Llegan las imágenes desde un mitin en Pensilvania: son unos segundos de filmación que se abren como un abismo ante la mirada; y resultan tan excepcionales que, al menos para una sensibilidad como la mía (hace demasiado tiempo saturada), apenas si significan nada: sólo tedio y también un escalofrío de banalidad. Todo ha cambiado. Otra vez. En Occidente. Ahora. No con debates y elecciones, sino con disparos. Así funciona el siguiente estadio del proceso; y no ocurre en Kiev, ni en Gaza, (aunque ocurre por Israel y por Ucrania), sino en los Estados Unidos de América. Es la Era del Simulacro, amigos; y, ante la incertidumbre y la zozobra, queda constatar que, en efecto, algo huele a podrido en Camelot.
Los hechos, por el momento tan escasos, se cifran en que es de madrugada en España cuando de pronto una notificación ilumina la pantalla de mi teléfono móvil: alguien ha disparado contra el expresidente de los Estados Unidos mientras se encontraba en un acto de campaña, sí: alguien ha disparado en la cara al próximo presidente de los Estados Unidos. En la cara. Hace tan solo unas horas. Y ahora esas imágenes, con varios muertos a sus espaldas, están en la retina de millones de personas, esa masa amorfa de espectadores de la que yo formo parte. Hasta ahí los hechos, repito: aquello que registra la cámara mientras todo sucede como en una película más, una película confusa y no demasiado original. Una película, eso es: real, espeluznante, que se reproduce sin cesar en la pantalla de mi teléfono móvil.
Lobo solitario, ataque de falsa bandera…
Donald Trump, a la hora a la que escribo estas palabras, está fuera de peligro y camino de un espectáculo de lucha libre en Denver. Ha salvado su vida, aunque tiene una herida de más de 8 centímetros en la cara; su muerte, insisto, se ha evitado por cuestión de milímetros y un chaleco antibalas. Millones de norteamericanos no han salido a la calle armados para defender la libertad en su país precisamente por esa misma razón: un movimiento del expresidente en el momento del tiro ha evitado un baño de sangre histórico en el corazón urbano de la primera potencia occidental; y, vale remarcarlo, solamente eso: unos escasos centímetros han evitado aquello que resulta cada vez más inminente en Occidente.
El resto, por supuesto, son especulaciones sobre la autoría del atentado: se lo achacarán a un lobo solitario (otro más, tan inverosímil como sus antecesores), eso por supuesto; pero ¿estarán detrás la CIA, el Pentágono y del Deep State que defiende los intereses geopolíticos de la OTAN?; o, por el contrario, ¿se trata más bien de un atentado de falsa bandera perpetrado, para sorpresa de muchos, por el Deep State, cuyos intereses encarnaría, precisamente, el propio Trump? En eso consisten los tiempos interesantes: todo está a la vista y, al mismo tiempo, todo está oculto. Ojos bien abiertos, ojos bien cerrados, para que solamente entienda bien aquel que ha sido llamado a hacerlo. Aunque las próximas horas delatarán mediáticamente la estrategia a seguir por parte de los verdaderos autores del evento: será su éxito o su cobardía quien nos arrojará la verdad. Porque si algo resulta más allá de toda duda razonable es que, desde el siglo XIX en adelante, los Estados Unidos de América jamás han estado tan cerca de una Guerra Civil como ahora, justo ahora, en la pantalla de mi teléfono.
Así que retrocedamos en el tiempo… Desde que apareció la grabación de Abraham Zapruder en 8 mm que muestra el asesinato de John Fitzgerald Kennedy producido el 22 de noviembre de 1963 fotograma a fotograma, no tenemos duda alguna de que le bala que destrozó su cerebro procedía de delante del coche presidencial; aun así, la versión oficial ha decidido ignorar este hecho durante más de 60 años; da igual todo lo que se quiera contraargumentar para desestimar el falso relato oficialista: es la propia necesidad, casi religiosa, que tiene el buen ciudadano de creerse los cuentos que le cuentan, como forma ignominiosa de servidumbre voluntaria, la que se impone; porque en la realidad extraña importa más la conciencia tranquila del buen ciudadano que la verdad, dado que esa misma verdad desmantelaría una gigantesca ideología de la técnica cuya destrucción supondría, de manera casi inmediata, un auténtico desmoronamiento de una civilización exangüe a la que muy pocos se atreven a mirar a la cara a estas alturas.
¿A quien le podría molestar más que Trump regresase a la Casa Blanca?
En parte, lo que nos escupe la pantalla del móvil no es otra cosa que un cuento acerca de Camelot para que así no tengamos que mirar a la cara a esa verdad tan desagradable que habla de la ideología de la técnica y cuya revelación podría perturbar (y mucho) los sueños inanes del buen ciudadano. Entonces, ¿qué cuento nos van a contar ahora? Ningún Presidente se ha asemejado tanto a JFK como Trump: en cierto sentido, es su imitador más paródico; y, ahora, ha seguido sus pasos casi que hasta la tumba. Las consecuencias del atentado son, pues, bastante inciertas: tan importantes, me atrevería a decir, como lo fue el 11S, si finalmente Trump regresa a la Casa Blanca en noviembre. Y es que, si el Estado Profundo está detrás de esto, puede significar: la OTAN está desesperada por parar el regreso de Trump a la Casa Blanca, se ha arriesgado demasiado en su empeño y, por culpa de su progresiva desesperación, ha fracasado; o, por el contrario (y más probable), el Estado Profundo quiere llevar a Trump de vuelta a la Casa Blanca para que haga lo que el Partido Demócrata jamás podría hacer: reformas, principalmente, un cambio necesario para un Sistema oxidado y en plena descomposición. En cualquiera de los dos casos, Trump sería (y será) el próximo Presidente y, tal vez, también el último. Porque, de lo contrario, estallaría (y estallará) la guerra civil en las calles del país.
Las próximas horas son del todo inciertas. Como lo es ya el propio presente desde el que escribo: más allá de la realidad y la ficción. Acabamos de asistir a un ritual televisado: otro más. Es difícil saber a qué intereses responde dicho ritual, por lo menos en este momento, pero en cualquier caso es evidente que Trump sale reforzado desde un punto de vista social y electoral. Donde Kennedy fue destronado por una bala que le atravesó la frente, Trump camina reforzado hacia su regreso al trono precisamente porque una bala no llegó a acertar de lleno en su rostro. Es tiempo de tormenta en Camelot. Mientras algo huele a podrido en Norteamérica. El puño en alto del expresidente confirma la vía libre para su victoria. Esa fotografía valiente y cinematográfica, que ahora se reproduce por todas partes, ya forma parte de la Historia, del imaginario y del mito; y, nosotros, estamos atrapados ahí, en el mismo vértigo de tiempo. Solo que en el lado equivocado del teléfono.