Quien ostenta alguna clase de poder e influencia sobre los demás suele acabar desarrollando cierta sensación de invulnerabilidad. Es el caso de los políticos, quienes por razón de su cargo tienen el poder de dirigir y tomar decisiones que afectan a la vida de otras personas, siendo irrelevante que los afectados estén o no de acuerdo. En los últimos tiempos, hemos sido testigos de una caída en picado del nivel político, este escenario, además de invitar a la reflexión, requiere de la formulación de preguntas: ¿Tenemos la clase política que nos merecemos?, ¿quién o quiénes son los culpables del declive político?
En primer lugar, la ciudadanía. ¿Son los ciudadanos los culpables de la degradación política? En el plano teórico cabría esperar que la ciudadanía castigase los abusos de poder, las mentiras y los engaños, lo contrario implicaría que actúa contra sí misma. No obstante, en la práctica estamos viendo que esto no ocurre.
Para que el sistema democrático funcione se precisa de una ciudadanía despierta, seria y crítica, de lo contrario el poder olvida toda limitación e inevitablemente se corrompe. La democracia es una herramienta que permite castigar de forma pacífica a los gobernantes, en consecuencia, una mala gestión e incumplir lo prometido debería acarrear una serie de consecuencias negativas para los incumplidores.
Sin darnos cuenta hemos caído en una trampa, en la facilidad que implica delegar en otro toda responsabilidad. Tristemente, de la pasividad de la ciudadanía saca rédito el mediocre, yuna vez hemos aceptado que no son los más competentes, los más válidos ni los más inteligentes quienes ocupan los sillones, hemos perdido el juego, ya que en el momento en que se deja de demandar la existencia de nivel, éste está condenado a desaparecer.
Ante este desolador panorama, millones de personas optan por mantenerse al margen y dejar que la rueda siga girando, sin darse cuenta de que acabarán siendo aplastados por ella. ¿Es mirar hacia otro lado la solución? Ignorar un problema no hace que desaparezca, sino que se multiplique. Claro que no todo gira en torno a la política, la batalla de las ideas va mucho más allá, y en un escenario en el que todo se presenta tan moldeable se precisa de principios claros e ideas firmes.
En segundo lugar, los políticos. ¿Son los políticos los culpables de la degradación política? España es presa de un conjuro que la mantiene sumida en un letargo, lo que es aprovechado por los gobernantes de uno y otro lado, se han olvidado de que se deben a la ciudadanía y no a sus propias ambiciones. En lugar de actuar con responsabilidad y seriedad se aprovechan de la situación, pues se sienten legitimados para obrar a su antojo. Los políticos son cometas movidas por el viento, sus propuestas son volubles y sus ideales más que difusos, moldeables y ajustables según requiera la ocasión. Se dedican a extender sus tentáculos entre las instituciones y también alrededor de nuestros cuellos, asfixiándonos.
Nuestros políticos han desarrollado un fino gusto por las alabanzas y las adulaciones, mientras que rechazan las críticas. La gran mayoría se aferra a su cargo y al poder inherente a él, lo hacen porque no tienen nada más y están dispuestos a todo por conservarlo. Cuando dedicarse a la política deja de ser una posibilidad y se convierte en un bote salvavidas no cabe esperar que los políticos sean capaces de renunciar al cargo.
Por tanto, en este relato solo encuentro culpables. Por un lado, quienes permiten, y por otro quienes se aprovechan. Nos encontramos en una encrucijada de difícil salida, en la que encuentro más preguntas que respuestas: ¿corrompe irremediablemente el poder?, ¿está la ciudadanía condenada a actuar contra sí misma?
