La revolución no es cosa de pobres obreros, sino todo los contrario. Normalmente, los grandes referentes y líderes revolucionarios proceden de las elites, tanto económicas como intelectuales. Son los antiguos burgueses, los típicos pijos acomodados en el mundo de hoy, los que suelen ir de revolucionarios y justicieros tomando como excusa los intereses de la plebe, un populacho que percibe de oídas, pero con el que no se junta ni interactúa. Marx, Engels, Lenin, Fidel Castro y tantos otros comunistas insignes nada tienen que ver con la clase obrera, pues eran ricos o mantenidos hijos de papá.
Y lo mismo sucede en España con los Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Ramón Espinar, Irene Montero, las hermanas Serra, Rita Maestre, Mónica García y tantos otros, que de pobres y necesitados no tienen nada. El último ejemplo piji-progre del comunismo patrio es Carme Arcarazo, la joven portavoz del Sindicato de Inquilinos en Barcelona, considerada por algunos como la «próxima Ada Colau».
Arcarazo también proviene de una familia acomodada y se formó en centros privados de prestigio, no precisamente baratos, pero milita en la extrema izquierda catalana y se alza como altavoz de los asfixiados inquilinos que pueblan la Ciudad Condal. En definitiva, otra pija y revolucionaria que trata de vender el cuento de socialismo más radical y abyecto, solo que ahora usando como excusa la crisis de la vivienda que sufre España.
La gran paradoja es que los mismos que han destrozado el mercado del alquiler pretenden ahora solventarlo con la puesta en marcha de políticas mucho más lesivas y contraproducentes. Los llamados “sindicatos de inquilinos”, que ni son sindicatos ni representan a los inquilinos, son las antiguas plataformas de afectados por la hipoteca que años atrás lideró una desconocida activista llamada Ada Colau.
Es la misma figura, solo que con distinto traje. Organizaciones creadas y dirigidas por activistas de extrema izquierda que sirven de lanzadera para hacer ruido y recabar notoriedad con el único fin de dar el salto a la política. Todos los caminos conducen a Roma. Nada nuevo bajo el Sol. Ahora, Camarazo brilla como futurible entre los Comunes para suceder a Colau, exalcaldesa de Barcelona, y recién retirada de la política.
Y pese a la buena posición económica que disfruta su familia, como toda buena comunista, ataca con fiereza la riqueza, el capitalismo y la propiedad privada. Valga como ejemplo la batería de necedades y dislates que defienden estos “sindicatos” de nuevo cuño: recortar por ley un 50% el precio de los alquileres; que todos los contratos de arrendamiento sean indefinidos; prohibir los alquileres turísticos y temporales, así como el alquiler de habitaciones; prohibir la compra y restauración de inmuebles para alquilar; aplicar elevados impuestos a las viviendas vacías; legalizar la okupación de casas ajenas; expropiar las viviendas pertenecientes a fondos de inversión; o prohibir los desahucios por impago de alquiler.
Y todo ello bajo la amenaza de orquestar una masiva huelga de inquilinos para dejar de pagar las rentas al unísono en medio país. Suerte con el experimento. Este nuevo fenómeno arroja tres conclusiones, a cada cual más preocupante. En primer lugar, que ser pijo y haber recibido una buena educación no te exime de ser un analfabeto funcional en materia económica; que los comunistas, como siempre, se valen de la desgracia ajena para tratar de ganarse la vida en política haciendo la revolución; y que muchos incautos, ya sea por ignorancia o interés, caen en la trampa, pero luego son los primeros que sufren las consecuencias de los disparates que ellos mismos defienden y promueven. Y si no pregunten a los catalanes y, especialmente, a los barceloneses, que lo sufren.