Orfeo es el paradigma del poeta… Y venerando al poeta, sus fieles, que somos aquellos escépticos en todo lo ajeno a la propia nocturnidad que es inherente a la literatura, leemos: «Como todos los poetas, Orfeo está inspirado por las Musas, hijas de Zeus y de Mnemósine. Orfeo habría aprendido de su madre Calíope lo esencial de su doctrina en el monte Pangeo, una montaña de Tracia entre el Estrimón y el mar».
Curiosamente, su origen biográfico ubica a Orfeo en el seno del pueblo Tracio, que era ágrafo. Si bien no hay duda de la entidad mítica del personaje, que a diferencia de, por ejemplo, la guerra de Troya, carece de todo fundamento histórico… Ya que, según parece, Orfeo es tan irreal como Hermes Trimegisto y tantos otros falsos personajes históricos detrás de los cuales se oculta el verdadero hermetismo.
¿Quién es Orfeo? Además de un mito podemos (y debemos) decir que la anticipación de una figura fundacional a la manera que más tarde desarrollarían los hebreos: «Los aspectos de la personalidad de Orfeo que los hebreos de este período juzgaron dignos de atención fueron: primero, el poeta, cantor y místico, cuyas cualidades proféticas favorecen la aproximación a David, y segundo el teólogo, fundador de una religión del libro y de cultos mistéricos que invitó a ponerlo en relación con Moisés».
¿Qué representa Orfeo? Orfeo es un personaje más allá de toda delimitación: «El testigo humano confrontado con el ser incondicionalmente necesario, vive la experiencia de hallarse al filo de la absoluta entre la existencia actualizada por el derecho creador divino y su cuota de inexistencia; o entre el ser y la nada, la existencia mística alcanza su máxima hondura en esta angustiosa existencia». Orfeo habita el límite entre dos condiciones (tracios-griegos), tiene dos orígenes (humano-divino), tiene dos naturalezas (contemplativa-acción), pertenece a dos mundos (el de los vivos-el de los muertos), etcétera. Su naturaleza es, en esencia, liminal.
De nuevo, los fieles poéticos del mayor de los infieles dogmáticos leemos: «No es extraño que luego Orfeo fuera asumido como profeta del nacimiento religioso que pretendía una especie de liberación de las almas y ascenso final, tras los adecuados ritos de purificación e iniciación. No carece de lógica que el cristianismo en sus primeros tiempos vacilara en atribuirle al personaje mítico ciertos rasgos del profeta asimilables a su propia religión. El rasgo que predomina sobre todo este conjunto es el de la transgresión. El mito de Orfeo antes que nada habla de un hombre que trasciende las barreras que separan al hombre de la divinidad».
Tan solo en esta característica casa perfectamente con ese individuo moderno que Albert Camus cifró bajo la brillante analogía del «extranjero» en la novela de título homónimo de 1942. Los conceptos taoístas del Yin y el Yang evocan la cara y la cruz de una moneda que, por ser diferentes, no dejan de completarse. Al contrario. Y Orfeo, una vez más, completa esa dicotomía volviéndose emblema de la extranjería liminal, de la única pertenencia que, por su naturaleza fronteriza, excluye todas las demás derivas identitarias que, a la postre, siempre resultan incompatibles con la literatura.
Sin embargo, Eurídice no es la otra parte de Orfeo, aunque sí representa una Otredad: Eurídice tiene un papel pasivo en el mito, casi de mcguffin. No habla, solo es visualizada por el poeta. Como tantas otras figuras femeninas del imaginario heleno, en un principio carecía de nombre y ni siquiera aquel que manejamos hoy es definitivo. Su voz está ausente en la historia, y esta apariencia idealizada puede hacerla coincidir con las musas renacentistas. Porque hablar de Eurídice supone hablar de Penélope o de Laura o de Dulcinea o de Beatriz o de Sohpia… Y de quien sea que ahora esté leyendo estas líneas: eres tú. Es el camino del corazón que llevas escondido dentro de ti, querido lector.
A Orfeo se le han atribuido poesías existentes: «Es característico de los poemas atribuidos a Orfeo el intento de tender puentes entre hombres y dioses, entre vida y muerte, entre este mundo y el Más Allá». Algunos poetas claudicaban de la autoría a cambio de conferirle a su obra el prestigio propio de un origen semidivino; pero Orfeo no podía realizar obras reales porque jamás existió; y es precisamente esa inexistencia (que algunos podrían querer extender a otras figuras de culto como Mahoma, y que en el fondo aluden a una Verdad interior latente y presta a ser despertada y, con ello, despertarnos) lo que hace de Orfeo un personaje más real que la propia realidad cotidiana: directamente incrustado en el terreno del mito y del símbolo y del sueño y de la poesía.
Aquello que, en cambio, si realizó Orfeo, en tanto que personaje mítico, fue un descenso ad infernum: «La catábasis, ante todo, fundamenta las creencias sobre el Allende con una descripción de la suerte futura de las almas. Pero el descenso a los infiernos es, además, fuente de conocimiento, que es atemporal, en tanto que el Más Allá es un lugar ajeno en el transcurso del tiempo en el que, por ello, pasado presente y futuro se presentan».
Como todos los grandes héroes míticos, la catábasis pone a prueba la identidad de Orfeo, invita a recalar en la metanoia, en el más del puro nosce te ipsum y, cuando supera todas esas derivas imposibles pero necesarias, revela su ser: «La memoria supone una fuente ineludible de un saber que resulta esencial no olvidar, pues es la llave para no olvidar… La memoria es un instrumento que asegura la continuidad en el mundo de los muertos y, por tanto, la conservación de la propia identidad».
Orfeo representa, por ello, la imagen arquetípica del poeta y el músico, que en el fondo son lo mismo; si bien bajo ambas late la misma figura sintetizadora: la figura del místico; y justamente eso es lo que encarna Orfeo: «La ética del poeta es una entrega (“ascesis de sí mismo”), un no reservarme nada; es un transformar el reconocimiento admirado en vida y conciencia, desdiciéndose».
Descender para ascender es el secreto de la escalera interior que lleva al centro del espíritu, encarnado bajo la forma emblemática del corazón vertical del Ser. ¿Qué se halla detrás del descenso de Orfeo a los infiernos y su fracaso? El Destino: «La noción de fatum tiene sus complejidades, incluso la incoherencia que encierra en sí misma toda doctrina fatalista que el mismo tiempo pretende ser humana. No necesitaba a Homero, ni tampoco a los etruscos, para desmembrarse en unos destinos fijados por los dioses y un destino superior, anterior a los numina de los dioses, y entra un mecanismo inmutable, ciego, y una providencia atenta a los méritos hombres». En otras palabras: nadie juega con la poesía, esa encarnación divina, y sale indemne después.