Desde el periódico llevamos unos cuantos días tratando de concienciar a nuestros lectores de la amenaza que supone una supuesta Ley de Medios para la libertad de expresión y de conciencia. Y no hemos sido los únicos pues, gracias a Dios, la mayoría de la prensa de este país, hasta algunos diarios de izquierdas, se han dado cuenta de la amenaza que puede ser esto para nuestra democracia.
Lo más preocupante, no obstante, no es la propia ley en si- que ya es terrible- sino el concepto por el que la aprueba. En una carta a la militancia del PSOE, Pedro Sánchez defendía la necesidad de este control mediático no a través de la agresividad, ni tan siquiera en un lenguaje especialmente fuerte, sino únicamente utilizando la justicia y la moralidad como símbolo. Pura hipocresía.
De hecho, si uno lee la carta podría llegar a pensar que Pedro Sánchez es poco menos que un adalid democrático. Un cruzado en pos de la tierra santa del progreso, por ponerme un poco literario. Y cuidado, porque esa narrativa es peligrosa.
Lo peor no es la imposición de una ley de censura, que las ha habido y las hay, y a malas uno puede trabajar con ellas. Ya lo hacían Berlanga o Camilo José Cela con Franco. El problema viene con la censura previa, autoimpuesta, que es lo que en última instancia parece rezumarse del documento.
El control de medios es un puro ejercicio de Psy-Op, como dicen los americanos, operación psicológica, enfocada en el votante socialista. Un documento que busca hacer creer a la población que la censura es necesaria no porque haya problemas específicos, sino porque una buena democracia debe asegurarse de lo que medios sean veraces. Entiéndase la sorna de la idea.
La democracia del progreso, por seguir un poco con su lenguaje, es una de un control férreo, pero necesario, ante las fuerzas ultraderechistas que quieren acabar con todo lo bueno de este mundo. La democracia que busca imponer Sánchez es una de control, vigilancia y predominio ideológico.
Pero con una cara amable, supuestamente, y ahí es donde está el peligro. Las jaulas son fáciles de detectar, y es muy complicado poder retener a la población demasiado tiempo en una. Al final, el instinto humano es buscar la libertad o, al menos, comprender el porqué de las cosas. Eso lleva a levantamientos, enfrentamiento y, en última instancia, la caída definitiva de un sistema. Ninguna dictadura dura eternamente. Casi ningún sistema político lo hace.
El problema es hacer creer a la población que no están en una jaula, poniendo los barrotes de oro y decorando el interior. Una jaula tan cómoda, tan rematadamente correcta en su forma, que te olvides de que estas encerrado. Ahí reside el peligro, en que el votante socialista apoye su propio encarcelamiento en nombre de la libertad, la igualdad o el eslogan de turno.
Sánchez es inteligente, por desgracia, y su cara amable es ahora mismo su principal estrategia. Se debe recalcar una y mil veces que la Ley de Medios, o el control del poder judicial, no es libertad, sino control. Que el sistema que propone Sánchez es una tiranía, no una democracia. Y, en última instancia, dejar en claro que nadie, absolutamente nadie, esta dispuesto a vivir en una jaula. Por muy cómoda que supuestamente sea.