una persona lo forjan los principios y la defensa que hace de ellos. Hoy en día cada vez es más complicado ver personas con principios sólidos, pues no encontramos otra cosa que mercenarios ideológicos que tienen por lema la famosa frase de Groucho Marx: “Estos son mis principios, y si no te gustan, tengo otros”.
En definitiva, el honor es un deber y la defensa de los principios correctos constituye la cualidad indispensable de una persona respetable y leal. Es posible que intentar mantener hoy el honor parezca algo de otra época, o incluso les lleve a perder amistades, parejas o familiares, pero lo fundamental es no traicionarse a uno mismo y mantener la conciencia tranquila.
