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28 Dic 2024
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Camboya, el estado fallido que fue otrora imperio

Camboya es el único país de la región donde una persona con antecedentes penales, e incluso prófugo de la justicia de su país, puede llegar a conseguir no sólo un visado permanente sino un pasaporte jemer y una nueva identidad

Del año 802 al 1463 existió un exuberante imperio en lo que hoy comprendería toda Camboya, Laos, Tailandia, Vietnam, además de parte de Birmania y Malasia. El Imperio Jemer o Imperio de Angkor, en honor a la hoy ciudad de Siem Reap, otrora sagrada, y hoy conocida internacionalmente por la brutalidad de su congregación de templos llamados Angkor Wat, fue, en aquellos tiempos, una potencia poderosa, de las más exigentes de toda Asia.

Pero de aquella exhibición de poder hoy queda solamente el Reino de Camboya, un país pobre rodeado de países en vías de desarrollo, como lo son las muy emergentes Tailandia y Vietnam, cuando Laos, sin salida al mar y controlada por el Partido Comunista desde 1975 que impuso un estado socialista, no le anda a la zaga en cuanto a PIB y número de turistas por año. Pero, ¿cómo puede un Imperio haber pasado de ejemplo a seguir a simple anécdota?

En la actualidad, Camboya alcanza la posición 107 del mundo por PIB, cuando la clave es que anda muy lejos del resto de sus vecinos del Sudeste asiático. Su esperanza de vida, que por primera vez en toda su historia supera los 70 años, la convierte en la nación 147, situada junto a países como Siria –en guerra permanente–, Sao Tomé y Príncipe y Turkmenistán, y de nuevo a años luz de su vecina Vietnam –a seis años–, cuando está a siete de Tailandia. Hay que entender que Hun Sen, su eterno primer ministro que el año pasado cedió la silla de mando a su hijo Hui Manet, lleva años residiendo durante más tiempo en hospitales a la última de Singapur que en su propia nación.

Camboya, además, cambió su nombre tras la enorme desgracia de haber tenido varios años en el poder al maoísta enfermizo Pol Pot, encargado de supervisar y decidir la muerte de más del 25% de la población jemer entre los años 1975 y 1979, cuando el país se denominaba Kampuchea Democrática. De aquel genocidio, cometido por el mismo pueblo jemer que estaba aupado al poder, poco o nada quiso saber el resto de la población mundial, que a través de Naciones Unidas, organizó muchos años después un sainete de juicio cuando los maoístas que aún quedaban vivos eran muy pocos y demasiado ancianos.

Los jemeres rojos

Pero en el equipo del psicópata Pol Pot, que aprendió sus malas artes de Mao Zedong, estaba un joven apuesto y malvado llamado Hun Sen, que ante la caída del perverso maoísta supo ver su manera de ser aupado al poder por las naciones vecinas, que creyeron que Hun Sen sólo sería la correa de transmisión previa al necesario cambio que necesitaba el país, cuando en realidad estuvo dominando oficialmente la nación desde 1985 hasta el pasado año, el 2023, donde tras asumir sus pésimas condiciones de salud entregó el poder a su hijo Hun Manet, tras las enésimas elecciones amañadas en las que la ONU ha dicho, como siempre, muy poco y siempre en voz baja.

Desde que tomara el poder Hun Sen, el máximo mandatario, en realidad dictatorzuelo, ha ido vetando a la oposición de manera constante. La última vez, lo hizo el año pasado contra Kim Sokha, al que cuando comenzaba la campaña electoral que le auguraba un gran resultado, quién sabe si por fin un cambio de gobierno, un juez puesto por Hun Sen –¿les suena?– le leyó su sorprendente sentencia: 27 años de cárcel por alta traición. Aunque el opositor apeló, jamás pudo salir de la cárcel, y por ende, participar de las últimas elecciones, un teatro que Hun Sen organizó solamente para ganar, y utilizando al rey marioneta Norodom Sihamoni, permitir que su hijo Hun Manet tomara el testigo del país, quién sabe si como su padre hasta el infinito y más allá. Pero, ¿qué es lo que impide a una nación que, a fin de cuentas, reside en una zona del mundo de imparable crecimiento, ser más próspera, segura y justa?

Camboya es otro paraíso del Sudeste asiático. Sus playas, sin ser las mejores de la región, sí que lo son virginales, cuando en su interior se atropellan provincias de nombres impronunciables dominadas por ríos caudalosos y un verdor tan infinito como inconmensurable. A su vez, poseen islas que son el sueño de cualquier viajero que quiera sentir el estar, de verdad, en medio de ninguna parte, rodeado de palmeras y playas de arena tan fina como blanca. Phnom Penh es su capital, la cual ha ido creciendo muy irregularmente, pero que incluso así ha visto mejorar su aeropuerto así como las inversiones de compañías hoteleras internacionales que decidieron abrir allí alguno de sus imponentes hoteles. Pero Camboya es un país deshilachado. Porque de la misma forma que imponentes rascacielos se abren en su capital o en la ciudad sureña de Sihanoukville, los robos se suceden cada noche cuando el turista decide prevalecer en su extrema confianza, cuando la falta de hospitales de verdad además de su conflictiva inseguridad jurídica ha hecho que prácticamente sólo las oenegés sean las compañías extranjeras que aumentan su presencia en el país cuando las fábricas que hace unos años huyeron de China, beneficiadas por los bajos sueldos y facilidades camboyanas, salieron a su vez a la carrera hacia Vietnam, Bangladesh e incluso Etiopía viendo las dificultades que iban, además, en franco crecimiento.

Pero Camboya expone otros gravísimos problemas que repercuten de manera directa en su imagen exterior. Y me estoy refiriendo al turismo sexual, que para no quedarme corto, amplía la edad de acción hacia las –y los– menores de edad. Y eso, evidentemente, dificulta su integración en el mundo en que vivimos.

Debe saberse que desde finales del pasado siglo Camboya ha sido –y sigue siéndolo– un destino turístico con meta sexual. Claro que lo que nadie quiere aceptar es que el pederasta, sin andar a sus anchas, sí que sabe que con autoridades corruptas y policías de broma, les es algo más fácil campar a sus anchas a través de sus enfermedades mentales. Además, Camboya es el único país de la región donde una persona con antecedentes penales, e incluso prófugo de la justicia de su país, puede llegar a conseguir no sólo un visado permanente sino un pasaporte jemer y una nueva identidad.

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