Algunos animales extraordinarios acompañan el periplo del héroe en el cuento maravilloso y en el mito antiguo y muchas veces, como estudió Vladímir Propp, destaca el caballo como compañero inseparable del viaje del ser humano. De hecho, hay un punto de inflexión en la narrativa popular que ha hecho a algunos folcloristas hablar de cuentos de antes y después de la domesticación del caballo en las estepas de Eurasia, hace millares de años. Parece que los corceles vinieron a sustituir a las aves en el anhelo del ser humano por alcanzar velocidad y altura. Como quiera que sea, el héroe encuentra en estos caballos rivales terroríficos y a la vez monturas que debe domeñar. Los caballos en los cuentos pueden ser de muy diversos colores, como se ve, por ejemplo en los cuentos rusos o irlandeses: básicamente blancos, negros y de color rojizo. En esta tipología tricolor hay poderes especiales: muchos de ellos se caracterizan por respirar fuego y otros, por devorar carne humana. Los hay que son infernales y otros que levantan el vuelo… Estas eran ideas de los cuentos que acompañaron la expansión de los pueblos nómadas por el mundo antiguo, desde los indoeuropeos a los mongoles. Viene esto a cuento del octavo trabajo de Hércules, que supone el enfrentamiento del héroe con unos corceles terribles y de leyenda.
En este caso, se trata de la aventura de las yeguas de Diomedes, el enfrentamiento del héroe, quintaesencial contra unos corceles sobrenaturales que eran propiedad de un rey malvado, No hay que confundir a este Diomedes con el que aparece en Homero, hijo de Tideo. Este Diomedes aparece perfilado como un rey semibárbaro que vive en la salvaje Tracia, hijo de Ares que, como un malvado arquetípico, atenta contra la xenía u hospitalidad, obligada culturalmente para los griegos, y daba muerte a sus huéspedes para alimentar a sus yeguas con su carne No sabemos si las yeguas eran de natural antropófagas o si se había provocado esto gracias a la dieta horripilante a que las sometía su dueño. Eristeo envió a Hércules en un nuevo trabajo imposible para que se alojara con Diomedes y domara a esos caballos, en un el emplazamiento de la ciudad de Tirida, cerca del Mar Negro. Las yeguas eran cuatro y tienen nombres curiosos en la leyenda: Podargos (veloz), Lampon ( brillante), Janto (rubio) y Deinos (terrible)
Hay varias versiones acerca de la hazaña. En una, Hércules marcha allí con una serie de compañeros, entre los cuales se encontraba el joven Abdero: mientras combatía a Diomedes, y a sus hombres, dejó a este Abdero vigilando las yeguas, que estaban encadenadas. Hércules venció al malvado rey, pero las yeguas devoraron a su amigo. Como castigo, Diomedes fue entregado por Hércules a sus propias yeguas para que se lo comiesen (como pintó Gustave Moreau en 1865, Musée des Beaux-Arts de Rouen) y, en honor de su compañero caído, el héroe fundó la ciudad de Abdera con su nombre. Luego las yeguas fueron trasladadas a MIcenas y se las acabó regalando a la diosa Hera. Hay quien dice que de ellas, que murieron en el Olimpo descendían los caballos de la guerra de Troya y, según quiere la leyenda, también el célebre Bucéfalo, rocín de Alejandro Magno Otra versión quiere que Hércules se alojara como huésped de Diomedes y hubiera de permanecer en vela para no dormir y ser entregado a las yeguas: las versiones hablan de varias estratagemas para su victoria, como asustar a los corceles, inundar la llanura tracia, etc. Hay diversas versiones, pero lo común e invariante es este motivo de la yegua devoradora de hombres. En obras posteriores, como los Trabajos de Hércules de Agatha Christie y la serie de novelas juveniles de Percy Jackson, aparecen alusiones a estas yeguas malvadas.