Fotografía de: Lifeder.com
Cada vez es más común ver cómo personas adultas, así como hacíamos cuando éramos más jóvenes, tienden a retorcer las discusiones para terminar llevándoselas a su terreno, donde por supuesto se encuentra la moral más inamovible y objetiva. Y no me malinterpretéis, porque yo pienso que la moral es objetiva y única. Es por ello por lo que, quedando tan pocos espacios donde no relativizar hoy en día, me molesta especialmente cuando se tacha de objetivo lo que no lo es.
Esto es, leyes en mal funcionamiento, asociaciones improvisadas, publicidad institucional manipuladora, y un largo etcétera que, si te atreves a cuestionar, resultaría en un gran problema personal que puede incluso permear a tu escenario laboral.
Como ingeniero me han enseñado, no sólo a simplificar los problemas, sino a no tomar A por B si está demostrado que en algún punto no son lo mismo. Tampoco me han enseñado a obviar variables que intervienen en un determinado asunto. En términos técnicos se les llama variables dependientes y, si una cambia, las que dependen de ella también se verán afectadas.
La infantilidad a la que se ha reducido todo pone en tela de juicio el orden moral que corresponde a la realidad. Cuando permites que no se pueda hablar sobre algo, no sólo no estás solucionando el problema, sino que estás agravándolo. Cientos de miles de personas que tienen algo inteligente que decir sobre un determinado tema, prefieren guardar silencio. Y el que calla, otorga. Aunque siempre me molestó esta afirmación. Quizás porque ahora que soy adulto prefiero callar y me cuesta pensar que doy la razón en temas, o de naturaleza ambigua, o de pasmosa y hasta grosera realidad. En cualquier caso, hoy sí estoy aquí para decirlo:
Reconocer que la ley de violencia de género estuvo mal redactada, no te convierte en maltratador. Reconocer que existe espacio para el estudio en temas de transexualidad, no te convierte en tránsfobo. Reconocer que hubo información contradictoria en periodo de pandemia, no te convierte en conspiranoico. Reconocer que Rufián fue el único en poner nervioso a los dirigentes del Partido Popular en la comisión sobre la financiación ilegal de su partido, no te convierte en independentista. Reconocer que los independentistas juegan en un circo mediático de dudosa moralidad, no te convierte en un carcelero estatista. Reconocer que Pedro Sánchez ha aceptado la amnistía sólo por el poder, no te debería dejar fuera del PSOE. Reconocer que puede haber relación en la destitución de Ábalos como ministro con el caso Koldo, no te etiqueta como seguidor de una postura política específica. Reconocer que hay un problema con la inmigración ilegal, no te convierte en ultraderechista. Reconocer que el diálogo es más constructivo que la confrontación, no te convierte en débil. Reconocer que escuchar a aquellos con quienes no estás de acuerdo, no disminuye tu valor ni tu verdad, sino que amplía tu mundo.
Por si no te ha quedado claro; reconocer una verdad no te resta identidad.
Y no ocurre nada. Hay muchas más facetas que definen a una persona más allá de las anteriores. Puedes continuar con tu lucha, sea cual sea, sin que la losa de la moralidad caiga sobre ti. No resumas todo a un tuit. La realidad es compleja, por mucho que alguien como yo intente reducir todo a la singularidad.
Aprender a escuchar es una habilidad que se está perdiendo en el ruido de la convicción. La verdad se encuentra casi siempre en el medio de dos puntos opuestos. Es fundamental no despreciar la perspectiva del otro, porque en su visión puede estar la pieza que falta para completar el rompecabezas de nuestra comprensión. No dejemos que el miedo a ser etiquetados nos silencie, ni tampoco permitamos que la comodidad de escuchar solo nuestras propias voces nos aísle del resto de opiniones.
No tengamos miedo de expresar lo que surge del pensamiento crítico. No debemos creer todo lo que nos dicen, pero debemos aprender a escuchar incluso cuando alguien expresa algo que no nos gusta. La empatía es clave para la felicidad, y tener razones para discrepar con alguien simplemente refleja la diversidad tan espectacular que nos corresponde como seres humanos.