El pasado miércoles fuimos testigos de una nueva victoria en el programa Pasapalabra. Tras superar más de ciento cincuenta programas, Óscar Díaz se convirtió en el orgulloso ganador de un bote de 1.816.000 – merecidos – eurazos.
Sin embargo, lo que realmente ha dado de qué hablar no es el premio en sí, sino la astronómica suma que el insaciable tiburón público, conocido como Hacienda, procederá a arrebatarle. En este espectáculo fiscal, Hacienda se embolsará un 43,5% del premio, es decir, 789.960 euros.
Pero lo más sorprendente de todo no es la cantidad que el Estado se apropia, sino la actitud del propio ganador frente a este atraco legalizado. En lugar de expresar descontento, ha manifestado estar de acuerdo con que se le quite casi la mitad de su premio. Según sus palabras le parece bien que hacienda “se lleve lo que se tenga que llevar«, ya que cree en la “progresividad de los impuestos” y, además, “espera que se gaste bien”.
Cada vez que observo este tipo de situaciones, no sólo me quedo atónito, sino que me pregunto ¿Cómo es posible que alguien considere justo que se le arrebate casi la mitad de lo que legítimamente ha ganado? Después de años de estudio, dedicación, trabajo y esfuerzo, que te levanten de un plumazo la cantidad suficiente para retirarte sin aprietos o solucionarle parte de la vida a tus hijos y quedarte tan tranquilo, me llama poderosísimamente la atención.
El síndrome de Estocolmo Fiscal
Dándole vueltas, creo firmemente que detrás de estas palabras existe un profundo sentimiento de dependencia estatal, una muestra clara de lo que podríamos llamar el «Síndrome de Estocolmo Fiscal». Así como el famoso síndrome psicológico donde los secuestrados desarrollan una conexión emocional con sus captores, existen ciudadanos que parecen haber desarrollado una suerte de lealtad y justificación hacia las prácticas impositivas del Estado, por muy absurdas o injustas que puedan ser. La conclusión a la que llego es que este fenómeno sólo se explica entendiendo el profundo arraigo de una mentalidad estatista, donde ciudadanos como Óscar ven la intervención del Estado en sus finanzas personales como algo no solo inevitable, sino también necesario y beneficioso. Resultado de una cultura fiscal tan profundamente internalizada que muchos llegan a celebrar y defender esta intromisión con fervor.
Es una relación de dependencia donde, aunque les quiten una buena parte de lo ganado, todavía dicen que está bien porque «así es como funciona» y confían en que el gobierno gaste bien el dinero. Todo esto sumado al temor de las repercusiones por desafiar al Estado y la internalización de la idea de que el gobierno actúa en su mejor interés. Es cómo una relación tóxica, donde se defienden de un tipo de políticas impositivas que, paradójicamente, les afectan negativamente.
Otra posible explicación sería la ignorancia, pero la descarto al observar la inteligencia del protagonista. Y entiéndanme cuando hablo de ignorancia; en un país como el nuestro, donde se dilapidan miles de millones en propaganda, ministerios inútiles, corrupción, burocracia, subvenciones y compra de medios, entre otras tantas cosas, creer que es necesario o sentirse orgulloso de pagar tal barbaridad de dinero en impuestos, no habla bien de uno mismo.
Lo preocupante de esta mentalidad es que permite y fomenta que las injusticias fiscales se legitimen, otorgando al poder político la capacidad de hacer con nosotros lo que buenamente les venga en gana. La aceptación acrítica de altos impuestos y la creencia en que la eficacia en la gestión de tu dinero es mejor que la tuya propia, refuerza un sistema en el que se pueden imponer barbaridades fiscales sin resistencia.
2 comentarios en “Con la H, capaz de robarte con tu beneplácito…”
Y lo peor es que cada día hay más gente como Óscar, es decir, que aún cree en Hacienda
Síndrome de Estocolmo en toda regla. El sistema tributario está bien siempre cuando sea justo y respete nuestras libertades individuales. Este hombre tiene más fe que que Papa Francisco … creyendo ciegamente en la distribución que hace el gobierno de el dinero que nos quita y del cual a mi juicio rinde muy pocas cuentas