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22 Nov 2024
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El lobo independentista

Allá ellos, pues, a la postre, cuando se desvanezcan sus fantasías de amnesia legal, descubrirán cuán implacables son las leyes, no del Imperio Hitita, sino del Reino de España
El expresidente de la Generalitat de Catalunya y candidato de Junts a las elecciones catalanas, Carles Puigdemont, comparece tras el recuento de votos durante el seguimiento de la jornada electoral de elecciones autonómicas de Catalunya / Glòria Sánchez - Europa Press

“Te has convertido en lobo”

¿Hablamos de licantropía? Pues no, se trata de una cita literal extraída de uno de los cuerpos legales más antiguos del mundo, el código de las leyes hititas, pueblo de origen indoeuropeo que forjó con sus formidables conquistas iniciadas en el segundo milenio antes de Cristo un vasto imperio en la península de Anatolia, actual Turquía. Hammurabi nos es más conocido como legislador, pero la obra anónima de estos fieros guerreros no le va a la zaga en interés. Si resalto su ferocidad no es como mero artificio literario, sino porque tradicionalmente se les ha colgado el sambenito de la crueldad, a juzgar por el trato implacable que dispensaban a los enemigos vencidos en el campo de batalla. Curiosamente, una lectura atenta de sus normas revela una inesperada benevolencia, una cierta moderación punitiva que se traduce, entre otros aspectos, en una preferencia por las sanciones pecuniarias frente a los castigos corporales. En este contexto se entiende mejor la sombría admonición lobuna que nos servía de frontispicio: era una fórmula ritual dirigida contra los convictos mediante la que se simbolizaba su expulsión de la comunidad, equiparados de este modo a animales salvajes. Distanciándose de otras legislaciones de la antigüedad, los hititas comprendieron que el ostracismo, a la postre, resulta más severo que los meros padecimientos físicos.

No en vano, la expulsión del banquete de los elegidos constituye una de las imágenes bíblicas del infierno. En nuestra imaginación, el principal tormento al que quedan sometidos en el más allá los pecadores son las llamas eternas que con sádica fruición administran los carceleros demoníacos. Adviértase, con todo, que lo peor no es el dolor físico, sino el sufrimiento moral, cuya máxima expresión es la “separación de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1035). El mismo Aristóteles, con su acertada expresión “animal político”, nos enseña que el ser humano, a diferencia de otras especies rezagadas en la escala filogenética como anfibios o reptiles, solo es capaz de realizarse plenamente en comunión con sus congéneres, en la “polis”, espacio compartido de vínculos interpersonales. Si se cortan esos lazos jurídicos, espirituales y, sobre todo, afectivos, nos deslizamos hacia la bestialidad de las criaturas salvajes. Vistas las cosas de esta manera, captamos cuán crueles eran los hititas, pues lanzaban a los delincuentes al infierno de la exclusión social.

“En el pecado está la penitencia”

He aquí otra sabia máxima que nos recuerda que es el propio delincuente, con su conducta rebelde, quien se ha autoexcluido del banquete de los elegidos. Por su libre decisión se ha transformado en un lobo, se ha colocado en la marginalidad social. Empero, este infierno terrenal, a diferencia de las calderas de Pedro Botero, no es sempiterno, hay esperanza de redención. Nuestra carta magna concibe la sanción penal como un instrumento de “reinserción”; o sea, como un puente alzado hacia los infractores para que, una vez abandonado su comportamiento antisocial, retornen al seno de la comunidad. Eso sí, el criminal debe estar dispuesto a dejar de ser un enemigo para convertirse en un amigo, en un miembro de la familia ciudadana, a resocializarse respetando la ley que había violado. Tanto es así que, para los casos de flagrante injusticia, se prevén medidas excepcionales de gracia, como el indulto, ya que “la ley está hecha para el hombre, no el hombre para la ley”.

La biología proporciona un símil que nos viene como anillo al dedo: la evolución del lobo (canis lupus) en perro (canis familiaris). El lobo mata al ganado; el pastor canino lo protege. ¿Qué ejemplo más claro de reinserción? Bueno, incluso mejor sería que los insurgentes catalanes, a los que se les concede graciosamente una amnistía inconstitucional, se dignasen a perseguir sus objetivos independentistas dentro de la legalidad como, por cierto, se le exige al resto de los españoles. Pero no, porfían en su desafío antijurídico, cuales criaturas asociales, retrotraídos a los taxones primigenios la escala etológica. Allá ellos, pues, a la postre, cuando se desvanezcan sus fantasías de amnesia legal, descubrirán cuán implacables son las leyes, no del Imperio Hitita, sino del Reino de España.

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