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23 Nov 2024
23 Nov 2024
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Te odio, delito

Delito, realmente, creo que es hacerles puñetero caso. Y dejar que nos afecten. ¿No creen?

El otro día en una tertulia «Joyciana» cuyo único requisito para pertenecer a ella era jurar no haber leído nunca el Ulysses (una promesa tan fácil que hasta podría hacerla Pedro Sánchez ¡y cumplirla!), andaba uno de los contertulios lanzando preguntas, aprovechando que había varios miembros presentes de la canallesca (i.e. de la prensa, para los jovenzuelos desconocedores de la tal clásica adjetivación), sobre los límites del humor, de la opinión, de lo que puede o no considerarse delito… Y como una tertulia en España siempre ha sido algo serio siempre y cuando sobre la mesa haya buenas viandas y, sobre todo, mejores caldos, la suma de ello animó a un debate que, como era lógico y de esperar, no llevó a ningún sitio. Porque en el fondo todo acaba en un «por supuesto que sí… pero no». Que es como decir que está claro que no debería de haber ningún límite, pero al mismo tiempo algo tiene que existir. Lo que es un oxímoron propio de esta España donde somos de un anarquismo a un nivel sólo comparable al gusto por una burocratización que ha armado este Estado como tal desde Felipe II hasta nuestros días. Y que seguramente es lo que ha permitido pasar de un régimen, dinastía, y forma de gobierno, ostente quien ostente el poder, sin que se fuera al guano e implosionara España. Eso sí, con cada español haciendo bueno el desiderátum de aquello que dijera alguien que nos conocía bien, que lo que más deseamos cualquiera de nosotros es tener en la cartera un carné que ponga «este español está habilitado para hacer lo que le dé la gana». ¡Y no hablemos ya de poder opinar sobre lo que te pete!

Estos días, sin embargo, andamos muy metidos con que el odio campa a sus anchas en Occidente, y mucho más en la España cainita del manido tópico. Que las Corralas 2.0 que son las Redes Sociales no son más que amplificadores del mismo. Y que esto no se puede consentir. Que somos una sociedad chupiguay donde todos nos queremos y tenemos que querer. Aunque sólo entre los que pensemos igual, quede esto claro. Porque el odio siempre viene del otro, no de nosotros. Almas puras cuya ideología personal es la que vale, y la otra tan malévola y perversa que lo mejor es que nadie la conozca. Cualquiera que ande opinando sobre ella, está claro que es un propagador del odio. Y hay que prohibirlo. ¡Mejor! Hay que considerarlo delito. ¡Al trullo con ellos! Y chimpún. Arreglao.

Y con todo esto se me vino a la cabeza una coplilla que me decía mi padre que le dijo el suyo, y que luego me enteré de que era de un dramaturgo de zarzuelas, el zamorano Miguel Ramos Carrión, cuya obra decimonónica parecerá de lo más viejuna y pureta. Pero ya verán lo moderno que es el tío: «El pensamiento libre / proclamo en alta voz; / ¡y muera el que no piense / igual que pienso yo!». ¡Si esto no vale para el preámbulo de la futura de ley contra los delitos de odio, que venga el Fiscal General del Reino y lo vea! Porque, aquí a lo que estamos, mi querido misántropo que me lees, porque seguro que serás uno de esos odiadores a los que hay que multar o enchironar. El mundo sería un lugar muuuucho más agradable, si estuviera lleno de floridos Elois. Esos seres de los que nos hablaba H.G. Wells en su mítica obra de ciencia cada día de menos ficción, y que vivirán en el 802.701 d.C. Graciosos individuos pacíficos que disfrutan en su veganismo, y que les iría todo de maravilla si no fuera por los odiosos Morlocks, de ojos rojos y carnívoros, que no debían ni de existir, y que no hacen más que joripetear la marrana. Como aquellos que inundan periódicos, medios de comunicación y redes asociales, de opiniones donde se exalta ese furibundo aborrecimiento y repugnancia hacia el contrario. Por su ideología, religión, color de piel, equipo de fútbol o, sobre todo, si es de Madrid. Que eso ya da puntos extra.

No voy a negar en estas mis reflexiones semanales que hay gente a la que habría que meter en las minas de mercurio de por vida, tras una eficiente emasculación, como a los asesinos, psicópatas y violadores. Y que existe mucha chusma de galeras cuyas opiniones realmente son pronunciadas por el orto más que por la boca. Pero no tengo claro que esto segundo tenga que ser delito más allá de lo ya establecen las leyes. A no ser que lo que quieras sea, ora crear una cortina de humo, ora callar al contrario. Lo que sería ciertamente asqueroso. Y no sé si (esto sí) delictivo. Pero de colleja bien dá con la mano abierta, seguro. Acabaré un poco epatante con una frase clásica bien conocida y normalmente mal citada: «Los palos y las piedras pueden romper nuestros huesos, pero las palabras romperán nuestros corazones». A los que vengan con palos y piedras, lo mejor será encerrarles, y mucho más si vienen con cosas peores. A los de las palabras, sinceramente, soy de la opinión que mejor enviarles al guano. Que es lo que jamás hacemos con tanto odiador de cuenta anónima y teclado fácil, y que a la cara jamás expresaría tan odiosas cosas.

Delito, realmente, creo que es hacerles puñetero caso. Y dejar que nos afecten. ¿No creen?

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