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25 Nov 2024
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El mago Merlín y la naturaleza del Tetraktýs pitagórico (y II)

Para Attilio Mordini, la Historia consta de tres momentos: Creación, Redención y Parusía; de la misma forma, para Georges Dumézil, todas las sociedades indoeuropeas estaban fundadas sobre una tríada trifuncional básica: una casta sacerdotal, una casta campesina y/o ganadera y una casta guerrera; lo que, a su vez, remite tanto a la teleología histórica de Joachim de Fiore, por la que hay que distinguir tres etapas históricas, la del Padre, la del Hijo y la del Espíritu; como a la concepción antropológica ternaria, que diferencia en el hombre tres partes: cuerpo (soma), alma (psyche) y espíritu (pneuma): «En todo el mundo resplandece una tríada, a la que gobierna una mónada».

Por encima de las representaciones trinitarias se encuentra la cuaternidad de Mercurio, que en este caso vendría a ser completada por el poderoso simbolismo arquetípico que acompaña al mago Merlín. ¿Y qué sabemos y qué desconocemos acerca de la extraña figura de este brujo? Su nombre, que no aparece mencionado en toda la obra conocida de Chrétien de Troyes, apareció escrito por primera vez en 1134 y más tarde fue consolidado en la Vida de Merlín de Geoffrey de Monmouth (1148), hasta terminar de cobrar forma definitiva como personaje en el Tercer Ciclo del Grial escrito por Robert de Boron a finales del siglo XIII, sobre todo en la segunda parte de una trilogía que nos ha llegado parcialmente completa.

En la Historia de los reyes de Bretaña (o Historia Brittonum), un texto anónimo del siglo IX, se relata la historia de una torre que se va a desmoronar a causa de una pelea que tiene lugar en su subsuelo, donde luchan a muerte dos dragones: uno blanco y otro rojo. El dragón rojo encarnaría la representación del poder real autóctono, mientras que el blanco sería la representación de un pueblo extranjero, algo que forma parte de un contexto de guerras con Roma. Haciendo gala de sus poderes, Merlín terminará por resolver la disputa por medio de una evidente conciliación alquímica de opuestos.

Tal y como apunta Carlos García Gual, a su vez Merlín sirve de unión entre la leyenda de José de Arimatea, presente en por lo menos uno de los múltiples Evangelios Apócrifos, con la leyenda caballeresca de la Tabla Redonda. Según otra eminencia en la materia, Jean Markale, Merlín encontraría sus orígenes en un bardo real del siglo VI, perteneciente al reino de Strathclyde, y que debía su nombre a la fortaleza de Myrddin, siendo un posible nombre real para el personaje el de Lailoken. Más tarde, ya renombrado como Merlín, este Loki celta hará una segunda aparición en la que transformará al mítico monarca Uther Pendragon en el Duque de Cornualles, para que el rey guerrero pudiera concebir al célebre Arturo con la portentosa Igerna, en un mitologema que recuerda notablemente a la concepción de Hércules por parte de Zeus.

Cabe destacar que Merlín es descrito por Miguel de Cervantes como «Príncipe de la Magia» y «archivo de la ciencia zoroástrica» en su encuentro con el Caballero de la Triste Figura (El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Segunda Parte, capítulo XXXV). Su inconfundible aspecto espectral, lúgubre e infernal se debe a que desciende de un demonio íncubo que copuló con una humana: Merlín es un Anticristo frustrado salvado de su maligno Destino por gracia de la piedad maternal. Y, como antes hiciera con el rey Arturo, también profetiza a Don Quijote con sapiencia; ya que, como apunta de nuevo Cervantes, Merlín «Sabe un punto más que el diablo»: se le achaca el traslado de las piedras mágicas de Stonehenge a su actual ubicación.

La presencia oscura y abiertamente saturnina de Merlín contrasta con el final humano (salvo por una posible transformación en ave) que se atribuye a su figura: marchó a vivir a los bosques, con la única compañía de los animales (lo que lo emparenta a Orfeo), en una excéntrica residencia llamada «Esplumoir», donde terminó dejando buena parte de sus enseñanzas por escrito para provecho de la humanidad venidera, si bien ningún texto con estas características ha sido hallado jamás, algo que quizás pueda tener que ver con lo acaecido en el célebre Concilio de Trento (1545-63), donde se certificó una larga prohibición de los libros sobre Merlín, así como los atribuidos al propio mago, incluido uno del citado Joachim de Fiore.

Desde el punto de vista arquetípico, Merlín encarna al Loco (Trickster)juguetón y embaucador, al Viejo Sabio (Senex) o Eremita recluido en lo alto de una montaña, al Mercurio (Materia Prima) que muestra una naturaleza doble y, de manera más evidente, al Mago (Mágos), que para Jung es, en muchos sentidos, el más poderoso y valioso de entre todos los personajes del inconsciente colectivo, incluso por delante del héroe o rey al que acompaña. Es, de alguna forma, la personificación del propio Ánima Mundi: «El espíritu del mundo hecho espíritu en la Tierra».

En su comentario al anónimo Libro de Job, Jung se preguntaba por la extraña relación entre Dios y Diablo al inicio del relato: «¿Abriga Yahvé una secreta resistencia contra Job? Tal cosa explicaría su connivencia con Satán»; pues bien, ese Merlín cuyo origen se encuentra en una época precristiana encarna como ningún otro personaje presente o pasado ese mismo Misterio; y es la más poderosa imagen del hombre que ha completado su propio proceso alquímico de transformación: «La individuación, el llegar a ser uno mismo, no es precisamente sólo un problema espiritual, sino en definitiva el problema de la vida. Cada vida es la realización de un todo, es decir, de una individualidad, por lo que la realización se puede calificar también de individuación».

Según el análisis arquetípico realizado por Emma Jung y Marie-Louise von Franz en el clásico The Grail Legend (1970), Merlín aparece como el «portador de la luz», el Sí-Mismo que acompaña al Cristo interior, un desdoblamiento metafórico de Arturo (monarca él también), un ser humano alquímicamente completo que, por su propia condición en la que confluyen lo inconsciente e infernal con lo espiritual y sobrenatural, tiene la misión de «salvar» la conciencia colectiva. Representa el arquetipo sacerdotal del Druida: el cosmógrafo del alma encargado de leer la psique de los hombres en las estrellas y religar el macrocosmos inconmensurable con el microcosmos enfermo, por medio del don de la analogía, generando una sacralización de lo mundano que reintegra la variedad en el Todo (Unus Mundus).

Merlín convierte la trinidad típicamente occidental en una tétrada indoeuropea, en una cuaternidad junguiana, en el célebre Tetraktýs pitagórico, al adherirse él mismo al panteón divino. Esto nos lleva a apuntar, a modo de conclusión, un interesante paralelismo entre la figura del mago con el moderno concepto del Amor, puesto que ambos irrumpen en la misma época y se fundamentan en la coincidentia oppositorum, portando «la Sombra» en su interior: una potencia oscura que, a falta de que muera y renazca el conjunto de la humanidad, el hombre del siglo XXI, cuyo mundo está a punto de perecer, todavía hoy no termina de comprender.

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