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23 Nov 2024
23 Nov 2024
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Poltava

En 1610, 1905 y 1918, las victorias sobre Rusia se consiguieron porque el pueblo se volvió contra su gobierno y el Estado colapsó
Soldados del Ejército ruso

JOSÉ MANJÓN

El nombre de Poltava resuena con fuerza en la memoria rusa por la gran batalla que tuvo lugar allí en 1709 y que marca el nacimiento de Rusia como gran potencia europea. Pedro el Grande (1682-1725) aniquiló al hasta entonces invencible ejército sueco de Carlos XII y cambió para siempre el equilibrio de poder en el norte y este de Europa. El día 3 de septiembre de este año de Gracia de 2024, los oficiales suecos que estaban enseñando guerra electrónica a los cadetes de la Escuela de Comunicaciones del ejército ucraniano, con base en Poltava, fueron aniquilados por dos misiles rusos. Moscú nunca olvida.

1- CONSTANTES SIEMPRE IGNORADAS

Hay experiencias históricas que deberían llamar a la prudencia, a la contención, a la calma. Una de ellas es que guerrear con Rusia se paga muy caro. Incluso si se vence. En 1905, los japoneses obtuvieron una resonante victoria militar sobre los rusos, que se tradujo en una derrota diplomática: el Tratado de Portsmouth. Los laureles de Tsushima y Port Arthur no sirvieron de nada frente a la  delicada realidad económica y humana de Japón, cosa que Sergéi Witte, el jefe de la delegación diplomática rusa, supo manejar como el inteligentísimo y hábil político que era. Derrotar al ejército de Manchuria le costó a Japón ríos de sangre y poco menos que la ruina de la economía nacional. La mediación inglesa y norteamericana permitió al gobierno de Tokio un muy necesario respiro en una situación crítica.

Los japoneses lo habían hecho todo bien. Fueron diligentes y avisados, aprovecharon el efecto sorpresa y pusieron fuera de combate a la Flota rusa del Pacífico. Las tropas  del zar en Manchuria estaban separadas de la madre patria por miles de kilómetros de una sola vía férrrea que pasaba por territorios apenas poblados. Para que llegaran refuerzos al otro lado del Amur transcurrirían semanas y meses. La única flota rusa que podía ayudar a los ejércitos del zar en Manchuria era la del Báltico, y para ello tuvo que dar la vuelta al mundo bajo la atenta vigilancia de los ingleses, aliados de Tokio. Y todo para acabar en el desastre naval de Tsushima, la más brillante de las victorias japonesas. Pero las batallas terrestres fueron muy duras y el comandante ruso, Kuropatkin, nunca arriesgó el grueso de su ejército en un encuentro decisivo. Es decir, Japón ganaba batallas pero no aniquilaba al enemigo. Y sus bajas eran enormes y la tensión de su sistema productivo estaba cerca del colapso. Lo que mejor hicieron los nipones, la mejor arma secreta cuando se trata de atacar a Rusia, fue el repartir mucho dinero entre los medios revolucionarios. Las noticias de las derrotas humillantes en lo que se consideraba una guerrita fácil y victoriosa, las dificultades que sufría la economía zarista por el alza de precios producto de la guerra y la acción subversiva de los partidos socialistas y populistas, consiguieron desmoronar el frente interno con la revolución de 1905. En 1610, en 1905 y en 1918, las victorias sobre Rusia se consiguieron porque el pueblo se volvió contra su gobierno y el Estado colapsó.

Sin la revolución en curso y con las tropas japonesas sufriendo un desgaste infernal, una contraofensiva del ejército que se estaba acumulando en el Extremo Oriente del imperio de los Románov habría aplastado a los japoneses. Pero esas tropas eran urgentemente necesarias en Europa, donde el zar no podía ni salir de su palacio. Japón buscaba la paz tanto como Rusia, quizá más, porque una pequeña presión podía desmoronar todo su esfuerzo militar. En el Tratado de Portsmouth, Witte obligó a los japoneses a renunciar al cobro de indemnizaciones, a respetar los derechos de Rusia en el sur de Manchuria y a reconocer la influencia de Petersburgo en el norte de esa región. Media isla de Sajalín pasó a poder japonés, pero sin construir fortificaciones en ella. En el imperio del gran Meiji estallaron graves protestas populares. La anexión de Manchuria tendría que esperar a 1931. Sólo Corea y la península de Liaotung quedaron en manos japonesas.

Repetimos: Japón lo hizo muy bien. Igual que los alemanes en 1917-1918. Aún así quedaron extenuados. Repetimos de nuevo: guerrear con Rusia se paga muy caro y nunca da los frutos apetecidos.

