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24 Nov 2024
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Te di ojos y miraste a las tinieblas: Irene Solá y su particular “Jardín de las delicias”

Irene Solá crea un mundo onírico basado en folclore, entrelazando realidad y fantasía, desafiando lo convencional con un estilo surrealista.

La escritora catalana presenta un mundo onírico en Te di ojos y miraste las tinieblas, una novela que bebe directamente de la tradición y el folclore.

En una fría noche de invierno te encuentras a la intemperie alrededor de un fuego, contando viejas historias y leyendas. Esta sensación es casi tangible, o al menos, todo lo tangible que una sensación puede llegar a ser. Irene Solá se mete en tus pensamientos, y sin mencionar en ningún momento esta experiencia te transporta a una realidad muy concreta.

La hoguera que rodeas se va llenando de historias que alimentan su llama, de diferentes relatos que son los ingredientes que lleva la comida que reposa en una olla sobre el fuego, y los personajes descritos serán todos esos seres fantásticos que acechan en la oscuridad, de los que tan solo estarás a salvo mientras consigas mantener las brasas con ese rojo vivo que caracteriza la madera al arder.

Nacida en Barcelona en 1990, y tras el éxito de su anterior novela Canto yo y la montaña baila, Irene Solá se consagra con la obra Te di ojos y miraste las tinieblas como una revelación dentro de la literatura surrealista, aunque esta etiqueta quizás sea demasiado vaga para una escritora que se escapa continuamente de lo convencional.

Su estilo traspasa los límites de la originalidad y se convierte en un sello de identidad propio. Si fuese una cantante diríamos que su voz tiene ese “duende” que la hace destacar por encima del resto, pues lo cierto es que muchas veces parece que las palabras que escribe llegan por suaves susurros a nuestros oídos, cercanas a la lírica o a una melodía incesante que nos evoca a un misticismo de antaño.

Te di ojos y miraste las tinieblas transcurre en una masía catalana en la sierra de las Guilleries, y narra la historia de una generación de mujeres que han habitado esa masía en diferentes épocas o momentos. Sin embargo, en la narración la presencia de todas ellas se entremezcla, dando vida a las antepasadas ya fallecidas y elevando la experiencia vital de quienes están vivas como si también formasen parte de ese legado fantasmal que cohabita el lugar.

Los personajes femeninos irrumpen con fuerza, cargando con la trama principal que presenta dos acontecimientos propios casi del “realismo mágico”: el pacto con el diablo que realiza Joana para encontrar marido y que condena a sus hijos a nacer defectuosos y el último día de vida de Bernadeta. La presencia e historias de personajes como Joana, Dolça, Elisabet, Blanca, Ángela y Margarida entre otros, tendrán cabida en lo que se percibe como un verdadero aquelarre que bebe del folclore catalán y de numerosas referencias a historias tradicionales.

El juego con el tiempo es sin duda lo más confuso de la obra. Sabemos que se sitúa en un tiempo pasado y, por el estilo, nos recuerda a esas historias sobre brujas en las que solo tenemos la seguridad de que no pertenecen del todo a nuestra generación. La novela se divide en seis partes, que son los seis estadios por los que pasa un día: madrugada, mañana, mediodía, tarde, atardecer y noche.

A pesar de esta aparente organización, la línea temporal nunca está clara del todo, por lo que es difícil advertir cuanto tiempo transcurre entre una escena y otra, o si la autora está realizando un salto en el relato apenas perceptible para un lector que no esté en alerta continua durante la lectura.

Esta particularidad se manifiesta como algo que otorga valor a la historia, pero también como un gran obstáculo: la lectura se puede hacer demasiado densa. Este estado de confusión constante hace que no sea una obra para leer en una actitud de descanso, sino que necesita de una especial atención para empaparte de una historia contada a medias, con interrupciones y miles de flecos sueltos que no parece que lleguen nunca a aclararse del todo.

