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15 Sep 2024
15 Sep 2024
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La trampa del paternalismo

El Estado es un buen ejemplo de institución que utiliza la búsqueda de aprobación continua. Tu no sabrías gestionar tu vida, no tienes los conocimientos ni las habilidades para funcionar de forma autónoma. “No te fíes de ti mismo. Nosotros recaudaremos los impuestos y nos ocuparemos de ti

Fotografía de: John Conde en Pixabay

Cuando caemos en el paternalismo, conducta que justifica el que una persona o entidad tome decisiones por encima de otra por protección o por beneficio (aunque implique limitar la libertad), caemos en un patrón común: elaboramos una historia conveniente en la que nos convertimos, o bien en una víctima inocente, o bien en el protagonista absoluto.

Cuando esto ocurre, ya sea en contexto familiar o en el contexto del Estado, comenzamos a dar la llave de nuestras decisiones a terceras personas, lo que pone en peligro nuestra propia autonomía entendida en términos de cualquier tipo. Si culpamos al mundo de cómo nos sentimos, abandonamos la responsabilidad de nuestra propia tranquilidad.

De la misma forma que si vives buscando la aprobación continua, llegará el día en el que no estés a la altura de las expectativas, y estarás, de nuevo, dejando en manos de otras personas tu felicidad personal. Y es que como comúnmente se dice, “si usted vive para recibir un cumplido, morirá por la crítica”. No existe ninguna situación en la que tengas el total de la aprobación del resto de personas. Y aunque la búsqueda de aceptación es algo cultural, no debemos dejar que se convierta en una necesidad.

Sin embargo, no debes olvidar que siempre hay algo de verdad en lo que la gente dice, y por eso es tan importante el qué por encima del quién. La mayoría de las veces, cuando nos enfrentamos a problemas que se repiten, estamos desempeñando un papel del que preferimos no ser conscientes, somos cómplices silenciosos de problemas de los que probablemente tengamos cierta responsabilidad.

No estaría de más que, en lugar de adoptar prácticas paternalistas, viviéramos un tiempo en el otro extremo: el de reconocer que solo nosotros podemos mejorar nuestra suerte, hacernos felices y encargarnos de nosotros mismos. Debemos asumir que somos dueños de nuestras vidas, y también ser conscientes de que somos responsables de las consecuencias de nuestras acciones, tanto para lo bueno como para lo malo.

Hemos crecido pensando que la queja es uno de los caminos más efectivos. Y aunque estoy de acuerdo en que es una alternativa, no solo válida, sino necesaria en algunas ocasiones, ni mucho menos es la mejor de tus posibilidades. La queja constante es, en el fondo, un refugio para quienes desconfían de sí mismos. De la misma forma que cuando estás cansado haciendo ejercicio físico de nada sirve verbalizarlo, existen muchas situaciones en la que hemos adoptado la queja como la única vía de solución, dando por hecho que hablar de algo implica automáticamente que algún agente externo fuera a solucionarlo. Una forma fácil de darnos cuenta de quién realmente se tomará en serio una queja es pensar a quien le está importando o afectando eso por lo que nos estamos lamentando.

El Estado es un buen ejemplo de institución que utiliza la búsqueda de aprobación continua. Tu no sabrías gestionar tu vida, no tienes los conocimientos ni las habilidades para funcionar de forma autónoma. “No te fíes de ti mismo. Nosotros recaudaremos los impuestos y nos ocuparemos de ti”. Esta mentalidad se refleja en áreas como las pensiones, la sanidad, la educación y un sinfín de decisiones que, si miramos un poco hacia atrás, llegaron a involucrar incluso nuestra salud personal, como ocurrió con la vacunación obligatoria contra la COVID-19 (bajo una presión social intensa). En aquel momento, y así los pensamos la gran mayoría, las vacunas salvarían el mundo. No hacerlo significaba desconfiar del Estado y de que estaba actuando en nuestro mejor interés. Y hoy día, ¿acaso no existe una duda razonable en todo lo que aquello supuso? ¿Lo volveríamos a permitir con la misma fe ciega? Tengo mis dudas, y es interesante (por decir algo) ver cómo muchos de aquellos que antes defendían las medidas de manera incondicional (y vehemente), ahora han cambiado de opinión, permitiendo un diálogo que antes parecía imposible, y reconociendo las posibles consecuencias de las que en su momento no permitieron hablar.

Todo esto se resume a que mientras más delegas en otros aquello que ocurre en tu vida, menos control tienes sobre ella. Si entendemos eso, entendemos muchas cosas. No entregues la responsabilidad de tu estado emocional en los demás, y deja de pensar que otros tienen que ocuparse de ti. El mejor antídoto para la preocupación es la acción. Y cuidado con el doble rasero y la doble vara de medir, porque la realidad suele estar en algún punto intermedio de todos los relatos existentes.

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