Mientras las ciudades del levante español todavía cuentan sus pérdidas tras la tragedia de la última DANA, una ironía amarga se cuela entre los escombros y las calles enlodadas: la política española sigue sin haber aprendido la lección. La emergencia, como otras antes, no ha sido suficiente para hacer cambiar las prioridades en el gobierno y en la oposición, ni ha bastado para que nuestros representantes aborden el sufrimiento con responsabilidad genuina. Lo que importa ahora, como siempre, es quién consigue salir limpio de esta catástrofe; quién logra conservar el poder y, si es posible, quién sale reforzado.
En situaciones de crisis, los ciudadanos esperamos liderazgo, presencia, respuestas concretas. Queremos una mano tendida que esté realmente preparada para afrontar los retos. Sin embargo, lo que encontramos es una mano oculta, aferrada a los beneficios personales y partidistas. Entre aquellos que deberían estar guiando y reconociendo responsabilidades, el protagonismo no se lo lleva ni el compromiso ni la rendición de cuentas. La estrella de este espectáculo macabro la ocupa el interés político, ese que arrincona a los ciudadanos en el olvido mientras prioriza a sus actores en la pantalla del poder.
La figura ausente de Teresa Ribera
Un ejemplo claro de esta priorización es Teresa Ribera, la ministra de Transición Ecológica, cuyo papel debería haber sido, como mínimo, estar al frente de la respuesta ante una tragedia de esta magnitud. Como máxima responsable de las políticas medioambientales, su presencia debería haber sido palpable y su implicación, inmediata. Pero Ribera no ha hecho acto de presencia. Ha preferido, o le han aconsejado, el silencio. ¿Por qué? Porque está en juego algo mucho más importante que el bienestar de los damnificados: su carrera. Y es que, mientras los ciudadanos intentan sobreponerse a las pérdidas, Ribera tiene otros intereses en mente: su examen en el Parlamento Europeo, una prueba clave para ser elegida Comisaria Europea de Transición Limpia, Justa y Competitiva.
El timing no podría ser más revelador. Con la posibilidad de acceder a un cargo de poder en Europa, la ministra ha optado por resguardarse en el ministerio, evitando cualquier palabra que pudiera empañar sus posibilidades. No vaya a ser que un comentario desafortunado o una responsabilidad mal calculada le quite ese futuro europeo tan prometedor. Sánchez, que nunca pierde de vista sus intereses y los de su partido, parece haberla “encerrado” en un trastero de La Moncloa, en un discreto silencio, para que no interfiera en los planes estratégicos del PSOE. Porque si Ribera cometiera un desliz, la consecuencia sería evidente: una mancha que afectaría no solo a ella, sino a la imagen de la administración.
La guerra de la culpa
En paralelo, el PP y el PSOE se disputan otro premio: la narrativa del desastre. Ambos saben que la memoria de la tragedia es clave para la próxima cita electoral. Porque, al final, la historia la escribe el que consigue imponer su versión, y en este caso, tanto el gobierno como la oposición han identificado que señalar a un culpable puede ser el as bajo la manga. En los pasillos del Congreso, ya no se habla de cómo reparar los daños ni de qué políticas podrían prevenir futuras tragedias. No se trata de proteger a la ciudadanía, sino de asegurarse de que el “culpable oficial” de la DANA quede claro en la mente del votante.
Para el PSOE, el objetivo es minimizar las fallas en su gestión, diluyendo cualquier atisbo de responsabilidad en una narrativa ambigua sobre el cambio climático y sus efectos. Culpar a las grandes fuerzas, a la naturaleza misma, puede ser una estrategia efectiva. Y al mismo tiempo, buscan asociar al PP con una falta de inversión o una pasividad ante las catástrofes. Por su parte, el PP está listo para atacar cada error, cada minuto de retraso, intentando convencer a los ciudadanos de que los verdaderos responsables están en el gobierno actual. Entiéndanme, no quiero tratar aquí quien tiene más culpa, sino mostrar que lo importante es el relato.
Este juego de culpabilización deja a los afectados en la sombra, con la tragedia convertida en un simple campo de batalla político. La esperanza de soluciones queda relegada, mientras la maquinaria de propaganda se centra en construir una historia que no busca justicia ni reparación, sino ganar unos votos más en las urnas. Al final, el destino de quienes han perdido todo pasa a ser secundario en un combate electoral donde los principios de responsabilidad y de servicio quedan sepultados.
La otra cara de la moneda
Mientras tanto, la realidad no se ajusta al guion de los despachos. En las calles, en los pueblos y en las ciudades arrasadas, son los propios ciudadanos quienes han tomado la iniciativa. Voluntarios, equipos de rescate y vecinos han mostrado una vez más que la verdadera solidaridad no entiende de etiquetas ni de cálculos. Las comunidades han respondido con una rapidez y eficacia que desmienten las teorías de aquellos que, desde el poder, abogan por un Estado omnipresente y paternalista. Es paradójico que, cuando el Estado falla, la sociedad civil se organiza y responde con un compromiso que ninguna campaña política puede igualar. Y esta respuesta debería ser un recordatorio claro: la capacidad de recuperación y de ayuda mutua no necesita estructuras políticas, solo necesita personas. En las tragedias, el protagonismo real está en los individuos y en su voluntad de apoyarse unos a otros, no en el Estado ni en las promesas vacías.
La reflexión es inevitable: no podemos permitir que sigan utilizando nuestro sufrimiento para su beneficio. La estrategia es conocida, pero el daño que causa se acumula. Cada crisis se convierte en un escalón más para los políticos que buscan aumentar su influencia, y cada catástrofe es la excusa perfecta para hacerse visibles solo cuando pueden presentarse como salvadores. La pregunta es si, como ciudadanos, seguiremos dispuestos a comprar esa narrativa, o si nos atreveremos a exigirles responsabilidad sin excusas, liderazgo real sin ambiciones ocultas.
Esta DANA nos deja con una lección fundamental: mientras los políticos estén más preocupados por su carrera que por servir, seguiremos atrapados en una historia que no fue escrita para nosotros. No hay soluciones reales, solo intereses. Y hasta que no exijamos cambios concretos, ellos seguirán actuando igual. Porque, para los políticos, lo primero siempre es conservar el poder, sin importar cuántas vidas se cobren las tragedias.