El día 23 de febrero de 1981 es recordado por muchos españoles como uno de los momentos más tensos de la historia reciente. En un momento de cambio político radical, pasando de una dictadura a una democracia, buena parte de la población temía que el golpe de estado acabase triunfando y el proyecto democrático quedase en nada.
El intento de Golpe de estado ocurría en un momento de gran inestabilidad política. El gobierno de la UCD colapsaba sobre si mismo, el terrorismo de ETA se hacía cada vez más destacado y España se encontraba golpeada por una fuerte crisis económica.
Ante esta situación, en un ejército enfurecido ante la legalización del PCE en 1977, así como molestos con las políticas civiles, se comenzó a fraguar la idea de hacer caer el gobierno democrático. Más concretamente, 33 cargos militares estuvieron implicados, siendo los de más alta graduación el Coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, y los generales Milans del Bosch y Armada.
El Golpe
La idea del golpe de estado llevaba tiempo fraguándose con las figuras de Armada y Milans del Bosch como principales autoridades. Aún así, fue el teniente coronel tejero, de la Guardia Civil, el que a las 18:23 de la tarde entró en el Congreso de los diputados con un grupo de Guardias Civiles. Durante la segunda votación nominal para la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo como presidente del Gobierno, cuando iba a emitir su voto el diputado socialista Manuel Núñez Encabo, Tejero entró en la sala pistola en mano desde la tribuna grita «¡Quieto todo el mundo!» Aparecen varios guardias civiles armados y se oye el grito «¡Al suelo todo el mundo!».
Ante la negativa de los diputados a sentarse, se disparan varios tiros al techo, que actualmente aún son visibles como recordatorio del momento, lo que hace que la mayoría de diputados se lancen al suelo. Sólo 3 quedan en pie.
Santiago Carillo, secretario general del Partido Comunista de España, que responde con chulería «No me sale de los cojones«; el general Gutiérrez Mellado, que se queda con los brazos en jarra mirando la escena; y Adolfo Suárez, que en silencio reta con la mirada a Tejero. Tras varios momentos de tensión se logra que todos se sienten, no sin antes golpear a Gutiérrez Mellado con las cámaras del congreso encendidas, lo que causó un gran revuelo nacional y, de acuerdo con los expertos, condenó el éxito del golpe de estado.
Las horas siguientes
Al poco tiempo Milán de Bosch declaró el estado de emergencia en Valencia, donde era capitán general, y comenzó a llamar al resto de regiones para que hicieran lo propio y se levantasen. No obstante, el silencio del rey así como la negativa del capitán general de Madrid, Guillermo Quintana Lacaci, de secundarle evitó que ninguna otra región siguiese las órdenes.
El general Juste, que había recibido la petición de Milans del Bosch, y se encontraba al mando de la división blindada Brunete, situada en Madrid, llamó al Palacio de la Zarzuela para confirmar si debía o o levantarse. Cuando preguntó por el general Armada, otro de los conspiradores, recibió una respuesta del Secretario de la Casa Real que pasaría a la historia: «Ni está, ni se le espera«. Así, Juste dió orden de desobedecer las ordenes del levantamiento, dando una puñalada mortal al golpe de estado.
Aun así, la 14 división de Caballería de Villaviciosa desobedece las órdenes y comienza a desfilar por Madrid, llegando a tomar la sede de RTVE a las 19:48 para acabar con la cobertura informativa.
El rey comienza a llamar a todos los capitanes generales para asegurar su lealtad al régimen constitucional, dejando sin apoyos a los conspiradores y logrando unificar a su alrededor a los principales mandos del ejército.
La actuación del Rey
La actuación del Rey fue clave en este caso, pues la mayoría de militares de alto rango respondían directamente a su autoridad como Jefe del Estado. En palabras de Quintana Lacaci, su autoridad era tal que los militares simplemente siguieron sus órdenes. En sus palabras: «El rey me mandó parar el golpe y lo paré. Si me hubiera ordenado asaltar el Congreso, lo habría hecho«.
Esa misma realidad fue expresada por la mayoría de militares, lo que deja en claro la autoridad que tenía la Casa Real por aquel entonces y su papel clave a la hora detener el golpe.
De la misma manera, el Rey llamó a Milans del Bosch a las 19:47 para ordenarle retirar las tropas de Valencia. El capital general se niega y se corta la comunicación efectiva entre Valencia y Madrid al negarse a obedecer.
Los últimos coletazos
El general Armada, que ve el golpe fracasar, asiste al Congreso para negociar con Tejero previa autorización del Rey. Allí, trata de convencer a Tejero de que deponga las armas y ayude a construir un régimen autoritario alrededor de un partido con un formato de concentración nacional. Es decir, todos los partidos del arco parlamentario unificados en una única fuerza- salvo los comunistas- en un gobierno presidido por un militar, en este caso, el general Armada.
Tejero se niega a admitir civiles en el nuevo orden y le grita que «Eso que está usted proponiendo es una chapuza«. Después, expulsa, bajo amenaza, a Armada que, desesperado y viendo el fracaso completo, entra en pánico y vuelve corriendo a Zarzuela.
A las 1:20 del día 24 Milans del Bosch cede y retira a sus tropas. Si bien hasta las 9:50 Tejero no pactaría unas condiciones de rendición, el golpe de estado finaliza con la rendición de Milans, para transformarse más en un secuestro que en cualqueir otra cosa.
Finalmente, tras la finalización de todos los sucesos, 33 militares fueron detenidos y procesados por sus crímenes, recibiendo diferentes penas.
