A pesar del desprestigio práctico en el que se hayan sumidas, para desgracia de nuestra sociedad, las Humanidades, el volver a leer a los grandes clásicos que dieron origen a la cultura occidental no sólo es fuente de goce estético, sino también de reflexiones aplicables al momento político y social en que vivimos. Aunque lo ideal sería -y así lo hacía cualquier persona culta desde la Edad Media hasta tiempos muy recientes-, leer a los autores griegos y latinos en su lengua original, el utilizar alguna buena traducción nos ofrece asimismo la oportunidad de disfrutar de ellos.
Entre las obras clásicas más influyentes, por su repercusión en la pintura, la escultura o la literatura, se encuentra el conjunto de leyendas a las que Ovidio, al reunirlas, dio el título de Metamorfosis, empleando un término que en griego significa transformación, un cambio en la forma, haciendo alusión a las que se producen en los protagonistas de su narración, tal y como afirma el propio autor al comienzo, remontándose hasta los orígenes míticos del mundo. Apolo y Dafne, Jacinto, Píramo y Tisbe, entre otros muchos dioses y humanos, son los protagonistas que van apareciendo a lo largo del poema, dividido en quince libros. Uno de ellos, el XI, nos presenta al personaje del que hoy les quiero hablar, Midas.
Midas, el ejemplo de como la avaricia rompe el saco
Éste era rey de Frigia, en Asia Menor. Nos cuenta Ovidio que este monarca, iniciado en las orgías rituales por Orfeo, acogió en su palacio a Sileno, uno de los sátiros, padre adoptivo de Baco, famoso por sus excesos con el vino, que se había extraviado. Encontrado por unos campesinos frigios, le llevaron ante su rey, el cual, al reconocer al compañero de ritos, celebró alegres fiestas en su honor durante más de diez días –con sus noches-, antes de conducirle ante Baco, quien, agradecido por la hospitalidad ofrecida a su padre adoptivo, concedió a Midas el don que quisiese. El rey pidió que todo lo que tocase se convirtiera en oro, a lo que el dios accedió. Midas, gozoso, empezó a comprobar la efectividad del don, tras arrancar una rama de encina, que se transmutó en oro.
Continuó el monarca con sus áureas transformaciones, hasta que, sintiendo hambre, se dio cuenta del terrible error cometido, pues cualquier manjar, incluida el agua, se convertía en oro. Arrepentido, rogó a Baco que le hiciera volver a su ser natural y el dios se lo permitió, con la condición de que fuera al río Pactolo y allí se lavase. Hecho esto, el río se volvió de color dorado y Midas se dedicó a habitar las selvas y adorar al dios Pan, lo que le condujo a ofender a Apolo, al afirmar que la música de éste era inferior a la rústica del dios de los pastores, siendo castigado con la transformación de sus orejas en las de un asno. Otra versión del mito, transmitida por Aristóteles, afirmaba que el rey murió de hambre.
¿Tenemos un Midas español?
¿Un mito? Bueno, en España tenemos al día de hoy una versión rediviva del rey Midas. Salvo que nada de lo que toca o de lo que le rodea es de oro. Más bien se transforma en hez, en basura, en inmundicia. Y eso, aún antes de iniciar el reinado omnímodo sobre su partido, al que ha convertido en la prolongación de Su Persona. No hablo ya de la famosa urna llena de papeletas escondida detrás de una mampara y que detonó su primera salida de lo que fue un partido respetable, sino de todas las extrañas circunstancias que rodearon el asunto de su tesis, ya olvidado por las capas de porquería sedimentadas sobre la cuestión.
No ha habido institución que no se haya visto afectada, desde el CIS hasta – lo más reciente-, Televisión Española y el “affaire” Broncano. Si es cierto que, según otras variaciones del mito, Midas mató a su hija al tocarla y convertirla en dorada estatua, figuras antes respetadas o valoradas, como el ministro del Interior, se han visto transmutados, convertidos en objeto de desprecio público o sujetos de vergüenza ajena. Todo el incienso que los turiferarios de los medios afines queman en su honor, no puede impedir el hedor que emana de su entorno.
La inexplicable –por ahora- traición al pueblo saharaui; la concesión de una amnistía a golpistas cobardes que pusieron en riesgo nuestro estado de Derecho; el asunto de las maletas de Delcy, con el rescate de una compañía aérea en la que les aconsejo no viajar, pues mi peor vuelo transoceánico ha sido con ella; el uso abusivo de medios de transporte oficial muy contaminantes mientras el discurso “guay” habla de ecosostenibilidad…y así un largo etcétera de asuntos, que tejen la leyenda del nuevo Midas, y que, sin duda, ofrecerán la oportunidad a los poetas del futuro de cantar las metamorfosis operadas a su alrededor.
Dudo mucho de que nuestro Midas se acabe bañando en el Pactolo. Es más probable que seamos testigos de la versión aristotélica. Y ya que estamos con los clásicos, otro pensamiento, esta vez de Julio César, tal y como lo recoge Plutarco, que nos recuerda que la mujer del César no sólo debe ser honrada, sino que también debe parecerlo. Qui habet aures audiendi, audiat.