En la mitología griega Némesis, también denominada a veces Adrastea, era una diosa, hija de Nix, la Noche, que personificaba la justicia divina, a la que nadie escapa. Asimismo representaba la indignación justa y la venganza de los dioses, que castigaba los crímenes, pero especialmente la hybris, el orgullo y la arrogancia excesiva. Entre sus actuaciones destacó el castigo que infligió a Narciso, haciendo que se enamorara de sí mismo al mirarse en el agua. A los humanos les aconsejaba moderación y discreción, aunque en Roma se la convirtió en patrona de los gladiadores. Entre nosotros el término evoca venganza. Todo un conjunto de significantes que, en estos días, confluyen dándole una renovada actualidad. Obviamente, me refiero al Errejongate.
Porque en pocas horas Némesis ha desatado todo su poder, llevándose, de momento, junto al que era visto como el intelectual más brillante –eso decían- de lo que un día fue Podemos, a una cohorte de personajes que, podemos intuir, no serán los últimos. Alguien, quizá para ocultar con la podredumbre de los otros la propia, ha abierto la caja de Pandora, y ahora los viejos fantasmas, tan viejos que todo el mundo afirma que conocía -es recurrente lo que, a modo de chascarrillo, se comentaba en la Facultad de Políticas, que lo llamaron Podemos porque Tinder ya estaba registrado-, han arrastrado al ostracismo a quien tantas veces arrojó sobre otros la inquisitorial acusación que el credo wokista consideraba infame, y que ha resultado ser tan hereje como aquellos contra los que dirigía el dedo acusador. Justicia poética, o quizá el retorno del boomerang que, lanzado desde la soberbia superioridad moral, se ignoró que pudiera regresar. No sabemos aún si el puñal que ha acabado con la vida política del Ausente –de la labor que debió realizar en la Universidad con su beca, claro- en estos idus de marzo otoñales, ha sido el del amigo traicionado. O el del number one, que ha enfangado, por enésima vez, esa Cloaca Máxima que es la política española para que, en un momento en el que todo empieza a apuntar a Él, la distracción general le permita prolongar, un poco más, su tambaleante y cada vez más amenazado poder, sobrevivir unos días más aferrado a su trono en la vieja casa-palacio de la condesa de Cifuentes, doña Ana de Mendoza. Quizá nuestro Maquiavelo de Tetuán haya soltado a Ceto con el fin no sólo de devorar al arrogante politólogo, sino que, como fichas de dominó que se empujan las unas a las otras, para que termine engullendo a todos quienes, queriendo Sumar, han acabado restando.
Sólo a Némesis se le podría haber ocurrido final más humillante para quien pretendió representar una pureza inmaculada desde la condena a los impuros. El wokismo, con sus elevadas e inasibles reglas puritanas, reflejo de ese calvinismo intransigente que está en la base de la cultura norteamericana y que nuestra ultraizquierda ha deglutido acríticamente, acaba, como Cronos, devorando a sus propios hijos. Exigieron tanto a los demás, que ahora no pueden menos que agachar la cabeza por cosas que, tal vez, desde una comprensión más realista de lo que es el ser humano, podrían ser transigibles, aunque de las auténticamente indignantes callaron como meretrices, ellos, ellas y elles. Actuaron como los fariseos del Evangelio, cargando a los demás con fardos pesados que ello no estaban dispuestos a empujar, siquiera con un dedo, ese dedo con el que hacían la revolución desde Twitter. Acabaron con la presunción de inocencia, arrojando al circo mediático la carnaza de los hallados en fragilidad, de tal forma que no pueden, sin renunciar públicamente a sus principios –“hermana, yo si te creo”- acogerse a lo que es no sólo un derecho básico de un sistema legal evolucionado, sino simple sentido común. Como en las viejas purgas estalinistas, se ven obligados a hacer confesión pública de sus pecados laicos. La Neoinquisición que han creado ahora les arroja a la hoguera purificadora o, en el mejor de los casos, les impone un sambenito que les cubrirá de por vida. Y sin las defensas legales del antiguo Santo Oficio.
Lo que estamos viendo, y lo que probablemente veremos, debería, por un lado, ayudarnos a replantear la necesidad de evitar esa justicia mediática que amenaza con destruir a cualquiera que se sale del guión de lo políticamente correcto. Recuperar no sólo la presunción de inocencia, sino la normalidad en nuestras relaciones humanas y en nuestro modo de apreciar la realidad. Pasar página de todo lo nefasto que Podemos ha traído a la sociedad española. Costará tiempo, pero resulta vital si queremos ser una sociedad en la que prime la convivencia, en la que el otro, el que piensa distinto, no sea un enemigo a destruir.
Pero también es necesario dignificar la vida política. Echar de ella a tanto Torrente de segunda que la ha degradado, a tanta choni macarra que mancilla con el bochorno que produce el cargo que ocupa; a tanto advenedizo, arribista, aprovechado, que utiliza la política no para el bien de la res publica sino para el propio interés. Renovar en profundidad la galería de personajes que harían las delicias de Valle Inclán, pero que envilecen nuestras instituciones. Némesis, sin duda, seguirá actuando. Creo que sea quien sea el deus ex machina que ha lanzado a las Erinias sobre Errejón, no será capaz de controlar el huracán que ha formado. Como las revoluciones, sabemos cómo está comenzando a actuar, pero no podemos prever hasta donde llegarán las aguas del diluvio desatado. Y no olvidemos que una de las víctimas de Némesis fue Narciso