Por otro lado, lo físico domina toda la novela. Las descripciones de los personajes son grotescas y desagradables. Se comparan numerosos atributos con rasgos de animales, y los defectos se apoderan de los seres humanos como en Esperança que nació “sin hígado y murió amarilla como un pollo” o el hijo de Elisabet, “una criatura de atemorizada y flaca, roja y granujienta, con la cabeza como un huevo, la cara arrugada y los deditos como zarpas”.

Las referencias a comida y a lo rural son constantes, creando casi un lenguaje propio de enorme plasticidad. La forma de añadir todas estas descripciones se aproxima a la oralidad, presentando un lenguaje muy visceral que hará que más de uno se revuelva por una fealdad tan explícita. Se hace belleza en el lenguaje de algo monstruoso en la imaginación, una actividad que solo alguien con la abstracción y capacidad artística de Irene Solá puede conseguir.

Durante el proceso de lectura de la novela existe la sensación de que tienes ante ti la descripción de un cuadro o de diferentes escenas que dibujan una composición de dimensiones estratosféricas. Si todos estos personajes con facciones de animales y deformes tuviesen que encontrar un lugar ya habitado por el arte, sin duda tendrían un espacio reservado en la obra El jardín de las delicias de El Bosco.

En concreto, su inclusión quedaría perfectamente enmarcada en El Infierno, la tercera tabla lateral que muestra un maremágnum de personajes fantásticos y seres monstruosos condenados a pagar sus pecados. Al igual que la obra de Solá, en el cuadro todo parece sacado de un mundo onírico. Margarida o Bernadeta bien podrían ser fruto de un mal sueño o pesadilla que experimentamos en una noche oscura, pero a las que la escritura otorga una mayor realidad.

Te di ojos y miraste las tinieblas es, por tanto, una pequeña bocanada de aire fresco para la literatura. Sería un error acudir a este libro buscando engancharse por una historia apasionante o buscando vibrar con unos personajes altamente carismáticos. La obra de Irene Solá está escrita para ser procesada lentamente, por lo que no será hasta pasados unos días tras haberla acabado, cuando descubras la verdadera sensación que te ha provocado su lectura.

En una ruptura total de los esquemas habituales literarios, la joven catalana ha conseguido que más de una voz ya haya señalado su estilo como la semilla de una nueva forma de escribir, aunque quizás sea demasiado pronto para realizar tales vaticinios. Si buscas una novela distinta, una prosa alternativa y te quieres sumir voluntariamente en una confusión como la que provoca un mal sueño, Irene Solá ha dejado un regalo para ti en forma de novela.

Las brujas del Lluçanès

Irene Solá acude a la tradición catalana en busca de inspiración para los personajes y acontecimientos que suceden en Te di ojos y miraste las tinieblas. En la parte final de su novela, la escritora catalana recoge en tres páginas todas las referencias de las que ha nutrido a su obra, señalando muchos cuentos y leyendas pertenecientes al libro Folklore del Lluçanès de Josep M. Vilarmau i Cabanes, donde se recogen historias y relatos pertenecientes a la tradición oral de estas comarcas.

El Lluçanès es una meseta que se sitúa entre el Berguedà y Osona, que destaca por ser un lugar poco poblado con apenas alguna que otra masía aislada en mitad de frondosos bosques de pino. Su difícil accesibilidad lo convirtió en un lugar misterioso, plagado de leyendas y de sucesos que se mueven entre lo real y lo fantástico.

Precisamente por su bajo nivel ocupacional, El Lluçanès guarda en su interior numerosas historias de brujas, conservándose documentos en los que se recogen las condenas que se les interpusieron a varias mujeres de la zona. Hay además una serie de puntos clave (que forman toda una ruta natural por estos caminos montañosos) en los que cuenta la leyenda que las brujas se reunían y organizaban sus aquelarres, así como preparaban conjuros y brebajes secretos. Algunas zonas conservan esta terminología fruto del folclore como la Roca de la Bruja Napa o La Garganta de las Heures. Hay incluso una festividad denominada como “La feria de las brujas”, en la que cada año por Todos los Santos el pueblo de Serrat de les Forques vuelve a sus orígenes para recordar a esas brujas que habitaron, o siguen habitando, estas enigmáticas tierras.

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