Francisco Jiménez de Cisneros es, sin duda alguna, una de las grandes figuras de la historia de España. Reformador religioso, mecenas de las artes e impulsor del Humanismo con la fundación de la Universidad de Alcalá, su labor trascendió el ámbito eclesial y se extendió al económico y al político, convirtiéndose en modelo de lo que debería ser un gobernante verdaderamente preocupado del bien común y del servicio a la res publica, más allá y por encima de intereses partidistas y meramente particulares.
Un personaje fascinante, cuya reivindicación es cada día más necesaria ante el desolador panorama de la actual política española, marcada por la corrupción, el nepotismo, la degradación de las instituciones y la total amoralidad.
Y sin embargo, nada podría haber hecho prever el extraordinario papel llamado a desempeñar por aquel vástago de una modesta familia castellana, del que dudamos en qué año nació -se suele dar la fecha de 1436 como más probable-, y que recibió el nombre de Gonzalo. Tras realizar estudios de Derecho, marchó a Roma para lograr algún beneficio eclesiástico.
Una historia de película
A su regreso tuvo problemas con el poderoso arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, que le hizo encarcelar. Liberado, pasó al servicio del que sería llamado “tercer rey de España”, Pedro González de Mendoza, arzobispo de Sevilla y obispo de Sigüenza. En esta diócesis desempeñó cargos de importancia, y todo hacía suponer que estaba llamado a vivir como uno de tantos clérigos mundanos del final de la Edad Media que sólo buscaban hacer carrera eclesiástica.
Sin embargo, en Sigüenza, Gonzalo tuvo una profunda conversión religiosa, que le llevó a dejar todos sus cargos e ingresar en la orden franciscana, en uno de sus conventos más austeros, cambiando su nombre por el de Francisco, como il Poverello de Asís.
Pero su mentor, Mendoza, convertido en arzobispo de Toledo, no le olvidó, y conocedor de sus grandes cualidades, le promocionó cerca de la reina Isabel, de la que se convirtió en confesor. A partir de este momento, Cisneros, que sucedió a Mendoza en la sede de Toledo, se convirtió en el gran promotor de la reforma católica en España, renovando la vida religiosa, la del clero secular en su diócesis, promoviendo la cultura y el arte con sus abundantes rentas eclesiásticas y protegiendo a artistas y humanistas, a la par que vivía personalmente en gran austeridad y pobreza.
Fundador de la Universidad de Alcalá, colaboró en los ideales de reconquista, que Isabel la Católica quería prolongar en el norte de África, conquistando Orán.
No olvidó las necesidades públicas, sufragando pósitos para almacenar cereal en previsión de las frecuentes hambrunas de la época. Más controvertido fue su papel en la cristianización del reino de Granada.
Un actor político
Esta desbordante labor, en un hombre ya anciano, bastaría para reconocer su importancia. Pero Cisneros tuvo que desempeñar otro papel, el político, asumiendo en dos ocasiones la regencia del reino, primero tras la muerte de Felipe I y, más tarde, al morir Fernando el Católico.
En esta tarea, desplegó no sólo una energía abrumadora, sino que se manifestó como uno de los mayores gobernantes del país. Su gran objetivo fue el servicio al bien común, siguiendo la tradición nacida en Roma y asumida por el tomismo, considerando que el Estado tiene que velar por éste, creando una administración competente y servicios públicos eficaces.
Frente a la nobleza, que buscaba regresar a la anarquía feudal, supo imponer su autoridad. Como recoge Joseph Pérez en su biografía Cisneros, el cardenal de España, obra que debería leer cualquiera que desee dedicarse a la política, nuestro personaje esbozó, en su Memorial a Carlos I, toda una teoría política, en la que criticaba la acumulación de cargos, defendía que lo importante no era el servicio del rey sino el bien del reino, y denunciaba la corrupción. En definitiva, un concepto del Estado muy moderno.
Reconocimiento hasta la actualidad
De la influencia de Cisneros en la posteridad es muestra el prestigio que tuvo en Francia como estadista, valorado por encima incluso de Richelieu. El príncipe de Talleyrand, político “de raza”, narra en sus memorias cómo, cuando era joven y estaba siendo educado para alcanzar el episcopado, tuvo que leer la biografía del cardenal “Ximénez”. Y su modelo se adelanta al expuesto por Jean Bodin.
En una visión de la historia como magistra vitae, la figura de Cisneros se nos ofrece con total actualidad. Ante la presente degradación de la política española es preciso reaccionar radicalmente. Cuando el Sanchismo, antes o después, pase a la historia –quizá estemos siendo testigos de sus últimos estertores-, será necesaria una profunda renovación política, que devuelva a las instituciones su prestigio. No es permisible más de lo mismo desde el otro lado del espectro político.
Urge una profunda renovación de personas, pero sobre todo, de mentalidad. Una política que rechace el nepotismo, el uso particularista y partidista de los servicios del Estado, el enchufismo que lleva a ineptos a dirigir –ineptamente- las instituciones. Tras el paso, cual caballo de Atila, de Sánchez, necesitaremos, vitalmente, de estadistas de altura. Ojalá un Cisneros. Aunque soy demasiado escéptico al respecto.