Porque supongo a la capital de España en llamas. Con barricadas incluso, ardiendo y protegidas como el Abismo de Helm contra las probables cargas de las huestes huruk-hai del Ministro del Interior, Saruman Marlaska. ¡Como poco! Con la que está cayendo, como manidamente se dice, que el aguacero el día de la Fiesta Nacional parecía toda una alegoría con el chaparrón literal que se desplomó sobre España, no esperaba otra cosa que calles hacinadas por manifestantes; que plazas abarrotadas por una ciudadanía colérica, indignada por lo que está viendo y sufriendo. Supongo a la Puerta del Sol con más gente que en Nochevieja, o cuando miles de encrespados jóvenes y jóvenas se lanzaron a arrancar los árboles que nunca tuvo la plaza, porque una persona dijo que le hicieron pupa unos homófobos encapuchados en el pompis, hecho tan grave que el presidente del Gobierno llegó a convocar de urgencia la comisión de delitos de odio. ¡Madrid se había convertido en una ciudad intolerante, peligrosa, y violenta! Daba igual que todo se basara en una sola declaración de parte de la que se hicieron eco todos los medios como coreutas en una tragedia griega. No había que esperar resultados policiales o de la investigación en curso. ¡Pa qué! El Madrid de Ayuso era el ejemplo de lo que las políticas de derecha, extrema derecha y megaderecha, significan para la convivencia: ¡El Armagedón!
Y, claro, si por algo así (que, por cierto, resultó todo más falso que el número de veces que superé en mi vida en el gimnasio una cosa llamada plinton), casi se monta La Comuna de París versión castiza, habida cuenta de lo que las noticias están ahora publicando sobre el gobierno, adláteres y allegados, pues habrá que ver qué va a pasar ahora. En nada y menos, imagino. Pues aquellos que venían a regenerar la vida política, hedionda y corrupta como si España fuera Somalia, Sudán o Corea del Norte. Donde la democracia pendía de un hilo más fino que papelillo de fumar hebra. Donde Franco había vuelto reencarnado en un procurador en Cortes más y se le podía encontrar todas las semanas en Doña Manolita echando la quiniela, de la que era muy aficionado, o en La Sexta protagonizando algún programa o documental. Un país gobernado por los Soprano, los reyes de Tulsa, la Yakuza voxera, y donde un Walter White hispano repartía droga a la puerta de los colegios de les niñes (de los públicos, porque en los privados todo era una especie de orgía de señoros heteropatriarcales maltratando a sus compañeras autopercibidas como personas menstruantes, víctimas ignorantes que no saben que gracias al Rad-Fem actual pueden volver a casa solas y borrachas para disfrutar de la compañía emocional del Satisfyer). Momentos todos dejados atrás gracias a una Moción de Censura con la bandera de la transparencia que llevó al Número Uno a la presidencia del Gobierno. A la única persona que se cree que los pantalones pitillo le sientan bien y los puede llevar hasta con frac; a aquel que es tan uno de nosotros, que se pone una trenka con capucha cuando llueve, aunque luego no se la pone para no quedar como un personaje de Assasins Creed versión El Ganso.
Y gracias a él, perdón, a ÉL, y tras años en el gobierno contra viento y marea, resulta que, pese a haber cambiado de opinión innumerables veces por el bien de España y de los españoles, españolas y españolos; haber llegado a acuerdos con quienes juró jamás hacerlo por la paz social y el mantenimiento en el poder, no vaya a ser que gobiernen de nuevo los neofranc, neocon, neolib y, sobre todo, muy neofachos ellos, y volvamos a las andadas. Que nos mantuvo a todos en casa a salvo saltándose las leyes por nuestra propia salud (aunque me da que con la mental no tuvo tanta suerte, porque lo de que saldríamos mejores… como que no). Que ha sido el gobierno más feminista de la Historia (aunque hayamos bajado 22 puestos en el ranking de bienestar para las mujeres ¡y eso teniendo todo un Ministerio para la Igualdad!). Que su bandera de la transparencia ha tenido el récord de reclamaciones por falta de ella, de todos los gobiernos de la democracia. Ahora le enfanga la razón por la que tuvo que llegar al Gobierno: la corrupción.
Lingotes de oro en maletas por la puerta de atrás en una no-visita; una mujer y un hermano portándose como si fuera la Cuba de los Castro y familia; mascarillas a precio de Loewe; ministros ciscándose en sus gobernados tratándoles de adoradores de la lluvia dorada, con declaraciones acorde a una gestión impuesta a base de decretazos y al margen del Parlamento; querindongas que llaman «tito» al que les pone un pisito de a 3.000 el mes, más un puesto, más viajes y dietas… ¡que ya puede ser una orfebre del asunto la sobrinita, ya! Y todo lo que nos quedará por ver pero que, seguro, hará que los votantes de izquierda, muy especialmente aquellos que han vuelto a reivindicar el espíritu del 15 de Marzo por el 12 de octubre, cuando los líderes peinaban coleta y las lideresas no salían en el Vogue, salgan de nuevo raudos a las calles a gritar como entonces: «¡lo llaman democracia y no lo es!», «¡no falta dinero, sobran ladrones!», y pongan de nuevo de moda el hashtag en las Corralas 2.0 de #SpanishRevolution mientras arden las calles de Madrid.
Porque… ¿arderá Madrid, no?