El yogur caducado ostenta una fama peligrosa: no sólo cuando se pasa de fecha no deberías comerlo sino que si lo hicieras, podrías hasta morir. Pero es falso. Es una leyenda más que obstruye muchos cerebros. Como buena parte de los miedos con los que atormentan a la población aquellos en los que depositamos nuestros voto como si en realidad hubiéramos seleccionado a nuestros verdugos.
El penúltimo episodio de la saga El caso Sancho es masticable. Puedes incluso engullirlo, aunque con sumo cuidado. Pero lo que no puede negarse es que su mensaje está completamente caducado. Primero, porque ya sabemos lo que va a ocurrir al final, y después, porque no existen novedades apreciables desde el punto de vista informativo, habiendo quedado claro que la misión de Cuarzo Producciones no fue investigar, algo clave en un periodista, sino hacerse eco de lo ya publicado, y sobre todo y por encima del resto, de la versión de los Sancho y su defensa.
Y sí, el péndulo de la historia, aunque siga manoseando a Rodolfo y su hijo, mejora en cuanto a la equidad, teniendo en cuenta que incluso así ya sería un proyecto fallido: de nuevo nace defendiendo al asesino y no al asesinado.
La producción vuelve a ser notable, con detalles cinematográficos que ayudarán a que el espectador aguante varios minutos antes de cambiar de canal. Porque la realidad es que, como dije anteriormente, este capítulo no muestra una exclusiva o algo que llevarnos a la boca y poder hacer de ello un debate en el bar o con nuestros familiares: todo está ya más que masticado y el sabor que nos ofrece no mejora nuestro interés. O dicho de otro modo: sin imágenes cucas y montajes fílmicos la gente dejaría de ver este capítulo a los seis minutos.
Eso sí, como no podía ser de otro modo, las anécdotas son muchas. Aunque las mentiras las superen en número. Por orden cronológico voy a por ellas. Ramón Chippirrás, sin que se le cayera la cara al suelo, comentó a cámara lo siguiente: «por lo que hemos sabido, Daniel y Edwin habían quedado en verse en Koh Phangan». Acojonante. Simplemente acojonante. Sobre todo teniendo en cuenta que iban a celebrar una ceremonia privada antes de hacerse en España pareja de hecho y además, porque el propio Edwin pagó con una semana de antelación los cuatro días –que no tres, Chippirrás– del hotel Panviman que sólo llegó a disfrutar su verdugo. Ramón también se queda corto analizando la tarde del 2 de agosto de 2023: «Le empujó, cae al suelo, y fallece». Hay que tener jeta. Porque en este mismo episodio número 3 se muestra de manera concisa la reconstrucción de los hechos en video, donde no se aprecia que a Daniel le estén obligando a mentir, y en donde el asesino, de manera muy explícita, explica con multitud de detalles cómo le pega un puñetazo en el mentón, a sabiendas de que ese golpe podría haber sido mortal de necesidad, cuando luego reconoce que le reventó la nuca contra la esquina del lavabo del baño, y que no quedándose satisfecho, le dice a la policía: «Sí, cuando estaba en el suelo, agonizando, creo que le di un par de golpes más«. Que por cierto, en ese cortometraje donde Daniel se sale interpretándose a sí mismo jamás comenta nada que tenga que ver con un intento de violación. Jamás. Y bien que pudo haberlo hecho. Pero aún no se le había ocurrido.
Las grabaciones
Me ha sorprendido que la grabación a Darling Arrieta datara del mes de marzo, un mes antes de la celebración del juicio. Por lo que queda claro que la cagada fue mayúscula: entre otras cosas porque aún su familia espera la indemnización. O sea, que negociaron de forma penosa. Alevosamente penosa. Repito: si tu representas al muerto y te llama la productora que ya se había bajado los pantalones hasta los tobillos con el padre del asesino, lo que tienes que hacer es pedir, como mínimo, la morterada que le dieron a él además de exigir llevar el timón del episodio. Y nada de esto se hizo. Nada.
