Imagen: EFE
Michel Barnier quedará en los anales de la historia como el primer ministro más veterano y, paradójicamente, el más efímero de la V República francesa. Su caída, tras una moción de censura que buscaba golpear directamente al presidente Emmanuel Macron, se convierte en un símbolo claro de la política actual: una maquinaria despiadada que ignora trayectorias y méritos. Pero Barnier no era un político común.
De Albertville al Brexit: el negociador implacable
Reconocido por haber organizado los Juegos Olímpicos de Invierno de 1992 en su Saboya natal, Barnier cimentó su prestigio al enfrentarse a la diplomacia británica durante las negociaciones del Brexit. Con calma y meticulosidad, logró exasperar a sus interlocutores al otro lado del canal y asegurar un acuerdo favorable para la Unión Europea. Sin embargo, el hombre recto, gaullista y europeísta que pudo haberse retirado con esa victoria grabada en la memoria colectiva, optó por aceptar un desafío político mayúsculo: un encargo de Emmanuel Macron para reconciliar lo irreconciliable.
Un encargo envenenado
En septiembre, Barnier asumió el liderazgo de un Gobierno enfrentado a un Parlamento fragmentado y dominado por el odio, la rabia y la sed de venganza. Subestimó las tensiones acumuladas y llegó a Matignon con exceso de confianza. Su debut, marcado por un intercambio sarcástico con su predecesor, Gabriel Attal, dejó entrever un tono que no tardaría en volverse en su contra.
Convencido de que su habilidad negociadora sería suficiente para resolver el caos político generado tras la derrota de Macron en las elecciones europeas y la posterior disolución de la Asamblea Nacional, Barnier no percibió que su destino ya estaba sellado. La decisión de Macron de ignorar la victoria de la izquierda y bloquear la nominación de Lucie Castets como primera ministra dejó el futuro del Gobierno en manos del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen.
El giro hacia la derecha radical
Desde el primer día, Barnier buscó asegurar apoyos entre los diputados de la derecha más conservadora mediante nombramientos polémicos, como el de Bruno Retailleau en el Ministerio del Interior, o medidas como una severa reforma migratoria. Sin embargo, ninguna concesión fue suficiente. El miércoles, al emplear el artículo 49.3 de la Constitución para avanzar un presupuesto que debía recortar 60.000 millones de euros, firmó su sentencia política: la moción de censura no tardó en materializarse.
Un gobierno fantasma y una salida anunciada
Durante tres meses, Francia vivió un simulacro de gobierno. Aunque Barnier y su equipo trabajaron arduamente en un presupuesto para contener el déficit, su papel nunca fue considerado legítimo por los extremos de la Asamblea. Al final, la moción de censura dirigida contra Macron utilizó a Barnier como cabeza de turco.