Distraídos con las peleas internas entre el Partido Popular y VOX, con la titularidad de Morata en la final de la Eurocopa o con la cuarta Velada del año organizada por Ibai Llanos en el Bernabéu, hemos pasado por alto un hito significativo: ayer se cumplieron diez años desde que Pedro Sánchez tomó el control del Partido Socialista Obrero Español. El 13 de julio se celebró una década desde que Sánchez ganara las primarias del partido. Un desconocido joven lleno de energía, atractivo y buen orador, tomó los mandos de la maquinaria política más emblemática que ha visto España: el PSOE.
Desde entonces, y a pesar de los baches del camino, Sánchez ha ido ejecutando su plan para moldear el partido a su imagen y semejanza con la destreza propia de un estratega narcisista y astuto. Las purgas internas después de haber recuperado el poder tras su expulsión del partido fueron un claro síntoma del tipo de liderazgo que hoy preside el país, pero, por desgracia, no fueron suficientes para alertar a la mayoría.
Pedro Sánchez, el hombre movido por el ego y no por la ideología
Pedro Sánchez no es un socialista concienciado, tampoco es de izquierdas ni progresista, ni siquiera tiene una ideología clara. Pedro es un tipo con un único cometido, aglutinar el máximo poder posible durante el máximo tiempo posible. Todo lo que hace, cada decisión que toma, cada palabra que pronuncia se alinea con ese objetivo. Un yonkie del poder al mando de un país enfermo, cuyas decisiones políticas estánguiadas por la conveniencia y la necesidad de mantener el puesto y no por una visión coherente y definida del futuro de España.
A estas alturas no es necesario poner ningún ejemplo que argumente mi opinión, así que no voy a gastar tinta en ello. Lo que sí considero importante es entender que la culpa de que un tipo así nos gobierne no es ni suya ni nuestra, la culpa es del sistema que rige este país. Nuestro modelo político está diseñado a la perfección para que el bueno se corrompa y el malo perdure.
Un sistema que permite que las instituciones estén al servicio del político y no del ciudadano, donde la ley se puede retorcer hasta el punto de contradecirse a sí misma y la transparencia brilla por su ausencia. Sánchez es únicamente un hombre enfermo de poder jugando una partida en un terreno de juego hecho a medida. Por tanto, recuerden que la solución a este problema no es cambiar a uno por otro mejor, sino modificar el sistema para hacer imposible que a un tipo sin escrúpulos le sea posible sobrevivir.