Hércules

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5 Oct 2024
5 Oct 2024
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El robo de los rebaños sagrados

El rey Gerión, al que se cita en la literatura griega desde el s. VI a. C., aparece como protagonista de este décimo trabajo de Heracles en el fin del mundo, a orillas del Océano donde la inscripción legendaria, al menos durante más de mil de años adelante, rezará “non plus ultra”

Hay un viejo motivo en el cuento y en la épica de todos los tiempos que es el del robo del ganado: se trata de una correría iniciática que tiene que afrontar un héroe, o un grupo de héroes, para sustraer del rival arquetípico de su comunidad –que muchas veces se encuentra en un reino vecino pero extraño o, las más de las veces, en un lugar exótico y de tintes legendarios– las vacas sagradas o los rebaños consagrados a determinada  deidad y llevarlos a su país. Este motivo está en muchas antiguas mitologías de Eurasia, desde Mesopotamia a Irlanda, y en el caso de Grecia se ve especialmente reflejado en la décima tarea sagrada y canónica asignada a Hércules, el robo de los rebaños de Gerión. Este décimo trabajo, además, tienen en común con el anterior, el de las Amazonas, la expedición en pos de un tesoro que hay que recuperar con miras a un lugar que está en los confines del orbe: entre el mundo ordinario y el extraordinario, en los límites del más allá, se encuentra el paraje arquetípico para esta hazaña.

Si en el caso de las Amazonas el viaje de Hércules era allende el mar Negro, un escenario tenebroso donde los griegos querían ver uno de los límites del mundo conocido, el enfrentamiento con el gigante Gerión se dará esta vez en la “otra” Iberia, la occidental, es decir,  las inmediaciones de las famosas columnas de Hércules que separaban el mar Mediterráneo del ignoto Océano exterior, allí donde se acababa la tierra conocida y empezaba el misterio del otro lado. A todo esto que sumarle que el rival arquetípico al que se tiene que enfrentar Hércules es una especie de monstruo de tres cuerpos o tres cabezas, un rey sobrenatural que dominaba aquel país extraño que se conoce como Eritía, a veces una isla en las fuentes, y señalada con este nombre que alude a su color rojizo. Otro es el nombre de Hesperia (“tierra del atardecer”) o de Iberia, ya mencionado. Pero Eritía es, muy a propósito, “la roja”, es decir, la tierra del poniente o del ocaso, allí donde el horizonte del cielo se tiñe de rojo por causa del sol que se va escondiendo detrás del océano desconocido.

Allí tiene que marchar Heracles para luchar contra el rey monstruoso, para muchos un trasunto de los ricos gobernantes de Tarteso, matar a sus hombres y a sus bestias, robar sus rebaños y llevarlos de vuelta, pastoreándolos, hacia su patria en el Peloponeso. Heracles llegará a ver el fin del mundo en esta aventura: el propio Sol-Helios, admirado al ver al héroe en el poniente final de su curso cotidiano, le dará una copa de oro para trascender todo límite, que luego le será devuelta cuando, como todo héroe que viaja al más allá, regrese para contarlo y traer los rebaños de Gerión, símbolo de las riquezas sin cuento del sur de la España mítica. Más allá de las interpretaciones historicistas del mito, que hablan de un antiguo culto a un rey divinizado de la zona hispana, que habría sido desplazado por Heracles, ya en su culto fenicio como Melkart, ya en el griego, todo parece misterioso y lejano en este décimo trabajo del héroe. En todo caso, Gerión se configura como el primer gran personaje que relaciona a Hércules con la España mítica, en referencia a sus antiguas culturas: tartesia, ligur, turdetana, argárica etc. El choque de estas con los pueblos que llegaban del oriente, como los  griegos o fenicios, para comerciar y establecer sus emporios y colonias, es sin duda el trasfondo histórico de estas leyendas. Y por supuesto que la leyenda de Tarteso se intuye también tras esta historia: una isla fantástica y riquísima, una ciudad sofisticada o un reino avanzado, con los que muchos han hecho ecuaciones más o menos fantasiosas para identificarlo con la bíblica Tarsis o la platónica Atlántida. Como quiera que sea, el rey Gerión, al que se cita en la literatura griega desde el s. VI a. C., aparece como protagonista de este décimo trabajo de Heracles en el fin del mundo, a orillas del Océano donde la inscripción legendaria, al menos durante más de mil de años adelante, rezará “non plus ultra”.

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