Hércules

PROMOCIÓN LANZAMIENTO: Suscríbete Gratis (sin costes ni tarjeta)

Search
Close this search box.
Search
Close this search box.

|

5 May 2024
5 May 2024
EN VIVO

Recordando a Ana Catalina Emmerick

Encarnado y descarnado. Ángel y demonio. Bestia e hijo de Dios. Hablamos, por supuesto, del hombre. Esa paradoja andante. Donde Cielo e Infierno caben.

Si algo es el cristianismo, es una cosmovisión fundamentada, antes que en otra cosa, en la paradoja. Todo su sistema de pensamiento se constituye en una aparente contradicción: la de que los hombres estamos hechos en materia en descomposición, pero que, al tiempo, esa carne putrefacta algún día resucitará. Una esperanza.

También los dioses griegos encarnaban. Generalmente, lo hacían para desencadenar alguna desgracia sobre los hombres. Algo que, de por sí, ya era una paradoja andante: lo divino incrustado en lo material. Aquello que es absoluto presente en la relatividad de un cuerpo. Pero no fue hasta que un tal Jesús de Nazaret hizo su aparición en el mundo que, ese pensamiento paradójico y, por ende, inextricable, se terminó de complicar.

La tragedia ática se basa en un modo particular de la paradoja: un conflicto imposible de resolver. Los “problemas” traumáticos de Antígona o Edipo, cuyo profundo abismo refleja inmejorablemente nuestra condición, haciendo gala de una hondura y precisión que le es imposible a cualquier sistema de pensamiento no-narrativo, no tienen una solución aparente. El mito es su encarnación. Poesía descarnada. Y la catarsis la quintaesencia de su paradoja.

Pero si ustedes están pensando que el exilio, ciego, de un Edipo que al conocer su Destino ha recuperado la visión interior es la más alta cima de la complejidad del alma humana probablemente sea porque siguen atrapados en un planteamiento pagano de la existencia.

Porque apenas unos cinco siglos después, varios testimonios apuntan a que Dios mismo, no un miembro más del Olimpo, sino el Uno humanizado, el Ser encarnado, agonizaba agónico y sangrante en un par de maderos cruzados, uniendo el eje vertical con el horizontal y recuperando, al menos según un supuesto testigo, las palabras textuales que tiempo atrás fueron escritas en el Salmo 22: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”. Y probablemente esa sea la mayor paradoja que podamos concebir.

Nuestra narrativa viaja ahora hasta muchos siglos después. En suelo europeo. Cuando, en pleno siglo XIX, uno de los mayores escritores románticos jamás nacidos, de nombre Clemens Brentano, acababa de perder a su familia y, presa de una terrible bilis negra, fue una busca de la fe extraviada, tras los pasos de la joven monja agustina Ana Catalina Emmerick, cuyas imágenes Brentano supo traducir con acierto en forma de palabras, para que las visiones y revelaciones de la mística, relativas tanto al futuro aún por llegar como al pasado referente al Dios-crucificado y sus derivados, sobrevivieran al paso del tiempo en un instante de eterna gracia atemporal.

Apenas unas décadas después de la muerte de esa mujer beatificada siglos más tarde por Juan Pablo II, se descubrió gracias a la precisión de sus visiones, en algún lugar cerca de Éfeso, la casa donde la Virgen María terminó sus días junto al Apóstol Juan, y donde se produjo la Asunción a los Cielos al término de la vida de esa Madre de Dios.

¿Que veía la beata Ana Catalina Emmerick? Del pasado: la Pasión de Jesús con una precisión y belleza muy superior a la de los Evangelios canónicos. Del futuro: el conflicto espiritual que conocemos con el nombre histórico de Guerra Civil española, entre otros. ¿Por qué a ella? Imposible resolver el Misterio. Sólo sabemos que, entre la guirnalda de flores y la corona de espinas que le ofreció una aparición, ella escogió, como antes hiciera el Señor al que había prometido consagrar la vida, la Cruz del sacrificio.

De 1813 a 1818, Ana Catalina Emmerick acompañó sus visiones de terribles estigmas físicos cuya realidad está más que documentada por la Iglesia de la época; aunque esos mismos sacerdotes, tal y como ocurriera en otros célebres casos, como el de Teresa de Ávila, no dejaron de atosigar a la Santa en vida. Gracias a las visiones de la beata tenemos detalles muy precisos de la época en la que Jesús de Nazaret fue crucificado, incluyendo algunas valiosas apreciaciones acerca de la casa de su madre, la Virgen María.

De nuevo, si saltamos en el tiempo, encontramos que durante una mudanza, el actor y director Mel Gibson fue golpeado por un libro que cayó desde su estantería: eran las visiones de Ana Catalina Emmerick relativas a la crucifixión de Jesús. Entonces Gibson, un alcohólico enemigo de la pederastia hollywoodiense y del lobby sionista, decidió hacer una película, que batiría récords de taquilla en todo el mundo y le consagraría como el gran director que es: The Passion of the Christ (2004).

Aunque a pesar de su éxito sean muchos los que todavía desconocen que el relato de la película de Gibson no se basa en los Evangelios canónicos, sino en las más precisas visiones de la beata alemana. Un filme que haría decir, entre lágrimas, al entonces Papa Juan Pablo II: “Así fue”. ¿Y qué es lo que fue, en muy resumidas cuentas? El Misterio de la encarnación. La más enorme y puede que también bella de las paradojas jamás imaginadas.

Comparte la nota

Deja un comentario

Noticias relacionadas

No sé si me explico

La franqueza es algo poco común en el mundo de la crítica cultural. Sin embargo,...

Elogio de la ficción

En un mundo cambiante, la literatura sigue siendo crucial para preservar la libertad del conocimiento...
No hay más noticias
Scroll al inicio

Secciones

Secciones