Estamos cerrando el año, y con ello llega inevitablemente ese momento de reflexión que a veces se convierte en un catálogo de angustias. Hagamos balance de 2024: la política ha estado más agitada que nunca, el ruido mediático ha sido ensordecedor, y las redes sociales han funcionado como una olla a presión donde todos hemos vertido nuestras frustraciones y opiniones, algunas veces con sentido, otras con un furor casi irracional.
Un profesor de historia me dijo una vez algo que nunca olvidé: «Todo lo que haces desde que te levantas hasta que te acuestas es política». Y es cierto. Elegir lo que desayunas, decidir si compras local o en una gran cadena, qué contenidos consumes, a quién escuchas, cómo educas a tus hijos o incluso si te involucras o no en una causa, todo tiene una carga política. El problema es que, en tiempos de sobreinformación y conflicto constante, la política parece haberse convertido en un agujero negro que lo absorbe todo. Nos consume, nos polariza, nos roba tiempo, salud mental y a veces incluso la capacidad de disfrutar de lo más básico.
Pero aquí viene la clave: no podemos controlarlo todo. No podemos decidir los pactos de los políticos, ni el rumbo que tomarán ciertas instituciones, ni evitar por completo las injusticias que vemos a diario. Sin embargo, sí podemos controlar algo: nuestra reacción ante estos hechos. Podemos decidir cuánto tiempo le dedicamos a la indignación y cuánto a la acción; cuánto espacio le damos en nuestras cabezas al ruido externo y cuánto reservamos para nuestra paz interior.
La política importa, claro que importa. Hay que involucrarse, hay que estar alerta y hay que fiscalizar al poder. Sin vigilancia ciudadana, el poder tiende a corromperse, a volverse opaco, a desentenderse de los problemas reales de la gente. Pero estar alerta no significa vivir en un estado constante de indignación y ansiedad. Porque entonces habremos caído en la trampa. Nos habrán ganado.
Hay que saber desconectar. Hay que proteger espacios sagrados que nada ni nadie puede manchar. Y esos espacios, para la mayoría, suelen estar ligados a la familia, a los proyectos personales, a los pequeños placeres cotidianos. Pasar tiempo de calidad con quienes queremos, leer un buen libro, caminar sin prisa, hacer lo que nos gusta.
El gran desafío, entonces, es saber combinar ambos mundos. Porque no se trata de ser indiferentes ni de cerrar los ojos ante lo que sucede. Tampoco se trata de vivir en permanente estado de alerta, como si estuviéramos en una trinchera. Se trata de encontrar un equilibrio. Participar, informarse, debatir, protestar cuando haga falta, pero también saber cuándo parar. Hay que saber cuándo cerrar la sesión de Twitter, apagar la televisión y poner la atención en lo que sí está en nuestras manos.
Cuidar a nuestra familia, proteger nuestro círculo cercano, avanzar en nuestros proyectos, cuidar nuestra salud física y mental. Al final, esos pequeños actos también son profundamente políticos, aunque no los veamos así. Crear una familia fuerte, un entorno estable, educar bien a los hijos, contribuir con nuestro trabajo y talento a la sociedad, todo eso tiene un impacto más grande de lo que pensamos.
Por eso, este fin de año, además de brindar y desear un futuro mejor, sería bueno hacernos una promesa: aprender a distinguir entre lo que podemos y no podemos controlar. Estar presentes en lo que realmente está a nuestro alcance y aprender a soltar lo que no lo está.
No se trata de resignarse, sino de enfocarse. No es lo mismo mirar el mundo con cinismo y desencanto que hacerlo con una determinación tranquila. Porque sí, hay que dar la batalla cultural, hay que defender las ideas en las que creemos, hay que señalar las injusticias. Pero también hay que saber cuándo guardar la espada y sentarse a disfrutar del atardecer.
2025 traerá nuevos desafíos, nuevas tensiones y, sin duda, más ruido. Pero también traerá oportunidades, momentos de alegría, proyectos que nos ilusionen y conversaciones que nos hagan crecer. Hagamos el propósito de estar ahí para todo eso. Porque si perdemos la capacidad de disfrutar la vida mientras peleamos por un mundo mejor, habremos perdido la batalla más importante de todas.
Que el año que viene sepamos equilibrar la balanza. Que sepamos cuándo actuar y cuándo descansar. Y sobre todo, que no olvidemos nunca que, aunque no podamos controlar todo lo que sucede a nuestro alrededor, siempre podremos controlar cómo decidimos vivirlo.
Feliz año nuevo.