Carlos Quilez también tiene su minuto de gloria: «Daniel no era un hijo de famosos gamberro», como si las numerosas denuncias en España por haber golpeado atendieran en vez de al gamberrismo al boxeo profesional. Pero la que de nuevo chapotea en la miseria es Carmen Balfagón, que sin ningún rubor, y en relación a los alrededor de 5.000 euros que Edwin transfirió a Daniel –es gracioso que los cientos de miles de euros de aquel negocio fallido además del dinero con el que iba a comprarse su casa/despacho en Barcelona se ignoren–, asegura que esa cantidad era para… ¡colaborar en el canal de Daniel en YouTube! ¡Dios! ¡Otra más! Primero, un canal de YouTube no necesita dinero para crearse, salvo que quieras construirte un plató donde cocinar, y segundo, porque ese canal no tenía prácticamente seguidores hasta que Daniel organizó la carnicería, que ahora que lo pienso desde que mató a Arrieta sus seguidores se han multiplicado hasta alcanzar las decenas de miles. De hecho el aspirante a chef sólo había subido siete vídeos, habiendo pasado meses en donde no publicaba nada, señal de que ese canal como la mayoría de los asuntos vitales se la traían al pairo. Y por cierto, Carmen, deja ya de hacer el ridículo: Edwin no conoció a Daniel a través de su canal de YouTube. Y aunque sé que lo sabes, ya lo explico yo en el libro sobre este caso que verá la luz este próximo mes de diciembre. De nada.
Y ahora vamos con su excelencia Rodolfo Sancho, que sin duda sigue siendo el protagonista de esta serie de episodios, quién sabe si los últimos en toda su vida donde actúe como primer espada, y sobre todo gane el pastizal que se le ha sacado a Max. En un momento de su discurso repite la palabra ‘dantesco’ en un par de ocasiones. Luego asume como cierto que algunos agentes durmieran con su hijo a los que tilda de, textualmente, «cachondeo de policía». Habla, a su vez, de un tal James Bond y de Big Joke, la parte de la policía siamesa que él señala aunque sin entrar al trapo en lo esencial: que su hijo envió varios mensajes a Edwin cuando ya lo había descuartizado en donde simulaba que lo había perdido en la fiesta de la luna llena: «¿A dónde te has ido? Tengo poca batería y no me cargan esto en ningún lado. ¿Dónde estás? No puedes irte así. Qué cojones haces. Chiqui, dónde estás. Estoy muy, muy preocupado. Hace horas que no te veo. Te has metido en la locura máxima de Haad Rin». Textual. Sin escrúpulos.
Pero había más. Como este: «Chiqui, por favor, tienes que responder. Voy a tener que llamar a la policía». Y en vez de llamarla se presentó, chulesco y seguro de sí mismo, a denunciar la desaparición de Edwin. Y allí que se quedó. Por cierto, ¿es posible que HBO Max no haya querido publicar estos mensajes que ahora mismo yo estoy transcribiendo? ¿Qué razones habrán tenido para ello? Porque es bien fácil desacreditar a los que desde hace ya trece meses vienen mintiendo a la opinión pública sin descanso e incluso después de una sentencia que a Dios gracias no fue de pena de muerte.
Pobre Rodolfo. En otro momento demasiado lisérgico comenta que «el juicio es en la corte, no en los platós de televisión», cuando ha sido él, y sólo él, la persona que ha organizado todo este maremágnum de show de plataformas audiovisuales emitiendo capítulos y abogados contando milongas un día sí y el otro también en todos los programas del corazón e incluso en algunos informativos.
