Oíd, tiranos: hartaos de paciencia

Entrevista a Pedro Sánchez en RTVE // RTVE

No cuento nada nuevo al decir que la información es poder. Más aún cuando vivimos en un mundo en donde el saber con quién comparte cama cierta persona te otorga más poder decisión que ser elegido en las urnas. Que se lo digan a Villarejo, o al pequeño Nicolás. Pero si hay algo más poderoso que el manejar esa información, es tener además la capacidad de influir en la opinión de la gente, de convertir sus dudas en afirmaciones, de hacerles cambiar de opinión.

Los tiranos más peligrosos son aquellos líderes autoritarios disfrazados de demócratas, que siempre, en algún punto de su mandato, han buscado sofocar cualquier forma de disidencia y crítica. Desde censurar medios de comunicación hasta perseguir a periodistas y comunicadores valientes y libres, con un objetivo claro: mantener el poder a toda costa, incluso si eso significa pisotear los derechos fundamentales de sus ciudadanos.

Conocemos sus tácticas: Legislación restrictiva (ya hemos conocido la primera ley de control de influencers), hostigamiento en redes (sólo hace falta echar un ojo a la cuenta de X del Ministro de transportes), control mediático (hemos visto al jefe de comunicación del partido del gobierno amenazar a un programa de televisión con no enviar a más candidatos a su programa), censura (yo mismo he sufrido en mis carnes como se ocultaban videos críticos contra al gobierno).

La contundencia con la que está golpeando el poder político estos últimos años a los medios de comunicación en España no se había visto desde los tiempos de blanco y negro. Las tácticas de coacción han evolucionado más allá de la simple manipulación de la publicidad institucional, la asignación o destitución arbitraria de periodistas en programas televisivos, o el cierre del flujo de información mediante filtraciones controladas. Actualmente, las autoridades no solo ejercen presión indirecta, sino que también señalan, presionan y amenazan de manera explícita, utilizando nombres propios.

Aún más preocupante resulta cuando medios de comunicación afines a estos gobiernos no solo dejan de ejercer su papel crítico, sino que se convierten en herramientas de propaganda gubernamental. Los equipos de opinión sincronizada que deciden tirar su dignidad por un plato frío de lentejas son las patas que sostienen el trono del tirano.

En este escenario, los comunicadores independientes se convierten en objetivos primordiales del poder político. Nuestra independencia nos otorga una voz sin ataduras, capaz de desafiar el discurso oficial y exponer nuestra verdad detrás de la propaganda. Sin embargo, esta misma independencia nos convierte en blancos fáciles para aquellos que buscan silenciar cualquier voz discordante.

No tengo dudas de que vendrán por nosotros. La ventana que ofrecen las redes sociales, donde un joven con una cámara de trescientos euros puede llegar a más personas que una gran redacción, les está creando un serio problema. Somos plenamente conscientes de esto. Es por ello que hago un llamado a la resiliencia y la esperanza: no me voy a rendir ni me dejaré silenciar.

Mientras tenga voz y el deseo de cuestionar a aquellos en el poder, seguiré luchando. La libertad siempre encuentra su camino, y en esta era digital, cada uno de nosotros tiene el poder de ser un faro de verdad. Unámonos, levantemos nuestras voces, y juntos, seremos una marea imparable que abogará por la justicia y la integridad en cada rincón del país.