Por más que lo pienso, no sé qué fue primero, si el huevo o la gallina. A veces creo que los políticos, como si pertenecieran a otra especie distinta, son los responsables de la polarización que sufrimos hoy en día. Otras veces, cuando entro a Twitter, me convenzo de que no hay remedio y que, en cualquier caso, el ser humano tendería a la polarización.
La guerra sangrienta de esta semana tiene que ver la prohibición de ciertos perfiles en redes sociales y la necesidad de su identificación para prevenir ataques de odio. Qué se considera odio y qué no, quiénes son víctimas y quiénes no, es algo incierto y difuso. Aunque otros podríamos pensar que no se trata de quién etiquete a quién, sino en si estamos dispuestos a asumir las consecuencias de nuestros actos, como la decisión de abrir o cerrar una cuenta en una red social.
Aunque no puedo evitar ver ciertos matices. Los marcadores sobre fake news o el contexto que proporciona la propia aplicación de X, basados en la interacción de los usuarios, no funcionan del todo mal. ¿Es quizás el fin de la polarización si evitamos perfiles anónimos con ganas de ver arder el mundo? Y de por fin evitar que ciertas personas tengan la imperiosa y divina necesidad de tener la razón y de que el mundo lo sepa a través de insultos de todo tipo. Pero claro, quién maneja esa herramienta de censura es lo que nos quita el sueño.
Vivimos en un presente donde lo que es trending topic abre los telediarios, y no al contrario. De este modo, otorgamos a esos perfiles el poder de legislar y la llave de nuestros pensamientos y consecuencias. En la sociedad que me gustaría vivir, cabría pensar que Twitter no es la vida real y que lo que pasa ahí dentro no merece legislar, ni por tanto ser legislado en base a esa influencia.
¿Entregar al Congreso la llave para que eso ocurra? Me asusta solo pensarlo. ¿Quiero que ciertos perfiles dejen de decir barbaridades en redes dado su impacto? No me cabe la menor duda. ¿Soy yo quien para decidir lo que otros deben decir o hacer en una red social? Apenas en mi propia casa.
Pretendo que la gente deje de darle a las redes sociales la llave de nuestro país, al mismo tiempo que apuesto por llevar una vida responsable. Todos hemos pasado por esa fase de imperiosa necesidad de justicia y equidad. Pero cuando maduras, te das cuenta de que esas palabras tienen demasiados matices para ser definidas en 160 caracteres.
Y es que, por mucho que les pese a algunos, la felicidad y la efectividad en tu vida son indicadores útiles para medir la inteligencia. Cuanto más feliz te haces a ti mismo, más inteligente eres, y cuanto más inteligente eres, menos polarizado estás. Y viceversa. Y no se trata de no tener opiniones firmes, sino de no expresarlas de manera visceral. Cuando uno no controla sus emociones, está destinado al fracaso en la vida. Al final, se trata de ti y de tu capacidad para ser feliz con los tuyos. Simplificando, la vida no tiene mucho más.
El círculo vicioso de ser un justiciero en redes sociales solo te posiciona en un bando y no te permite apenas el diálogo. Una crítica constructiva es mucho más efectiva que un zasca, algo que todos hemos aprendido en el colegio.
“La esencia de la grandeza radica en la capacidad de optar por la propia realización personal en circunstancias en que otras personas optan por la locura”