Un Embraer 190 de Azerbaijan Airlines se estrelló el pasado día de Navidad a tan solo tres kilómetros del aeropuerto de la ciudad kazaja de Aktau, dejando un balance de 38 fallecidos y 29 heridos de gravedad. El vuelo, que cubría la ruta entre Bakú y la región rusa de Grozni, tuvo que cambiar hasta en dos ocasiones su destino de aterrizaje de emergencia, sin encontrar pista disponible para tocar tierra con seguridad. Esta cadena de contratiempos, según el presidente de Rusia, Vladimir Putin, estaría relacionada con un ataque de drones ucranianos en la zona de Grozni, al que respondieron las fuerzas de defensa antiaérea rusas.
El mandatario ruso se ha apresurado a ofrecer disculpas a su homólogo azerí, Ilham Aliyev, argumentando que el fatídico incidente comenzó en espacio aéreo bajo responsabilidad de Moscú. Sin embargo, como viene siendo habitual, la disculpa no ha llegado acompañada de una asunción de culpa. De hecho, la Casa Blanca llegó a insinuar este viernes que el derribo de la aeronave podría haber sido resultado directo de la respuesta rusa a la supuesta incursión de drones. Por su parte, el Kremlin se desmarca de estas acusaciones y defiende la tesis de una “interferencia física y técnica” que, curiosamente, coincide con la activación de los protocolos de defensa aérea en la zona.
Más allá de las explicaciones rusas, Bakú apunta a hallazgos muy concretos: agujeros en el fuselaje, fragmentos extraños incrustados en la cabina y testimonios de supervivientes que hablan de “impactos externos” durante el vuelo. Estos hechos refuerzan la teoría de que el Embraer 190 pudo haber sido alcanzado por proyectiles mientras sobrevolaba territorio ruso. No obstante, la aerolínea azerí se muestra cauta y prefiere esperar a las conclusiones de un equipo internacional de expertos, que se ha desplazado a la zona para investigar las causas de la tragedia.
Según han indicado las autoridades de ambos países, se llevará a cabo una investigación exhaustiva y detallada. Dos empleados de la Fiscalía General de Azerbaiyán ya se encuentran colaborando con la Fiscalía General y el Comité de Investigación de la Federación de Rusia, con la misión de dilucidar si el ataque ucraniano y la defensa rusa fueron el detonante de este episodio fatal o si, por el contrario, la aeronave sufrió un problema técnico independiente.
Mientras Putin pide perdón sin realmente aclarar nada, y Aliyev insiste en que hay signos evidentes de fuego cruzado, la OTAN reclama una investigación imparcial y la Casa Blanca mantiene que el Kremlin no está siendo del todo transparente. Por ahora, las únicas certezas son las 38 víctimas mortales, los 29 heridos y la promesa de una pesquisa que, al menos en teoría, debería ofrecer respuestas claras sobre este dramático y confuso suceso en el espacio aéreo ruso. A la espera de resultados, la pregunta sigue en el aire: ¿incidente trágico o consecuencia de un desafortunado intercambio de disparos? En tiempos de drones y tensiones fronterizas, la línea que separa el accidente de la negligencia se vuelve más difusa que nunca.