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10 Sep 2024
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Alejandro Magno En Troya: peregrinación hacia la ciudad de los héroes

Año 331 A.C., habían pasado casi diez siglos desde entonces. Pero la ciudad fortificada de Ilión – conocida como Troya – bien vale su cantar, que hizo de un príncipe macedonio querer convertirse en el mejor representante de los griegos y de la identidad helénica.

Alejandro, hijo del rey macedónico Filipo II, fue siempre un hombre contradictorio debido a la educación obtenida en los diversos campos del saber. Quizás fuese este el germen que le permitiese trascender todos los obstáculos y todas las barreas hasta convertirse en leyenda. Arropado por un consejo de grandes fieles –  los amigos de su infancia serian su guardia personal -, fue clave para obtener su gran éxito. Tuvo una educación militar notable –  donde destaca el poder domar al más salvaje de los caballeros de su padre, el famoso Bucéfalo – así como su educación por Leónidas, que era astrofísico, convirtiéndose en un apasionado por la astronomía y llegando a hablar con muchos de los intelectuales de los templos. Su pensamiento filosófico fue influido por uno de los más grandes de la historia: su tutor y maestro ateniense, Aristóteles. Que en base a la idea de una monarquía ilustrada, le enseñó que el monarca debía de ser el mejor de los ciudadanos. Pero sobre todo, tenía grande conocimientos de literatura, conociendo perfectamente los poemas épicos de Homero.

Hacer del mundo un barrio griego

Tras la llegada de Alejandro al trono macedónico y como soberano de la antigua Hélade, llevó a cabo un impresionante reclutamiento de mercenarios de hasta 20 000 hombres y 170 naves, formando un ejército de hombres de multitud de procedencias hacia la conquista y descubrimiento del mundo oriental: pero esta no fue una conquista cualquiera. Alejando llevará consigo un enorme equipo de: ingenieros, arquitectos, topógrafos, cartógrafos, exploradores, artistas, médicos, historiadores y un largo etc. Todo ello para construir un nuevo mundo en los territorios que llegaba; para llevar la educación griega, la paideia, a todos los rincones del mundo conocido.

Lo que hoy conocemos como helenismo, es la primera unión física y espiritual de occidente con oriente, que será la base para la futura civilización romana que precede a la civilización europea que conocemos. Pues durante siglos la lengua y la literatura que se leerán desde Persia hasta Egipto, desde Anatolia al Turquestán, será el griego, la koiré. Rezar, debatir y hacer el amor en griego, en un Mediterráneo que convirtió el mundo en su centro.

Lo que hacemos en la vida, tiene su eco en la eternidad

Gracias a su fascinación por el poema homérico, fue imprescindible para él un desvío en su viaje hacia Troya – en la actual Turquía – mientras marchaban hacia el este, hacia la conquista del imperio persa. Alejandro llegó a aquellas ruinas con un ejemplar de la Ilíada bajo el brazo, el libro que cuenta aquella historia épica y trágica que tantos sueños le había arrebatado. Todo ello porque Alejandro había sido criado con la idea de que era un descendiente de aquellos héroes, y por tanto quería hacer recordar a los griegos de que estaban de nuevo en guerra contra Ilión, en guerra de nuevo contra una potencia y enemigo al otro lado del Mar Egeo. Emulando así dicho enfrentamiento bélico y haciéndose pasar por Aquiles – decía ser descendiente del mismísimo guerrero aqueo – realizó una serie de ritos en el supuesto túmulo de Patroclo así como otros sacrificios a dos de los grandes dioses del panteón olímpico que siempre habían estado en disputa entre sí: Atenea y Poseidón.

La lectura de la Ilíada marcó profundamente la vida de Alejandro Magno, como a toda la historia de Grecia. Su guía de viaje le llevó a ver con sus ojos el lugar que tanto había leído; estaba ahí, diez siglos después. Y se desnudó sobre la tumba del propio Aquiles para luego correr alrededor de ella. Pues, como Aquiles, Alejandro quería alcanzar la memoria de las generaciones venideras a modo de promesa con la posteridad, una promesa que empezó con el poeta Homero en aquella ciudad y que hoy sigue perdurando 2300 años después de la visita del conquistador.

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