Desde el estallido de la guerra civil en Siria en 2011, Turquía se ha mantenido como uno de los actores más consistentes en el conflicto. Bajo el liderazgo del presidente Recep Tayyip Erdogan, su Gobierno islamista apoyó inicialmente a los manifestantes contrarios al régimen de Bashar Al -Assad, primero instando a Damasco a escuchar sus demandas, luego acogiendo a los refugiados que huían de la represión, y finalmente armando a las facciones rebeldes.
Mientras otros países árabes reconciliaban sus diferencias con Asad y lo reintegraban en la Liga Árabe, Turquía continuó respaldando a los insurgentes, incluso desplegando su ejército en el norte de Siria.
Un cambio en el tablero
En los últimos meses, Ankara parece haber consolidado su posición. “Hace un mes, Turquía era el actor más desafortunado en la ecuación”, afirma Jaled Joya, expresidente de la Coalición Nacional Siria. Sin embargo, la ofensiva relámpago iniciada el 27 de noviembre, que ha precipitado el colapso del régimen, ha cambiado la dinámica. Aunque Turquía niega haber liderado la operación, fuentes gubernamentales reconocen que estaban al tanto y trataron de mediar con otras potencias.
Los combatientes del Ejército Nacional Sirio (ENS), armados y financiados por Turquía, jugaron un papel, aunque la ofensiva estuvo liderada principalmente por Hayat Tahrir al Sham (HTS), un grupo salafista señalado por la ONU como organización terrorista. Pese a su limitada influencia directa sobre HTS, Turquía proporcionó suministros y ayuda humanitaria que resultaron esenciales para sus operaciones.
La nueva influencia turca
“Turquía es ahora el actor externo más influyente en Siria”, señala Ömer Özkizilcik, analista del Atlantic Council. Además de los más de tres millones de refugiados sirios en su territorio, Ankara ha establecido vínculos profundos con jóvenes que han estudiado en universidades turcas y con la oposición política radicada en el país. Según expertos, las constructoras turcas esperan obtener contratos lucrativos para reconstruir una Siria devastada por años de guerra, similar a lo ocurrido en Nagorno Karabaj tras el apoyo militar turco a Azerbaiyán.
Los perdedores: Irán y otros actores
Por otro lado, Irán emerge como uno de los grandes perdedores tras la caída de Assad. La República Islámica, que había sacrificado numerosas vidas en apoyo del régimen, enfrenta el rechazo visceral de los rebeldes sirios. Incluso su embajada en Damasco fue asaltada recientemente. “Irán no tendrá un papel en el futuro de Siria”, sentencia Joya.
Rusia, en cambio, podría mantener su influencia si adopta una postura diplomática constructiva. El líder de HTS, Abu Mohamed Al-Jolani, ha intentado tranquilizar a Moscú y Pekín, asegurando que su único objetivo era el régimen de Assad.
EE. UU., los árabes y el dilema kurdo
Estados Unidos, con unos 900 soldados en el noreste de Siria, apoya a las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), lideradas por milicias kurdas que Turquía considera terroristas. Este conflicto entre aliados complica la relación entre Ankara y Washington. “EE. UU. buscará integrar a los kurdos en el nuevo Gobierno sirio, pero Turquía vetará la participación de las YPG”, asegura Joya.
Mientras tanto, los Estados árabes, que inicialmente respaldaron a Assad, parecen haber perdido peso en la región. Según el opositor Muhamad Otri, “intentaron reflotar al régimen, pero solo recibieron drogas”, en referencia al narcotráfico de captagón utilizado por el régimen para financiarse.