El camino trazado por el Estado Islámico de Jorasán, con base en Afganistán, ha sido similar al de la gran mayoría de grupos terroristas. El patrón de estas organizaciones suele consistir en: comenzar con ataques locales, expandir su alcance y entrenar a sus miembros, y finalmente, si es posible, llevar a cabo operaciones más allá de sus fronteras inmediatas.
La entidad afiliada al Estado Islámico con base en Afganistán emergió como punta de lanza del Califato Islámico. Las sospechas en torno a la reciente masacre en Moscú apuntan hacia esta organización, que ha estado operando bajo el radar durante años. Hasta este momento no se había establecido un vínculo directo con la rama específica de Jorasán. Sin embargo, tras la reivindicación del atentado terrorista en Moscú el foco mediático se ha puesto sobre sus miembros. En una segunda declaración, la atribución carece de una designación geográfica precisa, lo que sugiere la posibilidad de una red terrorista como responsable, con militantes que se mueven entre las mencionadas zonas de operación y Turquía, la cuál sería utilizada por la organización terrorista como punto de tránsito.
Jorasán, formado aproximadamente en 2015 por disidentes talibanes y paquistaníes insatisfechos con la organización matriz, ha reunido a otros desertores y ha logrado reunir una fuerza de aproximadamente 2.000 hombres. A pesar de la eliminación de algunos líderes importantes por ataques con drones estadounidenses, la facción ha continuado con sus operaciones, demostrando su capacidad con la masacre en el aeropuerto de Kabul durante la retirada de las tropas estadounidenses.
La inteligencia occidental ha estado advirtiendo sobre el peligro de Jorasán, especialmente debido a sus vínculos con antiguas repúblicas soviéticas y el Cáucaso, así como a sus simpatizantes en Europa. Particularmente, los agentes de inteligencia se han centrado en sus operaciones en Rusia e Irán. Desde 2020, se han producido arrestos de terroristas vinculados a Jorasán en varios países europeos, con células que planeaban ataques durante festividades religiosas y en lugares de culto.
Los expertos en la materia aseguran que el grupo terrorista se vale de tácticas típicas de estas entidades, con seguidores bien entrenados que establecen bases logísticas en países vecinos para facilitar la infiltración y la ejecución de ataques coordinados. Esta estrategia va más allá del lobo solitario, conformando grupos de varios terroristas para cada ataque, y busca infligir el máximo daño posible.
El reciente atentado en Moscú evoca recuerdos de ataques anteriores en Europa, como el producido en la sala Bataclan en París y el aeropuerto de Bruselas, así como los asedios en la escuela de Beslán y el teatro de Dubrovka, perpetrados por extremistas chechenos. Este cruce entre lo «viejo» y lo «nuevo» sugiere un aumento en la popularidad de la rama afgana del Estado Islámico en comparación con la tradicional.
La historia del terrorismo está marcada por ciclos de violencia, períodos de reorganización y resurgimiento. Aunque los métodos pueden variar, la esencia sigue siendo la misma. Los ataques perpetuados por el Estado Islámico de Jorasán son un recordatorio de la persistencia y la adaptabilidad de los grupos terroristas, que continúan representando una amenaza para la seguridad global.