A Begoña Gómez Fernández, consorte presidencial en la España del “sanchismo”, se le puede ver con nuevo “look” en el Congreso del PSOE en Sevilla: más delgada, melena con reflejos, pantalón blanco y cazadora de cuero rojo, casi cual estrella del pop político. Para el entorno socialista, es una víctima de la injusticia mediática: la pobre esposa del presidente, acosada por malvados detractores. Para la oposición y los querellantes, una oportunista sin formación digna de mención, aunque bastante lista para exprimir el cargo de su marido y hacer algunos “negocios” más o menos discretos.
Por si no fuera suficiente, la escena se completa con un juez, Juan Carlos Peinado, abriendo diligencias por presunto tráfico de influencias y corrupción privada a raíz de una denuncia del Sindicato Manos Limpias. El papelón de la Fiscalía, que quiso enterrar el asunto sin mucho disimulo, no prosperó, y Vox, siempre al quite, no tardó en personarse, acompañada por otras organizaciones que no quieren perderse este show judicial. Aquí no faltan bandos: los que la ven como una Juana de Arco injustamente lapidada y los que la pintan como una “cazadora” (la de cuero, claro) buscando oportunidades de negocio bajo la sombra del poder.
Al final, la partida está servida: Begoña Gómez, estrella fugaz o experta en la ley de la selva política, se enfrenta al escrutinio de un juzgado madrileño. Entre vítores, acusaciones y estilismos cuidados, habrá que ver si la heroína del sanchismo saca la capa para volar por encima de las sospechas, o si la “listilla” se queda atrapada en su propia telaraña de influencias presuntamente mal gestionadas. De momento, a palomitas no nos gana nadie.
La trayectoria de Begoña, con su irrupción fulgurante en la pasarela política a golpe de cazadora de cuero, parece haber derivado en un drama judicial digno de telenovela. A las acusaciones de tráfico de influencias y corrupción privada se suma el insólito paseíllo del juez Peinado por los pasillos de La Moncloa, para tomar declaración al mismísimo presidente. Un capítulo que no se recordaba en la historia reciente, y que ha añadido la guinda a una historia ya de por sí sabrosa.
Mientras la investigación continúa, salen a la luz detalles que dan un tono de comedia negra: presuntas tramas con cátedras, favores a empresarios bien conectados, líos contables y un supuesto uso del personal de la residencia presidencial en negocios ajenos al cargo. Todo esto, por supuesto, aderezado con la pose victimista del “acoso” y el “ataque injusto”, versus la imagen de la “listilla” con colmillos afilados, según el ángulo desde el que se mire.
El Congreso de los Diputados se ha convertido en el escenario de un duelo dialéctico más propio de una serie política que del día a día parlamentario. Las broncas entre el presidente y el líder de la oposición suben de tono, mientras la incredulidad se va adueñando del personal que observa desde la barrera. No es para menos: no todos los días se mezclan la alta política, las intrigas económicas, las presuntas tretas académicas y las idas y venidas de un juez para interrogar al inquilino de la Moncloa.
Los espectadores, atónitos, se preguntan qué será lo siguiente: ¿un spin-off con más familiares compareciendo? Pase lo que pase, parece que el guion seguirá engordando con nuevos capítulos que combinan política, justicia e ironías del destino. En la España de hoy, ni el mejor guionista lo habría escrito así.
La cena de Nochebuena con “invitada especial” según la oposición
Para el presidente del Gobierno, las acusaciones contra su esposa no son más que producto de la “fachosfera”, esa nebulosa conspiratoria en la que, según su visión, se fragua el complot perfecto contra la primera dama oficiosa. Mientras tanto, desde la acera de enfrente, el líder de la oposición pone la guinda navideña: le recuerda con sorna que, en las inminentes fiestas, el mandatario tendrá un “asiento extra” en la mesa, el de la “señora imputada”. Un brindis amargo, sin duda.
El próximo capítulo de esta tragicomedia judicial llega el miércoles, con Begoña volviendo a pasear por el juzgado como investigada, esta vez por apropiación e intrusismo, a raíz de otra querella, ahora del colectivo Hazte Oír. Si en el culebrón político-crematístico ya creíamos haberlo visto todo —cátedras dudosas, favores opacos, personal de la Moncloa al servicio de presuntos chanchullos—, la trama promete no dejarnos sin su ración semanal de giros inesperados.
En definitiva, mientras el palacio presidencial se prepara para celebrar las fiestas, la intriga judicial sigue aportando su nota de amargura a la velada. ¿Habrá villancicos desafinados entonados por querellantes?. En la política nacional, el menú navideño incluye ironías a la carta, reproches varios y una buena dosis de titulares inflamables, con Begoña —y sus presuntos pecadillos— en el centro de la escena. Un guion digno de una serie de prime time, con la Navidad como telón de fondo.
El espectáculo continúa y la coreografía parece ensayada: la esposa del presidente, envuelta en un riguroso negro, llegará de nuevo al juzgado por la puerta trasera, protegida por un ejército de guardaespaldas que alejará a los periodistas “demasiado curiosos”. Tras las bambalinas, su abogado, un exministro del Interior cuyo papel en la defensa genera más suspiros que aplausos entre los juristas. Hay quienes critican que la defendida siga muda ante el juez, pero, visto lo visto, la estrategia no parece destinada a brillar por su originalidad.
Entre la oposición ya se relamen con el “show” mediático-judicial, mientras el partido de casa mira hacia otro lado y jura y perjura que todo es culpa de la “fachosfera” que azota a la sagrada figura de la consorte. Claro, a puerta cerrada algunos socialistas se llevarán las manos a la cabeza, mascullando que la asesoría legal deja que desear, pero de cara a la galería, silencio y reverencias.
Luego está el puzzle académico de la protagonista: nació en Bilbao, creció en León, y en su currículum florecen supuestos títulos en Mercadotecnia, Marketing y Negocios, además de otros diplomas improbables en Dirección de Empresas, Administración con Clientes y Gestión de Datos. Nadie sabe muy bien dónde los obtuvo, pero parece que el Bachillerato es el único que se mantiene a salvo del “Photoshop curricular”. Aun así, seamos justos: los documentos oficiales no brillan por su ausencia en otras alturas del poder, así que… ¿Quién puede escandalizarse a estas alturas?
Así que prepárense, señoras y señores, porque el telón vuelve a levantarse. La función sigue su curso, con la familia presidencial en primer plano, los periodistas relegados a la última fila, y un guión que combina drama, intriga y “aventuras curriculares” dignas de la mejor serie política.