Sin citarla, defiende a Alice Tassanapan, la creadora de la mayor estafa que seguramente reciba a lo largo de su vida –y esto viene a demostrar que rodar y emitir antes de la sentencia fue un rotundo error– y la que seguro habrá recibido buena parte del dineral que el padre del asesino ha cobrado de una multinacional americana, que no olviden, se llama Max. En un momento del metraje halaga a Alice con estas palabras: «un asesor que tengo aquí me dijo que tras leer las declaraciones de Daniel nada tenía sentido». Alice, la cual ni era abogada ni siquiera tenía la titulación de intérprete, y que estoy seguro erró en las traducciones que luego iba recibiendo García Montes en lo más parecido al show de los Hermanos Tonetti, ha sido la persona –ojo– en la que ha pivotado el futuro de Daniel Sancho. Y claro, ya han visto los resultados tras asumir que Alice era el maná en maravilloso matrimonio con la experiencia acreditada de García Montes, Balfagón y Chippirrás.
Rodolfo también cita a la primera abogada que estuvo de testigo durante aquella declaración inicial de Daniel donde se inculpó. El padre la llama «sumisa» –curiosamente así se ofrecía su hijo en páginas de contactos gays– por no haber dicho nada durante ese testimonio, algo así como lo que Aprichart Srinual vino haciendo, como abogado de oficio además de ninguneado, durante las vistas que se celebraron el pasado mes de abril.
Pero el padre termina de delirar cuando asumiendo que Edwin Arrieta trató de violar a Daniel dice aquello tan politicamente correcto y televisivo del «no es no». Asumo que la profesión de Rodolfo le debe estar ayudando a no descojonarse de la risa cuando sabe que lo que dice es rotundamente falso. Y suerte tiene de que aún no se haya inventado la máquina del tiempo, porque si pudiéramos echar la vista atrás y pasarnos por el bungaló número 5 del Bougain Villas aquel 2 de agosto de 2023 a eso de las 4 de la tarde más de uno se encolaría la lengua contra su paladar. Pero bueno, atribuir a tu hijo la posibilidad en esa escena salvaje de haber sido una mujer –»Si Daniel fuese una mujer pensaríamos que es una mujer que han intentado violar», Rodolfo dixit– entendiendo la realidad de este caso me deja patidifuso. Algo así como si un señor muy mejorable en lo físico quisiera violar a un hombre muy fornido y quince años más joven experto en dar hostias como panes. Sinceramente, uno tiene el derecho a defender a su hijo incluso en situaciones grotescas pero eso no quita para que al menos yo le tenga que dar una colleja, metafóricamente hablando, a Rodolfo Sancho que sin duda alguna ha perdido el norte. O no lo ha perdido y simplemente sigue interpretando.
Otro momento memorable es cuando dice que seguramente su hijo pensó, tras el descuartizamiento, que como en Tailandia existe aún la pena de muerte pues que estaba en grave peligro. Ya. Por eso un día después se fue a presentar una denuncia a la comisaría de la isla por la desaparición de Edwin tras haber estado todo el día en la playa con dos amigas. Que como todos sabemos los asesinos que tratan de evitar una pena de muerte lo primero que hacen es enviarle mensajes a un descuartizado para luego empotrarse en la comisaría en vez de tratar de salir corriendo. Delirante.
Este episodio, aunque sigue escorado al de siempre, poco a poco va mejorando la pruebas que demostrarían –aún más– que Daniel lo organizó todo con intención clara de matar. Simplemente viendo el video de la reconstrucción de los hechos Daniel debería dar las gracias cada cinco minutos y hasta su muerte por no haber recibido la pena capital. Porque es terrible lo que hizo. Terrible.
El final del episodio, con Rodolfo sólo contra el mundo a la puerta de los Juzgados y delante de los periodistas, es tan fílmica como penosa, moralmente hablando. Pero no lo olviden: todo lo que ha salido en El caso Sancho a través de la plataforma Max no es la verdad, ya que es sólo el producto que decidieron ofrecer a sabiendas de la audiencia, y por ende, de los ingresos. Que ni siquiera hayan investigado es lo que realmente acaba por torturarme. Y que lo que masca el público ya esté caducado ha sido, sin ningún género de dudas, un error sin precedentes. Como el de contar un asesinato y descuartizamiento desde el punto de vista del padre del asesino.