El poderío militar nunca ha sido suficiente para derrotar a Rusia. Los soldados de Carlos XII, de la Grande Armée y de la Wehrmacht pueden dar testimonio de ello. Recordemos que la Guerra de Crimea pudo terminar con una muy costosa victoria para los aliados por el retraso tecnológico de Rusia, porque la supremacía naval resultó básica en el asalto a la península y porque el escenario de las operaciones era muy limitado. Pese a ello, en 1877, todas las ventajas conseguidas por los vencedores en el Mar Negro y el Cáucaso quedaron en nada. Rusia siempre se recupera –como el imperio romano contra Pirro, Aníbal y Mitrídates– y puede soportar derrotas aniquiladoras. Los mongoles, sus enemigos más inteligentes, se dieron cuenta de ello y, tras derrotar a los príncipes rusos de manera fulminante, pusieron a los vencidos a tributar y no se les ocurrió conquistar el país boscoso y frío, salvo los terrenos de estepa donde la caballería tártara era muy superior a su rival. Los príncipes de Moscú, los creadores de la patria rusa, no eran enemigos de los mongoles, sino sus aliados. Aleksandr Nevskii tuvo que elegir entre Occidente y Oriente, y prefirió preservar la forma de vida y la fe ortodoxa de su pueblo, aliándose con los indiferentes y tolerantes mongoles, antes que someterse al poder del Papa de Roma. Vladímir Putin se ha visto en un trance semejante y ha escogido lo mismo que el santo príncipe ruríkida.

2- EL IDÉNTICO FINAL DE LA AVENTURA

¿Es posible derrotar militarmente a Rusia? Sí. ¿Merece la pena intentarlo? No.

Esto tendría que figurar en todos los libros de Geopolítica que hoy se escriben. La Operación Militar Especial en Ucrania lo ha demostrado. Rusia ha ganado la guerra en todos los frentes menos en el propagandístico.  Ahora, cuando se desmoronan las posiciones del Donbass y el régimen ucraniano se obstina en la aventura de Kursk, conviene recordar aquellas afirmaciones de los burócratas de Bruselas acerca de la ruina de Rusia por las sanciones (su economia nunca ha estado mejor) y de que los misiles rusos se iban a agotar en mayo de 2022: hace bien poco, a finales de este mes de agosto, cayeron ciento veintisiete cohetes rusos sobre Ucrania. Y ayer, tres de septiembre, también se disparó otra tanda sobre el infortunado conejillo de Indias de la OTAN. El mito de la “derrota” soviética en Afganistán se ha usado con la habitual frivolidad para animar la intervención en Ucrania: se olvida que las tropas de la URSS mantuvieron el control de más del 80% del país sin grandes esfuerzos y que la retirada de 1989 fue fruto de las dificultades económicas tremendas de la época, no de ningún revés en el campo de batalla. El gobierno comunista afgano logró mantenerse dos años más al frente del país, pese a la presión de los aliados islamistas de Estados Unidos. La economía rusa de 2024 no se parece en nada a la soviética de 1989 y no es previsible un derrumbe interno del sistema productivo, sino más bien todo lo contrario: es Ucrania quien tiene que ser asistida en todos los sectores de su precaria y corrupta economía.

Reiteramos la vieja lección: una guerra de desgaste contra Rusia es una locura, incluso contando con el enorme potencial militar, industrial y humano necesario. Rusia puede absorber todos los choques, igual que China. Luego, el tiempo, la resistencia tenaz y las dificultades geográficas (distancias, clima…) hacen el resto. Conviene también recordar que, salvo un improbable derrumbe interno, Rusia lo aguanta todo. Zorndorf, Eylau, Borodinó, Plevna, Leningrado… los ejemplos de la capacidad rusa de resistencia son conocidos de todos. ¿Qué implica todo esto? que la solución militar de un conflicto con Rusia es imposible; como Anteo, cuando cae en tierra recupera fuerzas, cosa que pudieron comprobar los invasores polacos en 1610 y 1919, los suecos en la Guerra del Norte y los alemanes de 1941 a 1944. Rusia sólo puede ser derrotada si se vuelve contra sí misma. Y esos momentos duran poco y acaban en una recuperación sorprendente, milagrosa.

Pero los avisos de la historia importan poco. Sobre todo cuando se juega con la sangre de otros. Occidente haría bien en recordar que todas sus aventuras en el escenario ruso han acabado siempre en un campo de Poltava.

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