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22 Nov 2024
22 Nov 2024
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Jueces demasiado honrados

En otro caso, habrá que resignarse cuando los magistrados de otra cuerda hagan la vista gorda ante los okupas u otros infractores beneficiarios de sus simpatías

“Eres demasiado honrado para ser juez”

¿Suena extraño, a qué sí? Eso fue lo que me dijo, ya hace muchos años, un amigo abogado, a santo de una anécdota que no sin cierta ingenuidad le conté. Pues bien, cuando todavía llevaba yo poco en la carrera judicial, andaba buscando comprar casa. Uno de los vendedores, tras enseñarme el piso e informarme del precio, me preguntó: ¿Cuánto quieres que te ponga en escritura? Me quedé en silencio, muy extrañado, porque no lo entendía. Más que extrañado, humillado, porque me parecía lamentable que, después de haber dedicado tanto de mi vida a memorizar los miles de folios del temario de oposiciones, fuese incapaz de desenvolverme en una operación jurídica tan aparentemente sencilla. Luego me enteré de que se me proponía una irregularidad, reflejar un importe falso con la finalidad de eludir obligaciones tributarias. No tengo palabras para expresar cuán fue mi indignación, casi sentí ganas de llamar a la Guardia Civil para que lo detuviesen. Mi amigo letrado, que se movía con soltura en la vorágine del tráfico jurídico, en cambio, encontró el asunto de lo más normal.

El contacto con la realidad

Empecé a entender a qué se referían algunos al insistir en que los opositores, tras su largo encierro entre libros, pierden el contacto con la realidad. No es que esos jueces en ciernes desconozcan la técnica legal, lo que desconocen son las reglas no escritas de ese mundillo donde el pragmatismo se impone a la justicia, donde los contornos de la ley se desdibujan. Por eso, en vez de un mozalbete lleno de ideales que jamás tragaría con el más mínimo chanchullo, más de uno preferiría como magistrado a un profesional de cierta edad, con coriáceas escamas en la piel. Bastaría entonces una mirada cómplice a su señoría para que todo quedase arreglado.

Me molesta sobremanera que insinúen que los jueces de carrera carecemos de suficiente formación para asimilar las complejidades de la vida práctica. Completé mi preparación inicial con durísimos cursos de economía y contabilidad que, unidos a la experiencia ganada con la asidua lectura de atestados policiales, me convirtieron en un experto en criminalidad económica. Lo que faltaba no eran conocimientos, sino otra cosa, la actitud, esa disposición moral que inclina hacia la tolerancia para con ciertos pecadillos de la sociedad biempensante. Y no se hacen ilusiones, a un joven que ha sacrificado sus mejores años en el altar de la diosa justicia, que ha profesado un sagrado respeto a la norma, que se ha contentado con un puesto funcionarial frente a salidas laborales más lucrativas, no hay manera de persuadirlo para que mire hacia otro lado. No queda más remedio que aguantarse; o bien cambiar el modelo de reclutamiento judicial y abrirlo a la sociedad, a otras “sensibilidades”.

Pero, cuidado, semejante apertura de la carrera judicial a realidades extrajurídicas desemboca en un ensanchamiento contra natura hacia toda suerte de injerencia política. Si se da entrada a otros requisitos que no sean el estricto mérito y la capacidad, tarde o temprano se instaurarán cuotas ideológicas para el acceso a la base del escalafón, tal como ya sucede en la cúspide. Reventada la caja de pandora, desfilarán disciplinadamente mesnadas de jueces neófitos ataviados con togas teñidas de rojo o azul, según la camarilla a la que pertenezcan sus respectivos padrinos.

Claro está que resulta legítimo discrepar de la sensatez del ordenamiento vigente, el tributario o cualquier otro. Pero la solución no pasa por pergeñar un atajo para controlar los tribunales por la puerta de atrás, sino promover un cambio normativo, esto, es hacer política, pero ante quien corresponde, que es el poder legislativo, no el judicial. En otro caso, habrá que resignarse cuando los magistrados de otra cuerda hagan la vista gorda ante los okupas u otros infractores beneficiarios de sus simpatías. Donde las dan, las toman.

Si nos deslizamos por esta pendiente, quién sabe, tal vez terminemos creyendo que nuestros policías son demasiado honrados por no cobrar mordidas.

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