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20 May 2024
20 May 2024
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De alto valor

Es un término, en definitiva, sintomático de las aspiraciones humanas a progresar, pero truncado, envenenado, y por ende, peligroso.

Fotografía de: Silvia Bulat

Una mayoría de personas paga Internet por la mina de oro que encuentra cada día mientras vaguea en el sofá después de trabajar o antes de meterse en la cama en los comentarios de X, de YouTube o de los reels de Instagram –en esos comentarios reside el verdadero genio de la red–; por los memes y stickers que rulan por los grupos WhatsApp y canales de Telegram; y, como no, por las expresiones que circulan por redes y de las que hay que estar al día, para vacilar y que –no– te vacilen.

«Padrear» es una expresión grandiosa que echo de menos utilizar –debe ser que me relaciono con gente muy seria–, pero no deja de revelarnos un término que, al fin y al cabo, consta como entrada en nuestro diccionario de la RAE; a veces las redes sociales nos descubren toda la riqueza de nuestra lengua, increíble. «POV» o «Nadie:» han sido macroexplotados por los creadores de contenido. Los «beef» venían del rap y del trap, y de antes también, pero sin duda las redes lo pusieron en alza también. Quizá todo empezó con aquello de «F en el chat».

A estas maravillas de la expresión coloquial que nos trae Internet –todo lo anterior venía a cuento de lo siguiente– se suman otras dignas de estudio sociológico, tanto más interesantes en cuanto que quieren impostar seriedad y ni el contenido ni el contexto acompañan. Cuando digo esto pienso en la que está pegando con más fuerza en los últimos meses, la de «alto valor». Ser de alto valor.

La sintaxis de la expresión se las trae. Entiendo que procede de una traducción directa del inglés «high-value individuals». Designa a aquellas personas fieles a sus propios valores que invierten en sí mismas, en crecer personal y profesionalmente. De los personajazos que suelen hablar o abusar del «alto valor» en redes, mejor no dar mucho detalle. No, me interesa explorar las razones de por las que un término así puede estar en auge.

Hay una primera de peso, quizá la menos importante por general, que tiene su base en la plaga de pseudogurús y pseudocoaches, en su mayoría sin ningún tipo de formación, sobre todo cryptobros, gymbros que infestan Instagram y TikTok con vídeos en los que se ponen de lado frente al micro simulando que están siendo entrevistados –nunca se ve al entrevistador– para dar consejos refritados de libros de autoayuda –nada en contra de estos libros si son buenos– sobre qué deberías hacer para que sientas que tu vida vuelve a vale la pena., y de ahí al éxito, a ser una persona –ahí viene…– de «alto valor». Estos creadores de contenido son un poco pereza, pero esto es la libertad de expresión, señoras y señores. Y tienen mucho éxito.

¿Qué es ser de alto valor?

Pero más allá de los fenotipos y formatos que dan cabida a que haya proliferado el discursito del «conviértete en una persona de alto valor», o «qué es un hombre de alto valor», o «qué es una mujer de alto valor» –en un momento de la historia en el que ha empezado a no estar claro qué es un hombre y qué es una mujer, eso para empezar–, el hecho de que la expresión despunte es consecuencia sintomática de al menos dos acontecimientos importantes.

El primero, que no queriendo utilizar términos fuertes –ser una persona auténtica, íntegra, respetable, honorable– utilicemos otro débil y con mucha menos riqueza semántica; un eufemismo descafeinado que incluso sacamos sin motivo de otro idioma. Esto es la moda de la falsa corrección que solo consigue destruir identidades. El segundo, el más interesante: que aun no queriendo volver a utilizar los términos que han formado parte de nuestra herencia cultural por haber caído en injusto descrédito, sigue persistiendo en nosotros la voluntad de aspirar a algo seguro en estos tiempos líquidos; es un algo sin demasiado fuste, pero al menos es algo, la inquietud persevera.

El tercero, el más inquietante: que el término «alto valor», aun dotando a la persona de un propósito –como digo, ya es algo hoy en día, quizá mucho–, en su propio y exclusivo triunfo y notoriedad; en una visión de la vida plegada al rendimiento, incluso el corporal –el «alto valor» implica el fitness y persigue una perfección física obsesiva–; ahonda en el hiperindividualismo que destroza las relaciones y malogra la convivencia. Es un término, en definitiva, sintomático de las aspiraciones humanas a progresar, pero truncado, envenenado, y por ende, peligroso.

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