Portada de el chico de Cincinnati/ Sensacine.com
De pequeño tenía una caraja con ese sitio que oía en las películas americanas llamado Cincinnati, y con el vermú Cinzano que veía cuando me tomaba mi Mirinda acompañando a mis señores padres, aunque ellos eran más de Martini o del de Reus de toda la vida, que es el que se toma en Madrid. El caso es que a mí me sonaba todo igual y creía que esos ceniceros triangulares donde se mostraba la marca del vino fortificado turinés tenían algo que ver con la ciudad de Ohio. Con el tiempo me hice un mejor seguidor y conocedor aficionado al cine, detesté el amargor de esa bebida tan popular, y me comenzó a fascinar la historia de la Roma clásica gracias a las lecturas de Astérix, de un tal Indro Montanelli, y de un señor llamado Isaac Asimov que resulta que también le daba a la Historia y a la divulgación pese a ser bioquímico y un referente de la Ciencia Ficción. ¡Qué cosas! Y fue en su La República Romana donde leí en su momento sobre un tal Lucio Quincio Cincinato. Un patricio romano modelo, según se cuenta, de patriotismo, virtud e integridad, y que sería tenido por ejemplo en la joven democracia norteamericana, pues George Washington les pareció un nuevo Cincinato, acabando su nombre nominando a dicha ciudad yanki.
El «Cincinato» español
¿Y este señor que hizo para tanto honor, y por qué le conocemos tan poco? Porque de primeras, si andamos googleando para buscarle, resulta que nos sale que fue un dictador y entonces te quedas un poco como ¡meh!, pos vaya… Como dicen los jovenzuelos, esto para mí que es una red flag más grande que la que la bicolor que ondea en la plaza de Colón capitalina. Pero resulta que aquí, el romano, le ofrecieron la dictadura el Senado motu proprio (vamos a meter latines, que el tema lo pide), para que la ejerciera para salvar así de este modo a la república de una situación de crisis, y que dictara lo que quisiera (que de ahí viene el palabro de dictador), que fuera lo que fuera sería ley. ¿De quién dependen las leyes, eh, de quién dependen? ¡Pues de lo que dictara Cincinato! Y parece ser que, tras hacerse con todo el poder posible entonces, y hasta guerrear como jefe supremo con él al mando (qué capacidad de aguante al estrés que tenían entonces, oigan), pues que decide tan ricamente irse a su casa sin anunciarlo con una carta pública a la ciudadanía en el Foro ni nada, volverse a su finca a seguir con sus cosas como si no hubiera sido el baranda más importante, y sin escuchar a sus áulicos ni al pueblo los gritos de «¡Lucio, no te vayas, porfavó, quédate!».
Faroles para ganar pase lo que pase
En estos días en que tenemos un presidente que parece que ha decidido por el bien no tengo claro de qué, marcharse a casa (o no, que lo que decidió es decir que está para irse o quedarse según reflexione, que tampoco es cuestión de precipitarse en la vida), como si de un nuevo Cincinato se tratase, el caso es que me da que la analogía que le pega más a Pedro Sánchez es, más bien, la del chico de Cincinnati. Que lo mismo no se acuerdan de él, o los menos cinéfilos no lo conocen pues no vieron en su momento o por la tele The Cincinnati Kid (El rey del juego, 1965), protagonizada por un genial Steve McQueen. La historia de un chico guapo que le gusta jugar fuerte. Muy fuerte. Contra todo y contra todos. Y, claro, al final el lanzarte a jugar duro tiene consecuencias. No todo el mundo es capaz para aguantar esa presión. A no ser que tengas una mano ganadora, pase lo que pase, o sepas jugar de farol con las cartas de los contrarios. Para eso sí que hay que tener temple. ¡Sobre todo para ganar, claro!
Cincinato Sánchez, el hombre que no deja partida sin acabar
Decía don Eduardo Torres-Dulce sobre esta película y su protagonista que «hay que jugar todas las bazas, de todo tipo, porque perder o ganar no es bastante sino cómo hacerlo de manera que el mensaje se entienda por doquier». Y, claro, el problema para este Chico de Cincinnati, es que «si vuelve a la calle, ya no será el mismo, y si gana también habrá cambiado». El todo o nada muchas veces puede ser peligroso pues, hagas lo que hagas, me da que nunca terminas de medir las consecuencias de ese órdago. Citando el famoso episodio del paso del Rubicón por Julio César (¡este romano mucho más conocido, que para eso salía en los cómic mencionados!), parece ser que echó los dados a rodar para ver si la diosa Fortuna estaba con él ante la decisión que iba a tomar, y dijo aquello de «la suerte está echada». No sé si Pedro Sánchez es un nuevo Cincinato o es más como el chico de Cincinnati. Pero lo que sí que tengo claro es algo que una vez me aconsejó mi padre si alguna vez jugaba: Que la suerte no consistía tanto en tener las mejores cartas de la mesa, sino en saber cuándo había que retirarse, e irse a casa. ¿Lo sabrá y habrá elegido bien nuestro particular chico Cincinato Sánchez?